Elogio de la mediocridad

Quisiera romper una lanza en favor de la mediocridad. No me malinterpretéis, no pretendo hacer apología de ella. Es solo que reflexionando sobre este tema me he dado cuenta de que mucha gente, por miedo a ser mediocres, acaban por sentirse fracasados.

Eso no significa que sus vidas sean realmente un fracaso, pero sí que esas personas lo perciben como tal al entender que no han alcanzado sus objetivos, en muchos casos excesivamente altos o alejados de sus posibilidades reales. Porque para mucha gente lo contrario de la mediocridad es la excelencia, y en determinadas culturas, como la estadounidense, se educa a la ciudadanía en la creencia de que si no eres el mejor, eres lo que ellos llaman un “loser”, un perdedor, un fracasado, una persona mediocre. Porque lo que se entiende por “mediocre” es; algo de escaso valor, vulgar, que no ofrece la calidad mínima suficiente, que no merece la pena. Y sobre ese significado tan peyorativo es sobre el que yo quería hacer unas cuantas matizaciones.

«Si nos atenemos estrictamente al origen etimológico de la palabra mediocridad veremos que su significado es “medio” o “común” algo que en principio ya no suena tan mal como “ordinario”, “vulgar” o “mezquino”»

Si nos atenemos estrictamente al origen etimológico de la palabra mediocridad —término que, como casi siempre, procede del latín— veremos que su significado es “medio” o “común”, acepciones que, de entrada, ya no suenan tan mal como “ordinario”, “vulgar” o “mezquino”, palabras que comúnmente se aceptan como sinónimos de mediocre. Es cierto que a todos nos gusta sobresalir en algo, ser reconocidos por nuestro trabajo o aptitudes, tener éxito. Pero ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar por evitar a toda costa que se nos llegue a considerar mediocres? En mi opinión eso dependerá de los objetivos o ambiciones que nos marquemos, y del concepto que tengamos de la palabra “éxito”. 

He conocido a personas cuyas vidas, aparentemente, bordeaban no solo la mediocridad sino directamente la miseria, y aun así rebosaban felicidad y seguridad en sí mismos. Personas para las que el éxito era un concepto tan alejado de ellos como los agujeros negros. Y también he conocido a otras cuya foto bien podría aparecer junto a la definición de la palabra “triunfador” y que no obstante se sentían frustradas y nunca parecían tener suficiente. Y es que, al fin y al cabo, eso del éxito no está del todo claro en qué consiste. Y si no, no hay más que echar un vistazo a la televisión, especialmente a determinado canal que no voy a nombrar, pero cuyo número suele ser motivo de una famosa rima chistosa. Allí se puede ver a diario un desfile de personas famosas y aparentemente triunfadoras, o que por lo menos han conseguido ganarse la vida bastante bien con sus apariciones en dicho medio, y que aun así representan en grado sumo el sentido de la palabra mediocridad en su acepción más peyorativa.

Estoy convencido de que ni una de esas personas se considera a sí misma mediocre, a pesar de que cada vez que hablan evidencian vivir en la frontera del analfabetismo más absoluto… ¿Y qué decir de nuestros políticos? Sin lugar a dudas constituyen la generación más mediocre que ha dado nuestra democracia en sus cuarenta años de existencia. Y aquí sí que considero innecesario dar pistas, porque personalmente creo que no se libra ni uno. En ambos casos, todo el mundo es consciente de lo mediocres que llegan a ser, excepto ellos mismos. 

«En definitiva, triunfar en la vida no es otra cosa más que ser feliz...»

El problema, y ahí es donde yo quería llegar, es cuando nosotros mismos tenemos un concepto propio tan negativo que nos acabamos infravalorando y creyendo que somos mediocres, que valemos menos que los demás, o que nuestros logros son insignificantes en comparación con los de otros a los que admiramos o consideramos auténticos triunfadores. Si algo nos ha enseñado el año 2020 (aparte de que las mascarillas ffp2 son las menos favorecedoras estéticamente) es que no importa lo que poseamos, lo guapos que seamos o el éxito que creamos haber alcanzado, pues todos, sin excepción, somos igual de frágiles y de insignificantes. Y ante algo tan diminuto como un simple virus, estamos igual de indefensos. Que la estabilidad es algo de lo más inestable. Y que lo que se ha tardado toda una vida en conseguir, puede desaparecer en tan solo un día. 

Por eso creo que no merece la pena obsesionarse con la idea de no ser mediocre. Estoy convencido de que todo el mundo tiene siquiera una única capacidad especial, por muy escondida o invisible que parezca en algunos casos. Una persona bondosa y decente, por muy torpe que se crea, jamás será alguien mediocre. O al menos no en el sentido negativo de la palabra. Pero si consideramos que la mediocridad consiste en estar en la media, o dicho de otra manera, ser del montón, entonces nos ahorraremos una larga pérdida de tiempo esforzándonos en vano por ser alguien que no somos y alcanzar metas irrealizables que solo nos producirán frustración. Por otra parte, el tiempo que ganamos podremos usarlo para aprender aquellas cosas que de verdad nos interesan y nos llenan; para relacionarnos con las personas que nos importan, y disfrutar de los pequeños placeres de la vida que las personas demasiado ocupadas en alcanzar el éxito dejan pasar de largo. En definitiva; para crecer como seres humanos, para ser felices.

El resultado final será que, probablemente, habremos asumido la condición de mediocres sin que eso nos suponga un problema, mientras que los demás, sin que seamos conscientes de ello, tal vez nos vean como una persona exitosa. Porque en definitiva, al menos para mí, triunfar en la vida no es otra cosa más que ser feliz.

JORGE R. RUEDA

Puedes seguir al escritor Jorge Rodríguez Rueda en Facebook y en Twitter Si su novela, «Gente Corriente», no está disponible en tu librería habitual puedes adquirirla en Amazon.

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