Cataluña, o la casa de «Tócame, Roque»

Plantilla Julio Murillo

Los que ya tengan una edad estarán familiarizados con una frase coloquial que por diversos motivos –el dicho fue inmortalizado por el dramaturgo Don Ramón de la Cruz en un sainete titulado “La Casa de Tócame Roque”– pasó a formar parte del rico refranero español.

Incluso los más jóvenes, por contexto o perífrasis, si escuchan a alguien exclamar «¡Esto es un sindiós, parece la Casa de Tócame Roque!», entenderán que se está haciendo referencia a algo caótico, una trifulca, un “pifostio” de mucho cuidado en el que unos pocos, o muchos, protagonizan una desavenencia convivencial que incluye lanzamiento de platos, cazuelas y cuchillos.

Permítanme una concisa explicación. La “Casa de Tócame Roque” hace referencia a una “corrala” –vivienda popular madrileña de varios pisos, muy castiza, habitada por muchas familias, con patio interior y corredor de balcones– que estaba situada en la calle del Barquillo, en el barrio de Justicia de la capital. Como todas las corralas madrileñas era sumamente bulliciosa, jaranera e impúdica, pues todos conocían al dedillo las intimidades y miserias de sus vecinos. La finca estaba habitada por 72 familias, que igual compartían cantarilla de vino barato en día de fiesta popular, que se atizaban sin clemencia alguna, cual verduleras de mercado, a la más mínima de cambio. En eso hemos cambiado poco, o nada: Pedro Almodóvar, puro y duro, pero en versión siglos XVII, XVIII y XIX.

Debido a diversas circunstancias muchos de los vecinos dejaron de pagar el alquiler. Comenzó entonces un goteo de desahucios –en aquellos días no contaban con cantamañanas de puñito alzado, como Pablo Iglesias o Ada Colau— que dejó a los propietarios de la finca, Juan y Roque, en una situación precaria que les llevó a solicitar al ayuntamiento el derribo de la corrala, a fin de vender el solar. Mientras los trámites se eternizaban, los vecinos se acuartelaron dispuestos a resistir contra viento y marea. Por un defecto de forma el testamento no especificaba cuál de los dos hermanos –que litigaban por el beneficio que pudiera generar la venta– debería recibir, como heredero, el dinero. Mientras uno de ellos clamaba: «¡Tócame (el dinero) a mí!»; el otro, replicaba: «¡Tócame, Roque!». La historia terminó con una monumental zapatiesta entre funcionarios del ayuntamiento, propietarios, inquilinos y vecinos del barrio.

Una vez contada la historia, vamos con la analogía. Baste decir que la muy castiza y muy española Cataluña es un calco de la «Casa de Tócame Roque». Piénsenlo bien. Tenemos aquí a dos “parientes” mal avenidos, Pere «garbancito» Aragonès y Carles «cocomocho» Puigdemont, al frente de dos grandes familias, ERC y Junts per Cat, peleando a cara de perro por la titularidad, uso y disfrute del edificio, solar o latifundio que para ellos representa esta bendita tierra dejada de la mano de Dios y de la Moreneta. Jamás ninguna de estas dos familias –fundadas por un pichidén golpista, muy fascista y de rojísimo pasado, y por un patriarca ladrón medio gagá, a los que veneran con absoluta devoción– se ha preocupado de administrar con prudencia y buen tino la finca, mantenerla en buen estado y velar por el interés de todos los vecinos, porque eso implicaría buen gobierno y mucho trabajo. Las dos familias llevan incontables años haciendo dejación de funciones, peleándose por el dinero y el poder, enfrentando y envenenando el ánimo de los inquilinos, tomando la parte por el todo, saltándose todas las leyes habidas y por haber, y dejando que la “corrala milenaria” se degrade y pierda todo su valor. Llevamos semanas, meses, viéndoles enfrentados, discutiendo cómo repartirse la “presidencia de la comunidad”, la vicepresidencia, las consejerías y los cargos de mayor relevancia a cuatro años vista. Más allá del latrocinio sistemático les importa todo una soberana higa. Podrían haber discutido sobre infinidad de asuntos vitales, acuciantes, pero no. Despachos, dinero, poder. Punto.

