Catalepsia nacional

Plantilla Julio Murillo

Algunas cosas no cambian nunca, ni siquiera pese al Covid. Un año más asistimos a la estampida canicular que vacía ciudades. Cual diligentes hormiguitas, cientos de miles de españolitos emprenden el anhelado éxodo al Ferragosto, esa fiesta heredada de la antigua Roma…

Ferragosto significa, literalmente, Feriae Augusti, o vacaciones de Octavio Augusto, el emperador; días de holganza en que los abrasados ciudadanos de las siete colinas huían de la urbe como alma que lleva el diablo, soñando con tirarse de bruces en la primera zanja de riego que les saliera al paso, o bajo la primera sombra que pudieran pillar. En aquellos tiempos, pese a las hambrunas, pestes y cartagineses toca pelotas, las cosas eran más fáciles. Se cargaba a la parienta, a los suegros y a los pueris et puellis en una carreta de bueyes, y arreando para la playa, en dirección a Brindisi. Y sin coronavirus, mascarillas, certificados de vacunación o códigos QR cincelados en tablilla de mármol por si te daba el alto un centurión quisquilloso en un peaje en la vía Apia. 

Y es que verano y actividad son términos incompatibles, antagónicos. Al borde de los cuarenta grados la vida colapsa, se suicida, fenece, se deshace como el queso de una fondue, y la irritabilidad que genera esa asfixia ambiental causa estragos.

Este verano, en Cataluña, al insufrible calor se han sumado varios incendios que no solo han arrasado cientos de hectáreas de bosque sino que han calcinado las pocas neuronas que a duras penas malvivían en el cerebro del nacionalista sediciosillo de tipo medio, que ante tamaña ecpirosis ha canalizado su frustración i mala llet arrojándose en brazos de las teorías conspiranoicas más descabelladas y las trifulcas más diversas. Permítanme hacer un breve e irónico repaso a todos los disparates, ocurrencias, declaraciones y sandeces que esta parroquia de majaderos ha protagonizado a lo largo de estos últimos días, porque la cosa ha ido decididamente a mucho peor.

Así hemos podido ver a un Albert Donaire –el mosso indepe que pudo reinar, a lo Rudyard Kipling, y que se quedó en mindundi y hazmerreír general– recoger y dar pábulo a tweets sin desperdicio, que apuntaban a que detrás de los incendios que han asolado el territorio quizá se oculta la zarpa peluda y simiesca de la maldita España. La cosa fue tal que así… Un tal Sergi Maraña –¡inmejorable apellido si lo que se busca es sembrar cizaña!–, juntaletras en posesión de título de periodista, encendió la mecha escribiendo en su cuenta: «(Sí…) Ya sé eso del calor, que hace tiempo que no llueve, y que la humedad es baja… ¿Pero no pensáis que todos estos incendios que sufrimos en Cataluña están provocados por pirómanos unionistas que odian a los catalanes?». Y Donaire no dudó en entrar al trapo: «Veo muchos comentarios sospechando que España está detrás de los incendios en Cataluña. No me extrañaría. Están dispuestos a todo con tal de destruir Cataluña. Y lo han demostrado a lo largo de la historia», escribió en Twitter, suscitando un animado y demencial intercambio de opiniones entre independentistas majaderos e independentistas majaderos non plus ultra. Baste decir que uno del sector non plus ultra remató: «Creo que no pasaría nada si se descubriera que es verdad. Recordad lo de Las Ramblas». Ante semejante barbaridad, Donaire no titubeó en apostillar: «Y otros tantos asuntos…»

En relación con los incendios, tampoco se privó del placer de desbarrar y mostrar su proverbial hispanofobia Miriam Nogueras (Junts per Cat) que publicó un trino –o quizá fue un relincho, no me acuerdo muy bien– en la red: «Es necesario recordar que Podemos y el PSOE-PSC imponen una ley de Bomberos que se carga cuanto desde Cataluña se intenta desde hace tiempo construir, pese a las limitaciones de ser una Autonomía. Sometidos a un Estado primitivo, desordenado, prepotente y acomplejado no avanzaremos nunca #independencia».

Afortunadamente los incendios pudieron ser controlados. Y en buena medida gracias a la decisiva intervención de la Unidad Militar de Emergencias (UME) del Ejército, que envió 26 vehículos y numerosos efectivos. A Laura Borras, que poco antes había culpado del desastre a España, le cayó la del pulpo en las redes y no le quedó otra que etiquetar en su tweet de agradecimiento a la UME y a la Guardia Civil. Pero eso sí, muy por detrás de la “cooperativa de payeses jubilados con mangueras de más de 50 metros y toma de agua”. Patético.

Y es que las redes, con este bautismo ígneo que nos cae del cielo, se han convertido en la oficina de todos los pirómanos de la política catalana. Con soltar un par de sandeces al día, con el aire acondicionado a tope, ya pueden justificar sus astronómicos sueldos. Sumamente divertido ha sido el encontronazo entre Ada Colau y Quim Torra. Hace pocos días, y por imperativo legal –eso que conste en acta–, la vergonzosa alcaldesa de la otrora “ciudad de los prodigios”, se vio obligada a colocar un retratito tamaño cuartillita de Felipe VI en el salón de plenos del ayuntamiento. Y ese experto en control de calidad de botijos que fue presidente de la Particularidad ni se lo pensó a la hora de disparar su dardo envenenado, riéndose de lo poco que a Ada le había durado la desobediencia. No como a él, que resistió cual gato panza arriba, aferrado a su pancarta, en aras de una inhabilitación millonaria. Ni que decir tiene que Torra quedó sepultado bajo los escombros de cientos de adoquinazos en forma de tweet.

