Qué difícil es no ser «progre»…

¿Qué bonito es divagar repanchingado en el sofá, verdad? Hasta hace relativamente poco el movimiento se demostraba andando, pero de repente un buen día se produjo una sacudida y por arte de magia somos prisioneros de la comodidad que nos aporta no pensar. Da igual la postura adoptada en la vida, lo importante es ser rápido a la hora de replicar al contrario, bien sea con los dedos, con la palabra o con los hechos, sobreviviendo mientras usamos la psique al ralentí.

Todo comenzó con el paso del universo inanimado a la inconsciencia vital —de hecho fue cuestión de poco tiempo—, pero la evolución sobrevenida gracias a que algunos aguerridos forjaron el humanismo, presentando cierta batalla al caos, nos llevó más tiempo, esfuerzo y vidas. Lástima que terminaran siendo presa de los bárbaros por culpa de sus propios miedos y complejos. Como siempre, la atenuación del dolor por la pérdida de protagonismo, se cura evolucionando hacia posturas más radicales, que acosan incesantemente la pureza del mensaje original.

La mera idea de avanzar provoca en las personas generalmente una desazón irrespirable e inaguantable, culminando en la infelicidad más absoluta. Mirar hacia el futuro se convierte para muchos en una obsesión que no le deja vivir en paz consigo mismo, amargando la vida a los de su entorno, marchitando la ilusión de los demás. Sin embargo perfeccionar la especie gracias al desarrollo de la tecnología, en general de una forma bien intencionada, nos debería hacer mejores ante nuestros propios ojos —si usted se considera un humanista secular—, y desde luego ante Dios —si usted se considera un humanista cristiano—; así por ejemplo: ¿quién podría dudar del beneficio de la ciencia aplicado al ser humano desde el punto de vista de la medicina? Pues los hay; y, además, creen que la humanidad lo hace inconscientemente. El mismo transhumanismo que surgió allá por los años sesenta, perfeccionado después en los noventa, hoy podríamos decir que se nos muestra en cierto modo como los negacionistas de esta pandemia que sufrimos. 

El debate está servido, ya de por sí dentro del universo de la ideología de centro derecha, ya que los humanistas —especialmente los cristianos—, es decir, los hombres que se rigen por la defensa de la dignidad, la libertad individual y la felicidad bajo el amparo de la religión, directamente criminalizan a los diferentes, estigmatizando sus comportamientos como irracionales, y se muestran muy ofensivos contra el diferente con la excusa de la protección de su manera de vivir. Y que fácil sería dejar aquí la reflexión sino fuera porque después de los «transhumanistas» llegó el «posthumanismo», aunque muchos lo consideren el mismo movimiento. Al fin y al cabo alterar la naturaleza humana, modificándola genéticamente, se convierte en algo posterior a lo humano en sí mismo —lo que viene siendo una versión mejorada—.

El hombre del siglo XXI es un animal tecnológico con una vida digital paralela —y solo cuando se caen las redes notamos esa dependencia, todos tenemos nuestro avatar—; se alimenta cada vez más de cosas que no son orgánicas; usa técnicas reproductivas no naturales; se implanta órganos ajenos; defiende la cultura de la muerte como máxima expresión de la libertad, respeto y dignidad del ser humano, y, por supuesto —y aquí está la madre del cordero—, lo hace con gusto, voluntariamente, siguiendo y aceptando los criterios de los gurús del progreso.

La imposición de la cultura holística es una tragedia llevadera para cualquier humanista secular —defensores de la cultura de pactos asumiendo lo postmoderno—, y para sobrellevarse a sí mismos acusan a los “radicales” humanistas cristianos —ahora denominados extremistas—, pues estos no aceptan de ninguna manera los criterios esenciales asumidos por la izquierda para camuflar sus verdaderas intenciones manipuladoras, desarrolladas por las multinacionales a las que financian con los impuestos de los incautos contribuyentes con derecho a la ciudadanía, otorgada por las minorías inclusivas, agrupadas y adheridas al poder.  

Comer sano para tener supuestamente un organismo limpio. Cuidar el planeta reciclando residuos y energía para según nos cuentan dejar un mundo mejor a las generaciones venideras. Depender de los consejos de los nuevos líderes mediáticos que cuidan de nuestra alma, previsiblemente ayudándonos a desarrollar técnicas de crecimiento personal para conseguir llegar a estar encantados de conocernos, intensificando las terapias que provocan en nosotros la falsa sensación de tranquilidad y paz interior. El abandono de la cultura del estrés, engañándonos mediante ideas rocambolescas como las reducciones de jornadas laborales, cobrando menos, con la excusa de así compensarlo compaginando ese tiempo con familia —cuando su concepto de familia dista tanto de lo normal—. O por supuesto educándonos en la necesidad de estar conectados por internet interrelacionándonos cada vez más por las redes sociales y demás, consumiendo sin decoro todo tipo de medios tecnológicos, en detrimento de hacerlo como siempre, es decir, tocándonos. Ésas son las nuevas reglas para ser persona grata en el Siglo XXI.

La conexión con otros, especialmente con gente a la que ni tan siquiera conocemos, y que por supuesto en la mayoría de las ocasiones no muestra su verdadera personalidad —suponiendo que exista, ya que se puede tratar hasta de un “bot”—, nos ocupa mientras no hacemos nada más que eso, arreglar el mundo desde la falsa seguridad del sofá.

Ahora bien y con esto termino: de cada sacudida —como les decía al principio—, se quedan definitivamente en el sofá generaciones enteras que ya no vuelven al mercado laboral, pasando a depender primero de un merecido subsidio, después de una humillante prestación, y finalmente de una triste pensión de no haber muerto antes de asco.       

FRANCISCO GÓMEZ VALENCIA

Puedes seguirle en Twitter en la cuenta @Sr_Gómez_

Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid en 1994 por lo tanto, Politólogo de profesión. Colaboro como Analista Político en medios radiofónicos y como Articulista de Opinión Política en diversos medios de prensa digital. De ideología caótica aunque siempre inclinado a la diestra con tintes de católico cultural poco comprometido, siento especialmente como España se descompone ante mis ojos sin poder hacer nada y me rebelo y me arranco a escribir y a hablar donde puedo y me dejan.

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