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Es tarde, pongo la tele y no hay nada potable; busco tertulias donde siempre y un señor me cuenta que la UE se está convirtiendo en la antigua URSS porque el relato que pretenden instaurar no era el que originalmente tuvieron los padres del invento y por ello, y solo por ello, es preciso que nos rebelemos —padre, madre, patria—. Ya no se trata de acuerdos comerciales y militares sino de ingeniería social, grabando a fuego en nuestras débiles mentes nuevos principios y valores fruto del totalitarismo neomarxista cultural, que generarán una perdida constante de libertades y derechos por doquier mediante los gobernantes cipayos.  

Abrumado por el mensaje, mientras el mismo señor trataba de convencerme para que me diera de alta en su club de amigos para poder seguir viéndole, cambio de canal para ver qué se cuece con la selección española después de haber conseguido pasar de ronda, derrotando en los penaltis a Suiza, y como me aburro un poco, porque se ponen a hablar con un jugador suizo de padres gallegos defendiendo a los perdedores por una falta que provocó una tarjeta roja, pierdo el interés y entro en twitter. Están todos liados con absurdeces en vez de alardear de que somos españoles y ganamos el partido, y me cuentan batallitas ajenas: “que si los vascos salvan a España”, “que si los del Madrid no quieren a España, porque no hay ninguno del Real”… Me aburren soberanamente, porque mientras discuten, me tratan de vender un tratamiento bucodental.

Husmeando por la red social me aparecen Errejón y Echenique diciendo sandeces, mezclando su política vomitiva con la pobre Monarquía; “que si el Rey emérito y Suiza”, “que si el Rey emérito y los Emiratos”… En fin, no les hago especial caso, ni tan siquiera leo los insultos, pues no merecen la pena. Es tarde y me aburren. No los insultos, que no he leído, sino los personajes, y la publicidad que me entra desde la red a la que no doy abasto a bloquear por afición.

Salgo un poco a la terraza del salón, corre una ligera y agradable brisa, que mitiga el calor de julio en Madrid, cuando, de súbito, el vecino del edificio de enfrente irrumpe en la silenciosa noche con una gran ventosidad, acompañada de su innecesaria pero correspondiente reflexión de viva voz, provocando una gran disputa, habitual por otro lado aunque esta vez trasnochada. No tiene secretos para el barrio, trabaja en la CAM de Madrid y vive con su mujer y su madre. La mujer está harta de fregar y lo pregona a gritos todo el día, especialmente porque disputa una batalla cultural con su suegra por los trapos de la cocina. La dueña de la casa ve como poco a poco pierde poder y hegemonía, me da pena. La anciana aún no reconoce que está harta de vivir, en general, y con ellos, en particular, aunque creo que lo piensa. Antes salía la mujer al balcón muy dicharachera mientras hablaba con la hermanas de Candeleda, pero una se cayó en la terraza y decidieron trasladarlas a una residencia y jamás se supo nada más de ellas, provocando la aparición del matrimonio siniestro.

Pero la protagonista era bien simpática, salía en camisón, a eso de las siete todas las tardes, para colgar sus enormes bragas blancas descoloridas por los miles de lavados a modo de bandera en la cuerda que atraviesa la terraza. Esas bragas marcaban su territorio, sin embargo ahora son los trapos de la cocina los que cuelgan, al igual que sus ilusiones. Es presa de los que gestionan su pensión a cambio de no dejarla hacer nada. Se encienden algunas luces por la algarabía, y al comprobar que son ellos, se vuelven a apagar. También aburren…

Finalmente voy al frigorífico y me pillo un helado que devoro en menos que canta un gallo. Mientras me lo como no hay que pensar demasiado, la única decisión importante es ver por dónde le vas hincando el diente. El disfrute es básico pero muy satisfactorio, pues no tengo a nadie detrás que me pregunte por qué me lo como; qué hago despierto a esas horas; por qué de un sabor y no de otro, o si dejo huella de CO2 mientras me lo como. De hecho con dos vecinos como el mío, lo de la huella contaminante suena a cachondeo. Mientras disfruto, por la otra terraza, la de la cocina, se escucha bronca en la calle. Normal. Es muy tarde y las bestias pardas van o vuelven, y mientras lo pienso compruebo con mi helado en la mano que la que me corresponde todavía no ha llegado a casa. Suspiro y mientras veo la habitación vacía suena el móvil; es mi cuota, que me avisa que tardará un poco más pero que está en la placita de abajo. Perfecto, le digo… ¿necesitas algo? «Sí, que me esperes despierto porque no llevo llaves».

Vuelvo a Twitter y a la tele, los del programa deportivo siguen discutiendo a gritos ahora, porque el entrenador Luis Enrique les vacila, y desde su posición los ningunea, y eso les cabrea, especialmente al director del programa, que como se cree una estrella mediática,considera que sus pensamientos sientan cátedra. Es un imbécil y algunos de los pelotas que lo acompañan dándole la razón, también. Busco algo desde el móvil en la red social, poca cosa; bueno, otro joven pensador, esta vez muy de derechas, afín a veces al canal de antes, porque lo llaman cuando necesitan becarios. Éste dice que si apagas la tele ya no hay “plandemia”. Le hago caso y apago la tele, y también el móvil. El estúpido del tuit en su día empezó a seguirme por las redes, incluso una vez se dirigió personalmente a mí por mensaje privado en la red para pedirme mi opinión sobre un asunto y referencias sobre mi bibliografía.  El iluso debió pensar que vivía de mis pensamientos, y al enviarle algunos enlaces dejo de seguirme. Otro que tal baila…

Definitivamente la suerte me acompaña, y me piden que abra la puerta del portal y de casa, “que ya sube” -dice-… Me marcho a dormir, necesito resetear para recargar hasta el día siguiente, que sin duda vendrá lleno de inputs que intentarán amargarme la existencia, aunque todo es posible hasta que algo me haga sonreír por su belleza y simpleza. Algo como un simple tuit de alguien absolutamente anónimo, que dice que “la vida es sencilla y hermosa y que el problema es que la complicáis”. Y lo acompaña con un vídeo donde sale mucha gente abrazada cantando juntos.  “Universitarios, deporte, minifaldas, camaradería… el mundo era precioso y lo habéis jodido” -dice-. “Todo es mejor cuando la siniestra izquierda no nos enfrenta por raza, sexo, credo, sexualidad o por si comemos lechuga o solomillo; cuando lo entendáis ya os habréis perdido lo mejor de vuestra vida y a este paso, estaréis muy delgados” -termina diciendo en otro mensaje-.

Miles de jóvenes cantan en un estadio universitario, al unísono, y en diferentes estaciones -por sus diferentes capas de abrigo- y lo hacían sin complejo alguno. Cantaban “Sweet Caroline” de Neil Diamond, un himno oficioso sin duda, pero un himno que los hacía libres y mejores personas.

Tenía que contarlo, gracias…    

FRANCISCO GÓMEZ VALENCIA

Puedes seguirle en Twitter en la cuenta @Sr_Gómez_

Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid en 1994 por lo tanto, Politólogo de profesión. Colaboro como Analista Político en medios radiofónicos y como Articulista de Opinión Política en diversos medios de prensa digital. De ideología caótica aunque siempre inclinado a la diestra con tintes de católico cultural poco comprometido, siento especialmente como España se descompone ante mis ojos sin poder hacer nada y me rebelo y me arranco a escribir y a hablar donde puedo y me dejan.

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