El problema político de la no vacunación es que cuando el pueblo puede hacer caso omiso al poder, lo hace. Es decir, el poder genera desconfianza y si la gente puede escapar, huye de él.  

Es entonces cuando el poder usa renovadas estrategias coercitivas para hacerse obedecer (certificado covid hasta para entrar a un bar) porque no tiene o no le sirven sus fuentes de autoridad.  

Por tanto, la no vacunación nos demuestra que el poder anda escaso de autoridad para cada vez mayores porcentajes de población, incluso cuando se trata de cuestiones tan aparentemente ajenas a la demagogia política como la salud pública.  Veamos por qué.

Al poder uno se somete por las buenas o por las malas. En cambio a la autoridad se la sigue por la confianza que genera, que a su vez puede ser intelectual o moral. La autoridad intelectual se basa en el conocimiento del que sabe, y la autoridad moral en el ejemplo del que predica. 

Todo poder, por muy sádico que sea, busca argumentos de autoridad como forma de convencer al pueblo de lo deseables que son las obligaciones que dicta.  

La dificultad que enfrenta el poder hoy es que en sus filas no hay autoridades ejemplares. O lo que es lo mismo, no encuentra políticos con prestigio moral para hacer que el pueblo crea que obedecer al poder es bueno.   

Precisamente por ello el poder utiliza en sus campañas publicitarias a destacadas personalidades del mundo del deporte o del espectáculo, pero jamás a políticos profesionales. 

En el caso de las campañas pro vacuna, el poder utiliza la autoridad epistemológica, es decir, a los científicos.

Hasta tal punto la utilizan que alegan basar sus decisiones de vacunación en «comités científicos o de expertos» que nadie conoce.   

Sin embargo, a pesar de la difusión masiva de la «evidencia científica» para facilitar la obligación de vacunarse, parece que al poder no le queda más remedio que imponer el certificado covid para cualquier actividad social, esto es, coerción pura y dura.

¿Cuál es el motivo por el que en toda Europa la autoridad científica no sea reconocida de forma mayoritaria como digna de confianza?

Parece obvio que la contaminación de la autoridad por parte del poder hace que aquélla se vea como un apéndice de éste, ¿pues acaso no son los médicos y científicos funcionarios del Estado que pretende limitarles hasta la objeción de conciencia?

La rotunda oposición de los políticos a identificar a los «sabios» a los que presuntamente obedecen para justificar sus decisiones es la prueba definitiva de que son los propios políticos los que desmienten el carácter de autoridad de sus dizque científicos, pues nada más contrario a la autoridad (prestigio social) que el oscurantismo burocrático.

¿Cómo va a tener confianza el pueblo en la sabiduría de los expertos del Gobierno si el Gobierno les oculta quiénes son? 

Pero el ocaso de la autoridad también es consecuencia de la generalización de una idea de libertad según la cual la libertad consiste en hacer lo que a cada cual le dé la gana, fruto de la destrucción del derecho como institución socialmente aceptada. 

Cada ciudadano convierte su opinión en palabra de Dios porque el derecho ha perdido su función de depósito del sentido común, y se ha transformado en el instrumento ideal para aumentar «manu militari» los ingresos del fisco y el poder de la burocracia del Estado.  

Destruida la verdad aceptada en la que consistía el derecho (suma de usos, costumbres y tradiciones de un territorio) que aportaban seguridad y confianza al pueblo, éste queda en estado de sospecha perpetua, fiándose sólo de sí mismo o de las modas que los más poderosos logran imponer. 

La resistencia popular a la vacunación, por tanto, trae causa de la desaparición de la autoridad científica como institución generadora de confianza, al quedar vinculada para crecientes sectores de población con el poder político, que es visto como amenaza más que como factor de seguridad.  

Así, el argumento de autoridad científica en el que se apoya el Gobierno, se resume en el certificado covid, que no es más que el consenso alcanzado entre los expertos del Gobierno y el Gobierno, según el cual te vacunas o te vacunas.  

El consenso de Groucho Marx, versión cañí. 

En suma, el nudo poder en toda su crudeza sin una brizna de autoridad.

¿70% de la población vacunada?

Considero que todo lo que no sea doblegar a la totalidad de la población con su consenso político-científico será un fracaso estatal.

Puedes seguir a Jorge Sánchez de Castro Calderón en Twitter y también en su blog «El único Paraíso es el fiscal»

Estuve en la Facultad de CC. Políticas de la Complutense antes que Pablo Iglesias. Allí vi a gente de lo más variopinta… Un miembro de la Casa Real; un magistrado del Tribunal Supremo, que me anunció dónde iba a llegar, y hasta un gran maestro marxista que mudó en consejero «black». También conocí a Tocqueville, a Marx, a Maquiavelo y al sabio español Dalmacio Negro. Incluso a Kelsen y Carl Schmitt, cuya disputa intelectual creo que ganó Don Carl. Si con esto no les basta, les invito a entrar en Ataraxia Magazine o en mi página «El único paraíso es el fiscal».