Algo parecido le ha pasado a Lluis Llach, que entre lánguido suspiro de diván y agonía de hamaca y mojito, instó a las huestes esteladas a no dejar solos a los líderes del Procés, y a rascarse el bolsillo para salvar a Carles Puigdemont y demás embargados por el Tribunal de Cuentas, en un emotivo mensaje en el que venía a decir: “No les abandones, ellos nunca lo harían”. El bofetón dialéctico de centenares de lazis indignados resonó en Tegucigalpa. Se lo juro news…

El independentismo anda tremendamente cabreado. A matar. ERC y los casposos Convergentes (pues eso son y así acabarán) se odian profundamente. Y los de la CUP los odian a todos. El cupero de pueblo, hijo de carlista uniceja, odia a los burguesitos de la capital, y lo mismo ocurre a la inversa. No hay mejor modo de comprobarlo que seguir sus reyertas en las redes. Es mucho más divertido que cualquier abominable serie de Netflix. Se lo aseguro. Los seguidores de Pere «Garbancito» Aragonés se mofan del caradura de Puigdemont, y de la vida de oropel, avión privado y yate de Artur Mas. Y lo mismo hacen los devotos nacionalistas de la ultraderecha radical tope facha burlándose de la “Mesa de Negociación Bilateral”, de la madre que parió a Oriol Junqueras y del panículo adiposo de Gabriel Rufián. Esta gente es un cromo y hay que darles de comer aparte.

Además del cabreo que preside sus tristes vidas, digámoslo claramente, esta gente está, ahora mismo, hecha polvo. Al alma del nacionalista supremacista cebolludo ya solo le falta una cadena y una bola de plomo que arrastrar, entre lamentos, por los pasillos del lúgubre castillo milenario, porque todo se les cae a cachos. Cataluña sigue siendo, y será, una Comunidad Autónoma por los siglos de los siglos; saben que les han timado, que les han tomado el pelo, y que a sus líderes solo les importa la pasta que puedan sacarles, el coche oficial y el despacho. Los políticos catalanes, para mayor recochineo, andan a la greña con lo de la ampliación del Aeropuerto del Prat –¡Con Ada Colau y Quim Torra limando diferencias y oponiéndose al proyecto!–; los «indepes de la Meridiana» están hasta el gorro y ya no cortan el tráfico como Dios manda; los Mossos indepes odian a Trapero, que de héroe ha pasado a traidor, y le exigen que dimita; incluso la tristeza y el desengaño hace presa en el ánimo de los periodistas más adictos al régimen totalitario catalán, y Francesc-Marc Álvaro enjuaga sus lágrimas a base de tweets de arrebatada melancolía por lo que pudo ser y no fue…

Pero lo peor de todo no han sido los incendios, ni las declaraciones patéticas y habituales de estos majaderos: tampoco las trifulcas, ni el constatable cansancio del independentismo, que a duras penas reúne a diez o doce abuelos en una plaza o sobre un puente de autopista. No. Lo peor, lo dramático, lo irreparable, es que además de todo lo dicho se les va Messi –¡Y sin haber recitado a Jacinto Verdaguer en catalán!– porque el Barça está de capa caída y no hay monises ni calerons para pagar la fabulosa suma que supone tener en nómina unos años más a ese zoquete intelectual con pies de oro. Laporta echa la culpa de todo a la nefasta gestión y despilfarro de Bartomeu. Y el laziplanista estelado uniceja de nivel medio medio –es decir, el tarugo cum laude– despotrica y culpa a España de la pérdida del astro argentino por su normativa de control del gasto y deuda. Seguramente Messi derramará una lagrimita ante alguna cámara, dirá aquello tan catalán de «bon vent i barca nova, boludos» y hará las maletas camino de París, para incorporarse por dos o tres años al Paris Saint-Germain a razón de 40 millones de euros netos por temporada. Lo de Messi y el fútbol, en general, me parece una vergüenza moral, algo absolutamente indigno, pero ese es otro asunto.

Lo importante es que Cataluña, el Reino Milenario, está en shock, en estado cataléptico; es decir: progresa adecuadamente en su agonía a falta de una buena extremaunción.

Pero no teman, que aquí no pasa nada, porque la desmoralización, tristeza, cabreo, belicosidad y animadversión de todos ellos se diluirá cual azucarillo a la que llegue septiembre y nos acerquemos al 11-S y a posteriores efemérides del panteón místico de la «Eitsecons Republiqueta».

Por suerte la «Eitsecons Republiqueta» es el antídoto, el bálsamo de Fierabrás, para todos los males que nos aquejan.

De entrada ya hemos podido ver a una eufórica Elisenda Paluzie, con cara de hogaza de kilo a medio levar, presentando la camiseta de la Diada, tan hortera como todas las anteriores; de color rojo ladrillazo y tentetieso; estampada con el esperanzador eslogan “Luchemos y ganemos la independencia”. Y también hemos podido saber que en octubre tirarán la casa –es decir, el dinero de todos– por la ventana, con movilizaciones masivas que abarcarán, más allá de Cataluña, el «sancta sanctorum» del sur de Francia, donde fueron custodiadas las “Sagradas Urnas de Liberación Nacional”, que volverán a materializarse y a viajar por todo el Reino Milenario en olor de multitudes con y sin mascarilla.

En fin, no me digan que no se han reído, siquiera un poco, leyendo tanto disparate. De ser así, me doy por bien pagado, y ya solo me resta desearles unas agradables y refrescantes vacaciones sin hacer nada de nada. Pero nada, ¿eh? Sean felices. 

JULIO MURILLO

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