El fin de los partidos que conocimos

Sí, no se sorprenda. Usted lo sabe y yo lo sé. Los partidos con los que nos criamos, con los que se desarrolló la democracia española actual y con los que se han armado las democracias occidentales desde hace cincuenta años, son esencialmente historia.

No será la primera vez que lee usted esto. Hay quien los dio por muertos hace más de una década, cuando nos cansamos de sus corruptelas y sus amiguismos. Hubo quien los desahució antes, cuando no supieron gestionar las grandes crisis del cambio de siglo y la globalización devoró a la mitad de la clase media industrial occidental (además de cambiar su papel en el mundo). Hubo también quien los dio por muertos cuando cayó el muro y desapareció, teóricamente, el gran enfrentamiento ideológico del siglo XX; la historia había terminado, dijeron. Incluso hay quien tiene escrito que es por un cambio de modelo derivado de las redes sociales y la capacidad de conexión directa de los líderes con bases y votantes. Algún día se escribirá la historia completa (y saldrá un libro muy interesante), pero lo cierto es que a día de hoy los viejos partidos, los definidos por visiones de la sociedad claras, los que generaban (y se basaban en) identidades de clase, o de fe, apenas sobreviven. En Italia, ese país precursor al que observamos tan poco, el cambio empezó antes y ha llegado más lejos: del panorama político de los tiempos de Giulio Andreotti sólo queda la bandera. El caso de Francia es más radical aún que el italiano, quizá porque los partidos tradicionales reaccionaron después. En Alemania los partidos dominantes cada vez dominan menos. Y no me haga usted hablar de las Américas, con la efervescencia de nuevos partidos en los países iberoamericanos y la fagocitación del republicanismo por Trump en EEUU.

En España los partidos del viejo oligopolio se resisten como gato panza arriba, con un PP intentando canibalizar a sus aliados y un PSOE que para gobernar se ve reducido a pactar con partidos dedicados literalmente a destruir el sistema. Un sistema que sigue favoreciendo a los dos partidos que lo dominan, pero que hace aguas. El 90% de los españoles no confían en los partidos (frente al 75% de sus vecinos, según Eurostat). Las siglas sin contenido concreto, sin programa creíble y sin estabilidad proliferan. En España hay casi 5.000 organizaciones políticas distintas, la mayoría sólo a nivel local. En lo que esperamos a que se escriba el libro, le propongo una pequeña reflexión, poco rigurosa pero ilustrativa, sobre la evolución del caso italiano y sus paralelismos con el nuestro.

Italia combinó la decepción colectiva con un sistema de partidos corrupto e ineficaz (el escándalo Tangentopoli afectó a la sociedad italiana como la Gurtel a la española) con distintas fuerzas desestabilizadoras: la federalista Liga Norte, los neofascistas, el populismo de Berlusconi (y sus medios de comunicación), y una economía estancada cuya productividad no crecía. Los partidos tradicionales implosionaron, se fragmentaron, y fueron arrasados por nuevas opciones personalistas que rehicieron el mapa institucional. Llevaron a Italia al barranco varias veces, pero cada vuelta de tuerca traía evolución en el sistema político, con alianzas, refundaciones, nuevos jugadores de todo signo. Con el tiempo lo viejo y lo nuevo se han ido mezclando, y muchas de las tendencias que ahora son nuevas en otros países, allí se han normalizado. Y lo más sorprendente de todo es que el país ha llegado, a trompicones, a mejorar. Después de unos picos de faccionalismo llamativos, aunque lejanos de los ibéricos, parece que se hayan reconducido.

Yendo a la raíz (y pidiendo disculpas por las enormes simplificaciones), Italia tenía una partitocracia casi tan grave como la que padecemos ahora en España, con una colonización de la administración por los partidos, una corrupción y unas redes clientelares que se daban por irremediables. Esos partidos a su vez estaban estratificados, no respondían a la sociedad ni a sus militantes. La insatisfacción con ambas cosas ocasionó la primera explosión, en la que los partidos tradicionales se dividieron y disolvieron en una macedonia de opciones con frecuencia personalistas. Aquí estaríamos hablando tanto de los “nuevos partidos” (Podemos, Ciudadanos, Vox, CUP) como de la sucesión de nombres que ha ido adoptando el nacionalismo catalán de derechas para dejar atrás su pasado corrupto, y las escisiones y absorciones que lo han acompañado.

