
La animadversión contra el PSOE es el punto de conexión de los populistas. Se considera que las consignas de este partido están impregnadas en la conciencia de los españoles.
La animadversión contra el PSOE es el punto de conexión de los populistas.
Se considera que las consignas de este partido están impregnadas en la conciencia de los españoles.
Vendría a ser el «marco mental», el conjunto de ideas que conforma nuestra forma de entender el mundo (ver George Lakoff, «No pienses en un elefante», Ed. Complutense, 2007).
Por eso los populistas creen que con un «cambio de marco» el problema estaría arreglado. De ahí la «batalla cultural» que tan pingües beneficios les reporta a sus voceros.
Los soldados de la nueva cultura se esfuerzan por perfilar su «marco», perfeccionarlo para vencer al del PSOE sin caer en la cuenta de lo esencial: el problema no es lo que contiene el marco, sino el marco mismo.
Y es que el Partido Socialista no es un conjunto de ideas y creencias, sino el envoltorio que concentra los intereses de poderes indirectos, esto es, el «marco» de aquellos poderes que actúan en la sociedad para medrar impunes en el Estado, pues para eso está el PSOE.
Al Partido Socialista no se le puede enfrentar oponiendo otro «marco teórico» porque los tiene todos, los acepta todos. O mejor, es el escaparate en donde cualquier marco teórico que se pretenda dominante anhela exhibirse por aquello de ser el principal Partido-Estado.
El PSOE, cáscara vacía que no tiene ningún reparo en humillarse, asume como organización el riesgo político del programa y las acciones de los poderes indirectos a los que sirve; pero en realidad carece de soberanía.
Precisamente por esto, al PSOE el pueblo no le puede exigir que cumpla con la ecuación protección-obediencia (clave del pacto hobbessiano en virtud del cual se legitima el Estado) porque, aunque le obedezcamos, el PSOE no puede protegernos, pues ni siquiera puede salvar su propio honor.
El PSOE sólo es el garante en el Estado del éxito y la irresponsabilidad jurídica de los poderes indirectos (económicos, culturales…) que pululan por la sociedad sin atreverse a luchar por el Poder, pero que sin éste serían un cero a la izquierda.
Los poderes indirectos braman contra el Leviatán, símbolo de la unidad que nació para repudiarlos, mientras el PSOE les ofrece su cáscara protectora para seguir destruyendo ese Leviatán ya diezmado.
En definitiva, la cuestión no es que mientras esté el PSOE no habrá posibilidad de cambio, sino justamente al revés: mientras haya fuerzas sociales con voluntad de Poder, pero sin el menor deseo de correr ningún riesgo (usufructuar el Estado sin asumir el mando) siempre habrá un PSOE que se preste para hacer de vitrina de la abuela.
Una vitrina en permanente reconstrucción hasta el punto que ya resulta irreconocible, pues su tarea no es otra que encajar la ira popular que los poderes indirectos pagan por no recibir.
¿Es el PP de Feijóo una alternativa que puede permitir que el Estado recupere su unidad?
Pues para responder voy a terminar por donde empecé: no me hagan reír que tengo el labio «partido».
Coda para mis amigos trevijanistas: aunque hubiera división de poderes y representación política, los españoles de forma mayoritaria seguirían eligiendo el «marco» que los poderes indirectos dictasen en cada ocasión al PSOE de turno.
Cosas inevitables en un Estado que se acerca al «estado de naturaleza» (la vestimenta es un indicio) y que sólo pervive porque alguien tiene que encargarse del Boletín Oficial, esto es, de repartir el botín sin peligro político ni jurídico para los beneficiarios.
JORGE SÁNCHEZ DE CASTRO CALDERÓN
Puedes seguir a Jorge Sánchez de Castro Calderón en Twitter y también en su blog «El único Paraíso es el fiscal»
Estuve en la Facultad de CC. Políticas de la Complutense antes que Pablo Iglesias. Allí vi a gente de lo más variopinta… Un miembro de la Casa Real; un magistrado del Tribunal Supremo, que me anunció dónde iba a llegar, y hasta un gran maestro marxista que mudó en consejero «black». También conocí a Tocqueville, a Marx, a Maquiavelo y al sabio español Dalmacio Negro. Incluso a Kelsen y Carl Schmitt, cuya disputa intelectual creo que ganó Don Carl. Si con esto no les basta, les invito a entrar en Ataraxia Magazine o en mi página «El único paraíso es el fiscal».

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