Más de la mitad de los “72 vecinos” –siguiendo con el sainete– con derecho a voto en nuestra corrala catalana está al borde de los nervios, agotada, harta, desmoralizada, y daría cualquier cosa con tal de perder de vista y para siempre a semejante pandilla de facinerosos, cualquier cosa para que las cosas cambiaran a mejor. La otra mitad (36 vecinos) que sigue a los amos del cotarro con fe ciega y sandalia en mano, también está muy harta, y sobre todo cabreada, muy cabreada. Les habían prometido una quimera y se sienten engañados.  Con la mitad de los votos de esa segunda mitad (18 vecinos, porque los otros 18 pasaron olímpicamente de ir a votar), obtenidos en las elecciones a la corrala, Aragonès y Puigdemont –y sus hijos cuperos pijoanarquistas–, pretenden seguir tocando poder, viviendo la vida loca, medrando y enriqueciendo a los suyos, mangoneando y controlando los medios de comunicación, haciendo y deshaciendo a placer. Voto arriba, voto abajo, cuenta cada uno de ellos con la confianza inquebrantable de 9 vecinos, lo que supone menos de un segundo de independencia unilateral por cabeza a día de hoy. Para echarse a llorar…

Y en esa guerra en absoluto soterrada las dos familias han pasado semanas, meses, enzarzadas. Porque en JxCat hay cientos de altos cargos chupando mensualmente entre 90.000 y 117.000 euros de la oficina central de la corrala (#CorralaMilenariaGenCat), y tropecientos cargos y puestos intermedios muy nutritivos que no pueden quedarse sin su trozo de pastel. Aunque se odian, se necesitan: por eso se reúnen, se mandan a la mierda, se vuelven a reunir, se desprecian, se citan nuevamente, pactan acuerdos de mínimos referidos solo al botín, al comercio y al bebercio a repartir bajo el arbitraje de los cuperos, sus hijos espurios. Qué mal debían estar las cosas para que los Comunes de Jéssica Albiach tiraran la toalla y abandonaran la mesa de negociación con el pitufo de ERC, necesitando como necesitan ejercer el poder y formar parte del Govern tras la debacle generalizada de Podemos, su marca matriz. De Salvador Illa mejor ni hablar. El nacionalismo aborrece incluso a sus más útiles y devotos mamporreros. Y el PSC siempre ha sido un partido de mamporreros. ERC nunca ha contemplado la posibilidad de un tripartito con ellos.

La guerra fratricida, aunque sea entre hermanastros bastardos, siempre es sucia. Pero ésta ha sido, además, seamos justos, sumamente hilarante; porque lo que hemos visto en pantalla ha sido una contienda entre fantoches sin credibilidad alguna. Carles Puigdemont, o en su ausencia, Jordi Sánchez, han orquestado campañas para hundir y difamar a ERC –¡albricias, ya no estamos solos, por fin somos todos unos malditos botiflers!–, y ahí va que te va Fredi Bentanachs, el fundador de Terra Lliure, a vociferar ante la sede de los Republicanos —«¡Junqueras, traidor, púdrete en prisión!»— hasta la afonía. 

Pero lo más aterrador, y capaz de helar la sangre a cualquiera, es cuando desde Waterloo dieron la orden —«¡Liberad al Kraken!»— a Pilar Rahola, que, con rostro desfigurado, sin bozal y sin faja de contención, se dedicó a grabar y disparar vídeos incendiarios a babor y a estribor. Esas andanadas de odio audiovisual dirigidas a la línea de flotación del barco presidencial de ERC irán, sin duda alguna a mucho más ahora que Pilarín ha perdido uno de sus púlpitos mediáticos más nutricionales. En La Vanguardia la han despedido sin contemplaciones. La periodista asegura que la orden «vino de arriba y más allá (de arriba)«; es decir: que el propio Dios está hasta el gorro de ella y ha tomado cartas en el asunto. Así que prepárense para verla a todas horas en TeVen3 e incluso en el bodrio programa de Marcela Topor, la reina del sopor.

