
Como cada verano tenemos por norma despistarnos algunos días por la casa de Villaverde; la excusa es hacer compañía a “Jota” y a “Ra” y así romper su maravillosa monotonía. Siempre nos esperan porque nunca nos fallan, aunque es probable que en algún momento resultemos más una carga que otra cosa.
Mimetizarme con el gran macho alfa de la familia me resulta harto complicado, su mera presencia hace que mi perfil urbanita resalte más aún de lo previsible desde el minuto uno en el que mi simple aspecto y color de piel ya deja adivinar que esos pocos días de aclimatación al medio harán de mi un hombretón nuevo, hecho y derecho, al menos hasta mediados de diciembre, fecha en la que solemos volver a coincidir por otra agradable causa de fuerza mayor.
Llegamos de la gran ciudad de la libertad, con noticias y reflexiones frescas, y elaboradamente acumuladas desde hace casi un año. Ardo en deseos de compartirlas con alguien que tiene como ritmo biológico la salida y la puesta de sol, lo cual me obliga ir a una velocidad a veces casi extrañamente frenética, desde que amanece hasta la hora que se acuestan las gallinas, provocando diariamente algo así como la caída de la ciudad de Troya sin rendición alguna, a lo que hay que sumar que el catre nunca llega a convencerme, por lo que creo sinceramente que sin saberlo, ese es su dichoso caballo . Generalmente se arranca pronto y del tirón, bien desayunado, yo diría que igual en exceso, pero sobre todo, y esto es muy importante, sin revisar los posibles “me gusta” de las estupideces que se escriben el resto del año por la noche antes de planchar la oreja.
Los primeros dos días volvemos a reconocernos y casi diría yo que hasta nos olisqueamos, pues aunque hay confianza, entre los hombres es conveniente marcar ciertas distancias como buenos machirulos antes de hacernos las carantoñas propias del afecto conseguido tras tantos y tantos años. Y comenzamos una pequeña disputa entre lo rural y lo urbano en cuestiones tan vacuas como ver quién se revienta antes en el puñetero paseo matutino de seis kilómetros de ida y otros seis de vuelta, para ir a comprar el pan al pueblo de al lado.
Por el camino los campos de girasoles nos dan los buenos días pero a la vuelta nos ignoran los muy maleducados y nos dan la espalda, supongo que aburridos por lo que dice el nuevo. Este año voy preparado y con el rodaje hecho -se va a cagar mi querido paleto- , pero es que voy hecho un mulo gracias a mi preparación preolímpica para aguantar el arreón final de las vacaciones. Una vez puestos al día de las novedades trascendentales de la vida, empiezo a divagar, pues surgen las dudas que insistentemente le corroe sobre aquello que ve en el parte, por la televisión, y que lo descoloca día tras día de una forma significativa, teniendo en cuenta que él es un hombre de principios rectos; es decir, familia, trabajo y patria como debe ser, lo cual me lo pone más fácil a la hora de tratar de encauzar mis discursos mañaneros sobre lo que está bien o lo que está mal, sin lograr generalmente más respuesta que la entradilla que me plantea para que comience mi verborrea.
A ver… ¿Qué se cuentan ahora estos hijos de puta? Yo comienzo de inicio con las cuestiones macroeconómicas; que si los fondos de resiliencia estarán mal repartidos porque no hay una comisión que lo regule, que si para estos días se esperan los primeros nueve mil millones de euros para ir salvando la cosa… Después suelo pasar al tema de los datos del paro, desgranando los subgrupos que habitualmente no se contabilizan para enmascarar las cifras y restarle importancia; y para calentarlo un poco más le cuento que se han cerrado oficinas del SEPE por falta de trabajadores para atender a los parados. Mientras resopla por el ritmo, me responde que es más fácil que te toque la lotería que que los del paro te encuentren trabajo, y yo alucino a colores, porque eso mismo lo publicó Voz populi en un artículo el día veinticinco de julio, por lo que los periodistas no parecen tan listos, o mi amigo es un jodido Seneca.
También trato de explicarle porque sube tanto la factura de la luz, a lo que me responde de seguido, “calla, calla que si tuviéramos que vivir como mis padres dependiendo de los animales y la huerta, no sé cómo lo íbamos a hacer”; claro, ante tal categórica argumentación, solo me deja tres opciones: o profundizar sobre el asunto y explicarle la dependencia de España del gas argelino, o que las renovables son más caras, o por último, si ya quiero complicar más el asunto, le cuento que el 60% de lo que paga son impuestos. En fin, que salto al tema del déficit a ver cómo lo afronta, y al comprobar que al hablarle de que hemos superado el 125% noto cómo se pierde la cobertura, y comienza a hablarme de que es tarde para que estén empacando todavía. Yo de entrada no sé de qué me habla, pero al ver a lo lejos una cosechadora trabajando, me lo imagino y relajo la conversación.
