Érase una vez un político que fue elegido a dedo —a dedo Real, el del sátrapa Jordi Pujol—; un político que en 2003 ganó en número de escaños, pero no gobernó; un político que en 2006 volvió a ganar, pero no gobernó… Por fin, en 2010, ganó y gobernó. Pero a los 2 años, en 2012, convocó elecciones y perdió el 20% de sus escaños (¡jugada maestra!), y pese al bofetón, a trancas y barrancas, “gobernó” —aquí las comillas son importantes—, aunque a los 3 años pensó: “¡Collons, no hay forma de suicidarse!” y volvió a convocar elecciones, yendo en esta ocasión como número 4 de lista, para no tener que participar en los debates (esto va de democracia, me parto…) en ese artefacto bautizado como Junts pel Sí, y ganaron… ¿Ganaron? ¡Ah, maldición, entonces van y lo echan a la papelera de la Historia! Sí, lo han adivinado, estoy hablando de Artur Mas, ese que dijo en 2010 en un programa de TV: “No iniciaré un proceso de independencia partiendo en dos mitades a Cataluña». Toma coherencia. En fin, ya lo ven, ya lo conocen: todo un crack de la torpeza, un indigente intelectual de tomo y lomo..
Recuerdo que entonces pensé: «Fin de la historia del personaje más mediocre y cenizo que ha gobernado en Occidente, aderezado con un ego descomunal». Y me viene a la cabeza una cita de Churchill —que modifico libremente—: nunca una sola persona ha causado tanto daño a tantas. Ya saben, es aquello de destrozar la sociedad catalana y un largo etcétera.
Cualquiera pensaría que en esta tesitura nuestro protagonista se escondería, avergonzado de vivir en una papelera, rodeado de pieles de plátano, de sucios chicles y de todo tipo de desechos. Pues no. Encendemos la tele… ¡Y ahí está! Ponemos la radio… ¡Y ahí está! Leemos la prensa… ¡Y ahí está! Es como un zombie que se niega a desaparecer del mundo de los vivos. Dios, qué pesadilla. Va venga, voy a escucharlo (con una pinza en la nariz, eso sí, que vivir en una papelera le ha impregnado de olores nauseabundos).
El siguiente párrafo —aviso, que no soy traidor— les producirá taquicardia, si sufren alguna cardiopatía mejor que se lo salten…
¿Y qué dice esa «basurilla» orgánica? Ahí va: que no hay mayoría suficiente para la independencia. Vale, gracias, colega… ¿Y por qué tiraste adelante si ya sabías que la DUI era la peor opción? La periodista de TV3 le pregunta entonces: «¿Y por qué no lo dijo?» Pausa dramática. Respuesta: «porque nadie me lo preguntó». En fin, apago la tele y me quito la pinza de la nariz, pero… ¡Horror, abro el periódico y ahí está él otra vez! Lo miro y se distorsiona la imagen que se muestra ante mí. Veo a un señor con americana y corbata con pieles de plátano y chicles llenos de pelos desperdigados por encima, como si su cabeza emergiera desde el fondo de una papelera o de un cubo de basura. Estoy tentado de lanzar agua bendita y coger un crucifijo.
Oliver Sacks, brillante neurólogo tristemente fallecido, escribió un libro memorable: “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” que se publicó en 1.980, en el que recopila diversos casos extremadamente raros de problemas psiquiátricos, pero con una visión muy humana. Pues bien, en uno de estos casos relata el de un anciano que padecía una enfermedad mental que le llevaba a recordar con absoluta precisión momentos y escenas ocurridas 40 años atrás… Y estaba convencido, al rememorar, que vivía en esos momentos. Reproduzco un diálogo:
—¿En qué año estamos, señor G.? —pregunté, ocultando mi perplejidad con una actitud despreocupada.
—En cuál vamos a estar, en el cuarenta y cinco. ¿Por qué me lo pregunta? —Luego continuó—: Hemos ganado la guerra, Roosevelt ha muerto, Truman está al timón. Nos aguarda un gran futuro.
—Y usted, Jimmie ¿qué edad tiene?
Su actitud era extraña, insegura, vaciló un instante. Parecía estar haciendo cálculos.
—Bueno, creo que diecinueve, doctor. Los próximos que cumpla serán veinte.
Creo que intuirán por dónde voy. Me temo que el pobre expresidente está convencido de que vive en el pasado.
El siguiente párrafo les producirá taquicardia y arcadas compulsivas, pueden saltárselo.
Descubro que tiene una paga mensual como expresident, de 9.100 euros. Por el amor de Dios, Arturo… ¡Vive la vida! Vete a Australia, a practicar surf, o a los Alpes —suizos, por supuesto— a esquiar, o a navegar por el Caribe. No sé, da la vuelta el mundo. Cierro los ojos e imagino lo que yo haría con una paga así. Por supuesto evitaría ponerme traje y corbata —él parece que duerme sin quitársela—; viajaría a los bosques de Canadá; visitaría los templos de la India; haría un safari fotográfico… ¡Ah, tantas cosas! Y siempre llegaría el día señalado y en mi cuenta volverían a aparecer otros 9.100 euros. ¡Aghhh… me volvería a ir de viaje, me compraría un casita al borde del mar, o en la montaña! Lo que no haría es pasearme por las televisiones con el traje lleno de sucias pieles de plátano, trozos de chicle pegado y suscitando una vergüenza que raya el escándalo y con la papelera como sombrero. ¡Arturo, aléjate!
Le veo arrastrarse por su casa (con traje y corbata, por supuesto, pero con zapatillas) y veo a su esposa, harta de verle dando vueltas como alma en pena, decirle: “¿Por qué no te ves una serie de Netflix”? —y piensa para sus adentros: “que tenga al menos 100 temporadas, por favor”—. Pero Arturo deambula de la nevera al salón y del salón a la nevera. Lejos de los focos y las cámaras su ego se desinfla como un triste muñeco hinchable, roto. Venga, hará unas llamadas y buscará una entrevista… Y entonces volverá a sonreír sin imaginar que mucho más sonríe la gente con la que se cruza a diario al verle pasar, porque ven a un señor emperifollado dando saltos con una papelera clavada en los pies.
Arturo, de verdad. De corazón. Búscate un hobby. Si no te gusta viajar (lástima), dedica tu tiempo a cualquier actividad, por ejemplo a coleccionar sellos, o vete al mercadillo de los Encantes y busca cromos que te falten. No hagas el ridículo, pero por encima de todo… ¡déjanos en paz!
El gran problema, tuyo y nuestro, es que cuando los de la CUP te mandaron a la «papelera de la Historia», olvidaron ir al menú «vaciar papelera» y apretar la opción SÍ.
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