

Quiero explicarles cómo y por qué los «genios invisibles de la Ciudad-Mundo» decidieron convertir el problema sanitario de la pandemia del Covid 19, en la solución para unas economías occidentales que ya no saben cómo crecer y viven de prestado gracias a una gigantesca deuda pública.
Para ello les propongo un diálogo ficticio entre un atribulado Presidente del Gobierno del Primer Mundo y un as del universo, que le explica el plan y cuál es su papel.
No necesitamos inventar cómo se conocieron. Tampoco es relevante el lugar de la entrevista. No describiré sus caras, ni si son hombres o mujeres. Blancos, amarillos o negros es igual. Las cuestiones de raza siempre suenan a ideologías «suprelacistas».
Pero léanlo con atención porque quizás entiendan que el primer año del s. XXI fue 2020, el año del «Covid 19, Operación Acordeón».
– Gracias por recibirme, pero antes de seguir ejecutando las instrucciones que nos han sugerido, creía necesario que me respondiera a algunas dudas porque no termino de entender lo que estamos haciendo. Ni yo ni mis ciudadanos.
– Todo es muy sencillo. Muy simple. Nosotros tenemos fama de maléficos, pero no inventamos nada. La cuestión es que ustedes y su legión de amigos-asesores son incapaces de ver lo que tienen delante de sus narices.
– Yo sólo quiero tener más dinero para pagar los gastos derivados de la pandemia hasta que la cosa mejore.
– ¿Esa es toda su preocupación?¿A su país le faltó dinero para afrontar la crisis financiera de 2007?
– No.
– ¿Y les ha servido para algo?
– Sí, hemos podido pagar los gastos del Estado.
– ¿Su población ha crecido, su PIB ha aumentado, han puesto fin al paro?
– No.
– Pues eso significa que el brutal aumento de la masa monetaria por obra de los Bancos Centrales no les ha servido para mucho. Podíamos decir que en términos de crecimiento económico ha sido una década perdida. Y sin embargo, me sigue diciendo que su problema es tener más dinero. Más dinero sin intereses, claro.
– Sí. Eso es lo que me preocupa. Tener más dinero gratis para seguir pagando los gastos. Pensiones, funcionarios, salud…
– Si yo fuera un político esas serían mis preocupaciones para garantizar mi supervivencia electoral. Pero si fuese un líder le aseguro que mis inquietudes serían otras bien distintas. De más largo alcance, más patrióticas, podríamos decir.
– Créame que mi interés en absoluto es partidista. Sólo quiero cuidar de la gente.
– Pues parece que su ansiedad por disponer de más dinero no la comparten ni las empresas ni las familias. Ustedes les ofrecen préstamos muy baratos y no se endeudan ni aumentan sus gastos. ¿No se pregunta por qué ni invierten ni consumen cuando pueden hacerlo a un coste prácticamente cero?
– Es extraño, sí.
– ¿Sólo extraño? Ud seguirá teniendo dinero, vía deuda, para financiar su Estado. No obstante, sus dificultades no son financieras, sino algo mucho más prosaico: cómo va a hacer para que la gente tenga trabajo y no se siga empobreciendo, cómo va a conseguir que su país no sufra con la deslocalización de empresas, cómo logrará que ustedes no se conviertan en un gigantesco asilo de personas cada vez más y más mayores. En pocas palabras, su problema se reduce a que ustedes no crecen, a pesar de disponer de una montaña de dinero para gastar.
– ¿Y qué hago para lograrlo?
– ¡Ve como tenía razón cuando le decía que no ven nada! ¿Que qué hace? Podríamos decir que lo único que tiene que hacer es seguir las enseñanzas de la pandemia, que se resumen en menos gente para gastar menos y más destrucción para crecer más. El demógrafo Gaston Bouthoul y el economista Joseph Schumpeter le ayudarán a comprenderlo si quiere profundizar. Aunque no puedo ocultarle que también hay algo de nuestra propia cosecha.
– Supongo que es una broma.
– ¿La destrucción creativa de Schumpeter?
– Sí. Hay demasiadas empresas ineficientes como consecuencia del crédito barato, empresas zombi. El ajuste natural como consecuencia de la pandemia va a liquidar negocios obsoletos favoreciendo la innovación y la concentración económica.