“Como caiga agua, hay que esperar un par de semanas para poder volver a preparar esa paja para hacer los fardos y ya van tarde, así que a ver sí espabilan que eso ahí acumulado es un polvorín”. Perfecto, pienso yo: es el momento de entrarle con el cambio climático, a ver por dónde me sale. Y me arranco pues con el tema de si esto o si aquello; él asiente como si efectivamente su biorritmo corporal detectara ligeros cambios, aunque como de costumbre acaba diciendo que efectivamente “antes nevaba más, aunque ya refresca por las mañanas, y por las noches hay que meterse al abrigaño cada vez antes”, o sea que todo “OK”. Es más, le viene que ni de perlas para decirme que mañana hay que madrugar más para subir a lo alto, que ya han limpiado los alcornoques y hay que andar rápido para ir a hacer leña para el invierno.
Madrugón del copón, 4×4 y el perrete por delante marcando el camino que ya se sabe, porque ya ha estado con su dueño investigando no sé cuándo, porque conmigo no ha sido, salvo que fuera cuando me entretuve mirando las redes sociales. Nos calzamos las botas de seguridad, nos embutimos en el buzo con cierto olor a choto, buenos guantes, hacha en mano, dos o tres metros de cordel al suelo en línea recta y a cortar ramas en pedazos aceptables, con un par, señores, que estamos en el campo. Una vez conseguida buena montonera, con las rodillas haciendo fuerza apretamos y formamos un fardo, anudamos el cordel y al remolque. Esta misma operación diez, veinte veces, las que hagan falta; somos hombres equipados con mono reflectante y bien parapetados hablamos en voz baja del covid, de los botellones, de los que hemos conocido que lo han pillado, de los cabrones de los chinos y de la madre que los parió, y de los políticos que según él no saben por dónde les da el aire, y por eso lo fácil es encerrar al personal en vez de darle más medios a la policía. Me recuerda que a los que quemaban los autobuses en las Vascongadas en los peores años se les quitó la tontería mandando las recetas a los padres y lo asemeja con la actualidad. No le falta razón y algunos, dando la brasa a diario con que si hace falta una Ley de Pandemias.
Paramos, nos secamos el sudor de la frente, hemos cargado bien, toca almorzar. Un buen bocadillo con las sobras de la cena y una buena botella de ribera bien frío, siempre rosado con algo de aguja de la bodeguita de Petín. Qué cabrones, el primer año cuando construyó el merendero me bajaron a conocer la bodeguita y no me avisaron de que había que remover un poco con el mismo vaso el vino de la cuba antes de beber, y aunque a mí me sabía mucho a alcohol, por no quedar como el listo de la “capi” tiré para adelante y así me pasó, que subí las escaleras a cuatro patas. Ya me lo sé y si puedo no me pierdo ni un año la comida del primero de mayo, la tractorada de Lerma, el sacrificio e ingesta de un par de lechales de Burgos, con la buena dosis del licor de las cepas de Villa Petín, como me gusta llamar a su pequeño viñedo, que se ve desde la autovía. Ese Petín, gran electricista al que le crujió la crisis de 2008, y le hizo echarse al monte a plantar vides, como San Dios…
Pasan los días, el cansancio es sano y el sueño es cada vez más reparador; el catre es perfecto, ya no extraño el trono, no me ducho a diario, a veces ni me peino más que en la mañana, recojo ajos, cebollas, si me place pillo un pepino de la mata o un pimiento para preparar la ensalada o simplemente por el hecho de hacerlo. Como cerezas y ciruelas directamente del árbol, duermo la siesta bajo su sombra, nunca hace calor, sin darme cuenta apenas vemos la televisión, el móvil me la pela, y lo que pase en el mundo también, porque sé que ahí sigue, esperando a que llegue para envenenarme de nuevo al regresar a casa. Siempre me gana, me manipula para que me canse contándole cosas que la mayoría ni le interesan, pero lo hace para que suelte todo lo malo de la ciudad.
Los últimos días hablamos poco, ya todo está dicho, reina la paz y la complicidad propia del compañerismo y la amistad verdadera. Por eso siempre vuelvo y siempre están presentes…
Hasta diciembre familia…
FRANCISCO GÓMEZ VALENCIA
Puedes seguirle en Twitter en la cuenta @Sr_Gómez_

Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid en 1994 por lo tanto, Politólogo de profesión. Colaboro como Analista Político en medios radiofónicos y como Articulista de Opinión Política en diversos medios de prensa digital. De ideología caótica aunque siempre inclinado a la diestra con tintes de católico cultural poco comprometido, siento especialmente como España se descompone ante mis ojos sin poder hacer nada y me rebelo y me arranco a escribir y a hablar donde puedo y me dejan.

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