
Se diría que no teniendo suficientes problemas con la pandemia; con resolver la duda existencial de si enchufarse una segunda dosis de AstraZeneca u optar por la «Michelle Pfizer»; con sobrevivir a la galopante crisis económica que nos vacía de recursos; o con lograr llenar la despensa cada tantos días, necesitábamos meternos en un nuevo pantano y hundirnos hasta el cuello en una de esas controversias bizantinas que tanto nos gustan a los españoles. Me refiero, obviamente, a la zapatiesta de los indultos.
En otro de sus erráticos y de entrada incomprensibles movimientos tácticos, nuestro venerado presidente Pedro Sánchez, seguramente asesorado por Iván Redondo, su fiel escudero, ha decidido que ya es hora de indultar –en aras de la concordia entre los españoles de Mataró y los españoles de Bollullos del Condado–, a los muy totalitarios delincuentes golpistas catalanes. Si no tenían nada mejor que hacer, a todos nos hubiera gustado mucho ver cómo este par de luminarias, tras jurarse fidelidad eterna, se tiraba en plan «Thelma y Louise» por un barranco en un Simca 1000, con el “Te estoy amando locamente” de Las Grecas sonando en el cassette a todo trapo… Pero que si quieres arroz. Ellos creen que lo que ahora procede es elevar a unos vulgares y reprobables delincuentes a la categoría –¡ahora va a ser que sí!– de presos políticos, como muy bien apuntaba Alejandro Tercero en su última columna.
Como todos ustedes saben, el Tribunal Supremo ha emitido un informe tan demoledor como impecable. Un documento de 21 páginas de muy recomendable lectura. Las «ideas fuerza» del texto se resumen en que las sentencias son justas, equilibradas, y cuentan, además, con el respaldo del Tribunal Constitucional, el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, la Comisión de Venecia y, como guinda, con el beneplácito de Amnistía Internacional. Pone énfasis en que el delito de sedición no es un “precepto trasnochado” –su equivalente en las principales democracias del mundo está penado con condenas muchísimo más duras que llegan incluso a la cadena perpetua–; remarca también que la responsabilidad de los encausados no puede diluirse en lo colectivo, en ese espíritu fuenteovejunesco que tanto gusta a la turba a la hora de minimizar su responsabilidad personal; y concluye con dos ideas importantes: que los hechos de 2017 no se pueden entender como un problema de orden público, porque en ellos no hubo “nada de pacífico y democrático” y sí un frontal e intolerable “ataque a la paz y a la observancia de la leyes”, y termina recordando que los delincuentes no han mostrado el más mínimo arrepentimiento.
Pero Pedro Sánchez y su coro de iletrados insiste: el Gobierno tiene la prerrogativa de conceder indultos. Porque es conveniente, porque son buenos, justos, y destensan y relajan mucho, al tiempo en que recosen o zurcen socialmente que es un primor, y, además, no está bien que vivamos todos instalados eternamente en la “venganza y en la revancha” –doble adjetivación que el Presidente repitió cuatro veces sin que el sinónimo aporte matiz alguno–. Seguro que a millones de españoles, a los que estos «angélicos seres de amor y luz de Lledoners» han tildado de fascistas, ñordos, colonos y malparits durante años, les encantará saber que, además de lo dicho, son más vengativos, más ruines y más malos que Caín. Y eso va y nos lo suelta, para mayor pitorreo, uno al que echaron del PSOE y regresó, tras mucho maquiavelismo de bambalina, por la puerta trasera para entronizarse como autocrático y vengativo César al que nadie se atreve a cantarle las cuarenta.
De todos modos en este asunto de los indultos lo más significativo es que no complacen a nadie. A nadie. Y cuando algo no complace a nadie y a pesar de ello se insiste en implementarlo cabe preguntarse, a lo Cicerón, Cui prodest?, ¿a quién beneficia? Permítanme repasar el ánimo de los más diversos colectivos, a ver si sacamos algo en claro…
Empecemos por los interesados. Los delincuentes encarcelados reniegan del indulto. Aceptarían una amnistía, un referéndum, el derecho a la autodeterminación y, por descontado, una disculpa de todos los españoles fascistas por ser tan fascistas y maltratarlos. Eso, todavía. Pero un indulto va a ser que no. Ni siquiera lo han solicitado directamente. Piénsenlo: si Eduardo I de Inglaterra, el «zanquilargo», en vez de descuartizar a William Wallace le hubiese perdonado la vida, tras pasearlo con orejas de burro por su pueblo, y hubiera sepultado en oro, títulos y tierras a Robert Bruce, Escocia no hubiera sido, en su día, independiente. Una República milenaria requiere de un sólido panteón de mártires. El nacionalista catalán de soca-rel sin martirologio no es nada. Para Fray Oriol Junqueras y el resto de la tropa, la inmolación es deseable, pero el indulto es humillante. No solo no quieren disculparse por lo hecho, sino que se sienten orgullosos. Pura jactancia. Así lo ha confirmado, en un alegre relincho, Miriam Nogueras, portavoz de JxCat: “Decimos que lo volveremos a hacer. Nosotros no hemos llegado hasta aquí para que nadie nos perdone. Aquí solo cabe la amnistía; la amnistía y el derecho a la autodeterminación”. Mientras escribo esto, también escucho a Jordi Cuixart declarar en una entrevista: “Lo volveremos a hacer. Por eso no pedimos ninguna medida de gracia”. Blanco y en botella, leche.