Ante el embate de los Puigdemontianos, desde Lledoners, los de Fray Junqueras contraatacaron soltando a Rufino, el indepe fino, que ni corto ni perezoso acusó a los de JxCat de ser más hiper-ultra-mega fachas que los de Vox. Sumen a la zapatiesta a Jordi Cuixart que desbarró que es un primor; a una rama de la ANC pidiendo la independencia express; a una Laura Borràs dedicándose a poner corazoncitos a todos los que le decían algo bonito en Twitter, mientras expedía documentos de inmunidad parlamentaria que evitaran que la cupera Laia Estrada pasara una noche en el calabozo; y, finalmente, añadan al bochinche general al majadero supremo, el pastelero loco de Amer…

Mientras los suyos negociaban el reparto de dinero y poder, Puigdemont mataba las horas mandando traducciones de su Declaración Unilateral de Andapandansia a los cuatro rincones del planeta, en tibetano y otros ochocientos idiomas minoritarios; lanzando tweets reclamando la devolución de Ceuta y Melilla, ciudades africanas que jamás han sido españolas, al sátrapa de Rabat. Y entre una cosa y otra intentaba averiguar quién cojones — con perdón– le había robado la placa de su “Casa de la Republiqueta de la 13 Rue del Percebe” de la pilastra de entrada durante la noche.

Sí, Cataluña es, en resumen, “La Casa de Tócame Roque”; un frenopático en el que los locos han encerrado a los cuerdos; un continuo sinvivir; un circo de seres deformes dotados de un ADN superior; una chirigota; un esperpento valleinclanesco; la quintaesencia de la estulticia que puede alcanzar, a base de ímprobo esfuerzo, una sociedad decadente, acomplejada, adoctrinada, instalada en la molicie intelectual como única forma de vida criptobiótica, latente, en suspensión. Deberán pasar generaciones, muchos años, para que superemos esto…

No hay nada peor en esta ruinosa corrala catalana que no saber de qué mal nos toca morir. Afortunadamente la incógnita se ha despejado tras tres meses de incertidumbre. Parece ser que habemus papam… Los novios se han metido en el tálamo nupcial variando la postura sexual y han consumado, evitándonos, al menos, el engorro de tener que volver a pasar por las urnas para encontrarnos prácticamente en la misma vía muerta, voto arriba, voto abajo. Ya han repartido todo el pescado, la dote. Ya está todo vendido y bendecido. Parecía que Elsa «Clark Kent» Artadi sería vicepresidenta del nuevo Govern, pero ha declinado la oferta en el último momento. También lo ha hecho Josep Rius, otro firme candidato al cargo. Así que será Jordi Puigneró, un zumbado y firme defensor de la catalanidad de Cristóbal Colón y del descubrimiento de América, quien ocupe la vicepresidencia y nos dé días de gloriosa hilaridad.

Pero más allá del juego de la sillita JxCat se quedará con las consejerías más nutritivas y codiciadas y Aragonès será presidente mientras no levante mucho la voz ni contradiga al sátrapa de Waterloo ¿Programa de Govern de cara a la galería? Avanzar lo más rápido posible hacia la independencia mientras se le hace la vida imposible al odiado “país vecino”, se reclama mesa de negociación y se exigen indultos para presos y exiliados. ¿Objetivo real inconfesable? Embolsarse todo el dinero posible cuatro años más, favorecer a los suyos y seguir tensionando a la sociedad.

Bienvenidos, por tanto, a la legislatura de «Pulgarcito», o mejor dicho: del «Patufet» Pedro Aragonés García, presidente número 132 de La República Milenaria de la Rue del Percebe. Cuatro interminables años, si no se atizan antes entre ellos, que nos reportarán momentos de absoluta hilaridad y también muchos disgustos. Como de esta corrala de “Tócame Roque” no hay quien salga, les recomiendo lo que suelo recomendarles con frecuencia al terminar. Intenten ser felices en sus mundos y que estos indeseables fantoches no les roben nunca la risa.  

JULIO MURILLO

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