Pero ahí, en esa banda de la indecencia que constituye la izquierda, nadie dimite. Ellos no saben, ni quieren saber, qué significa la salud mental, el suicidio o la convivencia…

Vivimos y sufrimos, queridos lectores, un tiempo de impostura, de indecencia, de infinitos burladeros de la verdad camuflada tras la propaganda, con el único propósito de la supervivencia de tan solo unos pocos. Un auténtico laberinto para la razón, diseñado para perder la educación, la convivencia y los principios que nos inculcaron nuestros padres.

Esta mañana, sin ir más lejos, un joven de unos veintitantos años ha dejado su bicicleta en perpendicular a la acera, y cuando con absoluta educación le he dicho que la colocara bien por respeto a los demás, con insolencia me ha comenzado a vacilar.

Permítanme situarles. Estamos en la calle León de Madrid, en el corazón del Barrio de las Letras, que para más provocación a la decencia, en uno de sus laterales tiene una acera muy estrecha. Y ante mi solicitud, acompañada de un sincero y resignado «¡pero qué poca solidaridad y educación!», el joven me ha increpado, y con el pavoneo de un gallo de corral se ha preciado de sus malos modales como toda justificación, como revalidación de su derecho, y, claro está, como reafirmación de su tiranía. Yo diría que como clara muestra de su miserable indecencia.

Me he dado la vuelta y, mirándole a los ojos, le he llamado «miserable», y él, acobardado, ha huido después de colocar su bicicleta como Dios manda. La anécdota me ha hecho pensar en el cenagal de incivismo, incultura, malos modos, agresividad y vulgaridad, que nos encontramos a cada paso en nuestras calles, que no son más que un reflejo del Congreso de los Diputados, el corazón de la política que dirige, o más bien (des)gobierna, nuestros días.

Y así vemos que los que piden la dimisión del diputado popular que ha gritado a Iñigo Errejón «¡Vete al médico!» por su discursito pactado sobre la salud mental de los españoles, son los mismos que se burlaban de la enfermedad de Andrea Levy o llaman loca a Isabel Ayuso.  Y que además, con esa altanería y miserable discurso propagandístico, manifiestan su preocupación por el suicidio, cuando son ellos, por sus nefastas políticas, la primera causa de la muerte, la depresión y los trastornos emocionales que padecemos.

Debemos reforzar, y para siempre, nuestra memoria y abandonar ese perjudicial hábito español de la memoria de pez. Y para ello recordar cómo la podemita Ada Colau —la misma que ha llevado a la que antaño fue ciudad de los prodigios a la más alta cota de la miseria— se hizo famosa en las tertulias e informativos de las televisiones compradas publicitando el suicidio, con su plataforma Stop Desahucios, y repitiendo hasta la saciedad, con miserable indecencia, que los españoles nos quitábamos la vida por no poder pagar la hipoteca. 

¿Acaso los españoles nos tendremos que marchar de España para sobrevivir? ¡Ya está bien! Que dimitan y que se vayan ellos primero, después de pedir disculpas. Pero ahí, en esa banda de la indecencia que representa la izquierda, nadie dimite. Ellos no saben, ni quieren saber, qué significa la salud mental, el suicidio, la convivencia con todas sus cargas y dramas, y ni tan siquiera el mal que están ocasionando con su nefasta praxis a toda la ciudadanía. Que el cielo los confunda.

MANUEL ARTERO

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