
William Congreve escribió en 1697 que “Hell hath no fury like a woman scorned” —No hay furia en el infierno como una mujer rechazada—, y las Furias son los espíritus del castigo en la mitología griega. Dejando aparte el toque sexista, la frase ha triunfado porque es cierta. La sensación de dolor e incredulidad que produce la deserción o el abandono de la persona en la que se ha creído y de la que se ha esperado tanto, suele desembocar en reacciones de autodefensa y justificación violentas.
“Furia del infierno” es poco para lo que se puede desatar. La prueba más reciente está en lo que fue Ciudadanos.
La parte más grave, y que sigue sin salir en las fotos de los “analistas” mediáticos, es la de los miles de afiliados (y ex afiliados) y los cientos de miles de votantes que se sienten huérfanos porque el partido les ha dado la espalda. Más de un millón se quedó ya en casa en 2019, medio millón lo hizo en Febrero en Cataluña, y va a aumentar en Madrid. “Para mí votar a los que se han cargado el partido es inconcebible”, dice una que no votará en Madrid. “El camino a mi entender es que revienten, si no no se apartarán nunca”, dice otra que no votó en Cataluña.
No es simple desilusión, es rechazo activo, amargura, despecho. Y Ciudadanos no remontará hasta que entienda y resuelva la causa.
Este grupo aumenta cada día con el espectáculo de las andanadas de odio y descalificaciones que el partido dirige hacia quienes se hartan y se van, sea a su casa, a otro partido, o a otra lista como independientes. Quienes un día eran líderes respetados y trabajadores cualificados por el bien común, al día siguiente son descritos como chaqueteros de repetición, sin más motor que el dinero, sólo por haber perdido la fe o cambiado el modo de perseguirla. De baluartes del centrismo a corruptos vendidos en una tarde y contra toda evidencia.
La mecánica de autodefensa es simple. Si me deja, no es porque yo le esté tratando mal o tomando decisiones que no comparte, sino porque en el fondo esa persona era falsa y vil. Si se va con otro, es por malas artes y razones inconfesables. En el caso de un partido, se agrava porque se trata de ensuciar las salidas para negar los problemas ante los que quedan. Las razones dadas para salir se entierran en generalizaciones, simplificaciones y difamaciones a secas.
Sí, hay gente de la vieja estructura de poder de Hervías que se va porque ha perdido el pulso interno y ya no pinta nada. Pero ni ellos ni Hervías eran monstruos mercenarios, aunque construyeran un partido que no escuchaba a sus afiliados ni apreciaba el talento interno como debería. Creyeron en un liderazgo que les marcaba esas pautas (igual que el actual) y en la causa del centro reformista. Habrá mala gente entre ellos, pero no es la norma.
Y sí, hay gente que se va para seguir ocupando cargos, o no renuncia a sus actas. Pero eso no significa que lo hagan por vivir de la política (la política para muchos es perder dinero) sino para seguir influyendo, en la misma dirección que defendieron desde el partido. Con las mismas causas y valores que antes, pero bajo otra bandera o sin ninguna.
Y sí, seguramente hay casos realmente impresentables. Pero hay que demostrarlo, no difamar por aspersión.
Cualquier posibilidad de reconstruir un centro reformista que combata tanto a la partitocracia como a los nacionalismos pasa por dejar de imitarlos. Pasa por reconocer que las mayorías y las grandes organizaciones se construyen con gente que no piensa exactamente igual y no funciona con los mismos impulsos. Y que quien no nos considera la mejor opción no es necesariamente un traidor, un corrupto, o un incompetente. Pasa por la humildad de reconocer que si un millón de personas te dejan y no votan a nadie más, algo has hecho para que se sientan rechazadas. Pasa por corregir.
El despecho, y más si es manifiestamente una maniobra de autodefensa, no sólo no retiene a nadie sino que es un espectáculo repulsivo. Ver a líderes y activistas lanzar acusaciones sin pruebas e infundios injustificados a los que dejan el barco no sólo no hace volver a nadie sino que aleja a los que quedan y a los que se fueron (y hace que se pierda el respeto a esos líderes). Escuchar justificaciones que no se tienen de pie en lugar de ver actos de contrición agrava las cosas.
Ciudadanos no ha sido nunca un partido al uso, un partido de banderas y tribalismos. Si llegó a tener casi un 30% de la intención de voto fue por ser un partido de causas y valores, de candidatos cualificados y de esperanzas de cambio. Un partido para gente que piensa y juzga. Tratarles como a idiotas no funciona.
Ciudadanos no está muerto, pero va siendo hora de que haga implacable autocrítica. Si espera a junio ya será tarde.
MIGUEL CORNEJO
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