En la segunda fase, el factor determinante fue el faccionalismo impulsado por los medios de comunicación, el hundimiento del centro, y la fragilidad de los gobiernos. La emergencia de los “neofascistas”, una derecha nacionalista democrática con mal gusto al elegir nombre, y los radicales de la Liga, acompañados del oportunismo de Berlusconi, movilizaron a su vez a una oposición igualmente descentrada. El equivalente español es Pedro Sánchez, usando el hombre de paja de un supuesto franquismo (y también su poder sobre los medios) para intentar enardecer a la mitad de la población y consolidar un régimen personalista, librándose del control de una maquinaria de partido que ya le puso en la calle una vez; Vox sería la reacción, y JxCat un ejemplo de radicalización populista extrema y de uso sectario de los medios. En la tercera, la tuerca ha vuelto a girar. Aunque emergen coaliciones a izquierda y derecha, el voto sigue dividido en siete fuerzas polarizadas (y muchas más extraparlamentarias). Los proyectos caudillistas y el faccionalismo se han diluido sólo relativamente. Pero el árbitro del sistema, el ganador de las elecciones, no es uno de esos partidos, sino un movimiento ciudadano antiestablishment más centrado, con toques populistas, que aboga por la democracia directa y por quitar a los partidos la financiación pública (el Movimiento 5 Estrellas es muy difícil de etiquetar). Es decir, los ciudadanos siguen sin renunciar a una reforma de los partidos que los haga más receptivos, menos privilegiados y mucho más limpios. Italia ha experimentado reformas serias en busca de una representación efectiva (y un gobierno capaz de encontrar el crecimiento perdido en 1999). La reducción de parlamentarios en 2020 es sólo el último retoque de una oleada que empezó por la reforma electoral ya en 1993. Y siguen en ello. A diferencia de España, en Italia la sociedad civil no sólo bulle sino que se organiza y se moviliza al margen de los partidos, y se nota. Sin unanimidad obligatoria, la corrección política se cuestiona.

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En España no hemos salido de la fase faccionalista. Los partidos actuales no están consiguiendo resolver la insatisfacción de los ciudadanos, que les ven como parte del problema y rehuyen las urnas, especialmente en las zonas mas conflictivas.

Ciudadanos (el partido) fue una esperanza, pero se está diluyendo en la inconsistencia de predicar unas reformas que no practica internamente. El PP se comporta como un caníbal que se adorna con los restos de su presa para camuflarse, mientras el PSOE compite con la izquierda populista para movilizar colectivos cada vez más lejanos a las preocupaciones de la mayoría de los votantes. Podemos se derrite en su incoherencia, pero el populismo de izquierda radical permanece con otras siglas, sean Bildu o Más Madrid. Y los medios de comunicación aún están claramente al servicio de los grandes partidos (y del nacionalismo), pese a la ebullición de lanzamientos y de pequeños independientes.

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El futuro no es seguro, como dice la canción. Hay muchos posibles caminos. Si Sánchez sigue arrasando las instituciones del Estado de Derecho, podemos descender por el camino iliberal hasta donde nos permitan las correas europeas, que (lamentablemente) no son irrompibles. Si se pudre en su puesto, sólo para dejar caer el gobierno en manos de un PP sin intención reformista, el ciclo se repetirá (agravado) porque las causas seguirán ahí. Y el PP no puede estar seguro de ser el heredero, ni siquiera recurriendo a toques de caudillismo como en Madrid: imitar al populismo sólo da alas al populismo, y Vox ya no es una fuerza testimonial. Polonia y la República Checa no son Venezuela, pero tampoco son modelos ideales.

Si los medios e instituciones españolas son capaces de sacar la cabeza de donde la tengan metida, y los ciudadanos crean y respaldan una opción reformista, participativa, radical en lo importante y moderada en lo opinable, como fue la encabezada por Rivera hasta 2017 (o alguna de las opciones actuales sufre una inesperada mutación y asume el papel), tendremos una oportunidad. Si no, los niveles de paro y precariedad seguirán siendo los más altos de nuestro entorno, nuestros problemas de seguridad seguirán creciendo, nuestro presupuesto deficitario se hará cada vez más insostenible, y nuestras instituciones seguirán degradándose hasta no ser capaces de proteger nuestros derechos y libertades frente a los que ocupan la autoridad. Lo que está pasando en Cataluña se extenderá cada vez más abiertamente a otras administraciones. Corregirlo será mucho más difícil, y pasaremos mucho rato en manos de populismos.

La elección a la que nos enfrentamos todos (ciudadanos, políticos sensatos, sociedad civil, instituciones, medios, funcionarios) es sencilla. Se puede colaborar con lo que hay, sabiendo a dónde lleva, o se puede trabajar en corregirlo. Lo segundo puede costar y puede doler, como ya saben muchos; Inma Alcolea es un ejemplo extremo, el juez Llarena es otro, pero hay cientos de miles de funcionarios haciendo lo que deben y cuantos más sean, más difícil será abusar de ellos. Es como la vacuna. Podemos pasarlo mal, pero cerrar los ojos es peor, para nosotros y para los que queremos. Si suficiente gente se moviliza, la alternativa emergerá. Y al final, como en Italia, habrá que hacerlo. Mejor empezar pronto que tarde, y evitarnos las décadas perdidas.”

MIGUEL CORNEJO

Síguele en Twitter: @MiguelCornejoSE

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MIGUEL CORNEJO
 
Economista de formación, gestor de proyectos de profesión, aficionado a meterse en charcos —fundó Macuarium.com y Magma— y a hacer sonar campanas. Casado y navarrizado. Últimamente le dejan presidir la Asociación Pompaelo, un grupo apartidista que defiende la auténtica historia, la igualdad y la libertad en tierras del viejo reino.

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