Ocurre, además, que el indulto es lo que menos beneficia al nacionalismo, porque le desmonta el tinglado argumental y hace añicos su imagen. La más clara ha sido Elisenda Paluzie, la presidenta de ese poder “extramuros” que es la ANC: “(Los indultos no son deseables) porque políticamente nos desarmarían, e internacionalmente son nefastos (porque) muestran al Estado como benevolente”. Es decir: se acabó lo de que España es Turquía o que España es una democracia imperfecta. Cabe preguntarse de qué viviría toda esta parroquia de haraganes de acabarse a corto plazo el Procés. Adiós a todo. Adiós a los 11S multitudinarios; al negocio de camisetas y merchandising; a la venta de los carnets del Consell per la república de Carles Puigdemont; a las aportaciones a la «caja de resistencia»; adiós a las subvenciones, a los chiringuitos y al pastizal millonario de TVen3. Un desastre. Mejor la cárcel, de la que entran y salen a placer.
Los indultos tampoco serían aceptados por millones de españoles. En absoluto por los votantes de centro derecha. Pero tampoco por históricos del PSOE, como Felipe González o Alfonso Guerra, ni por muchos barones del partido, ni por miles de socialistas de base –alrededor del 60%– que no están por semejante despropósito. Solo los socialistas de “tercera vía”, representados por Miquel Iceta y Salvador Illa, apoyarían la concesión de esa medida de gracia. Ni que decir tiene que los catalanes constitucionalistas, que han sufrido durante 10 terribles años la arbitrariedad del nacionalismo, aún no están preparados para perdonar todas las vejaciones vividas. La sociedad catalana está absolutamente fracturada, rota, y no hay remiendos a corto o medio plazo.
Ante el rechazo mayoritario a los indultos, volvamos a la pregunta: Cui Prodest? ¿A quién beneficia esta medida? Pues parece claro, ¿no? El único que podría sacar rédito a este asunto es Pedro Sánchez. De estar a pocos meses vista de unas elecciones generales ni se le pasaría por la cabeza semejante majadería. Pero quedan 945 interminables días de legislatura oficial y la memoria es muy corta. Y de no ser corta ya se encargará él de tapar el incendio con otro incendio aún mayor, ¡será por incendios! Sánchez contentó a Pablo Iglesias exhumando a la momia de Paquito del Valle de los Caídos; a Arnaldo Otegui, a Iñigo Urkullu y al PNV, les ha pagado con el traspaso de competencias penitenciarias y con mucha pasta; y como anda necesitado de estabilidad y todavía quedan partidas por aprobar, necesita a ERC a cualquier precio, de ahí que le ponga a Pere Aragonès la miel del indulto en los labios. Miel que éste aceptará, a regañadientes, para «aligerar el dolor de los Presus Pulitics». Así, Sánchez, muy astutamente, se garantiza el apoyo de los republicanos, divide al independentismo, ningunea a Puigdemont, y vende su estrategia a la parroquia como el summum del altruismo, la altura de miras, y la «finezza» política solo al alcance de grandes estadistas como él.
Ahora mismo Pedro Sánchez juega, confiando en su proverbial buena suerte para salir indemne de todos los desaguisados que genera, con nitroglicerina. Si no recula en sus propósitos y este asunto se sale de madre, la explosión será de las que marcan época. Ignoro si Sánchez, aferrado a la balsa de Medusa, logrará agotar la legislatura, ya se verá, pero sí tengo claro que vamos a presenciar un vertiginoso hundimiento, muy rápido. Sánchez ya es una figura amortizada y el peor lastre para el PSOE. La pésima gestión de la crisis con Marruecos y la puesta en marcha de esos indeseables indultos ya tienen efectos visibles. Ayer una encuesta electoral de Sigma Dos para el diario El Mundo otorgaba al combinado PP-Vox 132 y 51 escaños respectivamente; es decir: mayoría absoluta, con una fuga de no menos de 300.000 votos socialistas que irían a parar al PP.
De todos modos, que nadie se equivoque; el estertor será largo. Como político mediocre, ególatra, carente de toda empatía, morirá matando. Y el paisaje tras la batalla será aterrador.
JULIO MURILLO
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Propuesta: ¿por que no convocamos concentraciones el 13 dejunio en todas las ciudades y pueblos de España para protestar contra el Sanchismo y sun sucios intereses personales, para todos los que no puede manifestarse en Madrid?
porfavor difundan esta propuesta por las RRSS
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