– Empresas mejores, más grandes y más rentables.
– Pero no sólo eso. Ustedes tienen que ayudar a conseguir que sus países se conviertan en algo parecido a un yermo posbélico mediante un proceso de ruina selectiva, consistente en empobrecer a los ciudadanos y familias por el método de suprimir sus fuentes de riqueza.
– No tengo que hacerlo. Ya se ha encargado la pandemia.
– No creo que haya sido la única culpable. La acelerada destrucción económica es fruto de los confinamientos duros, la técnica que con la mínima fuerza y en el mínimo tiempo logra la máxima desvalorización de capital sin destruirlo. Pura magia. Un confinamiento prolongado es lo mismo que un cierre empresarial porque provoca el cese inmediato de actividades.
– ¿Por qué habla de «ruina selectiva»?
– Porque los estragos deben realizarse sin destrucción física y actuando con mayor intensidad sobre negocios intensivos en mano de obra que viven del consumo que ha quedado estrangulado por los confinamientos.
– Así se está haciendo, pero eso se debe a motivos sanitarios, no económicos. Sufren más aquellas actividades de gran concentración de personas y donde es obligada la distancia social.
– ¿Entonces por qué se permite la aglomeración en los suburbanos?
– No podemos parar todo.
– Claro que no, pero el foco debe ponerse en la restricción de las actividades con empleos de bajo valor añadido y que dependen del consumo minorista porque el objetivo es empobrecer, aunque sea temporalmente, a la clase media que aún no depende del Estado y que se niega a endeudarse y consumir. No cabe otra opción.
– Insisto en que no creo que reduzcamos la actividad económica con el afán de perjudicar a unos sí y a otros no. Eso sería perversidad. Quizás sólo estén equivocadas las recomendaciones científicas respecto a los cierres de determinados sectores.
– Sí. El principio de Hanlon, según el cual no culpes a la maldad de lo que puede ser explicado por la estupidez. Pero aquí no hay ni maldad ni estupidez. Simplemente es el plan tantas veces probado: cuanta mayor sea la destrucción hoy, mayor riqueza se creará mañana.
– Pero si pauperizamos a la población ahora la recuperación será muy lenta, pues ¿cómo vamos a recuperar el gasto privado si la gente se queda sin su puesto de trabajo, sin sus negocios o empresas?
– Nuestra urgente preocupación es la gigantesca deuda pública de sus Estados porque supone, entre otras cosas, riesgo de impago y una pesada carga para las futuras generaciones. Sin embargo, para ustedes los políticos no. No les preocupa en absoluto seguir aumentando su deuda para gastar más hoy y que pague la factura el que venga. Ahora bien, sí les quita el sueño la acelerada destrucción económica generada por los confinamientos, que en realidad sólo supone retrasar consumo. Les da igual lo que ocurra mañana porque son incapaces de diferir consumo hoy. ¡Grandes líderes!
¿La culpa la tengo yo, cuando usted me habla de que hay que empobrecer a la clase media?
– Por supuesto que son los responsables. Si hubiesen permitido que las economías se ajustaran solas de conformidad con el ciclo económico, y no usasen sus Estados para ganar elecciones haciendo clientelismo político, hoy no tendrían las cordilleras de deuda que nos obligan a nosotros a intervenir para arreglar sus desastres por métodos clandestinos y casi esotéricos.
– Sigue sin aclararme el dilema. Si genero pobreza ¿cómo voy a recuperar la economía antes de que se produzca un estallido social?
– Aquí aparece nuestra contribución realmente innovadora. Aquí es donde abandonamos el s. XX. para entrar en el XXI.
– Le escucho.
– Tenemos dos posibilidades. La primera consiste en cortarles a ustedes el grifo de la deuda gratuita. Se acabó el dinero. Eso supondría el fin del Estado de Bienestar. Si la deflación provocada por la pandemia y los confinamientos ha generado pánico, a pesar de que no ha faltado dinero; imagínese lo que supondría paralizar el gasto público.
– En términos de ortodoxia económica no nos vendría mal un ajuste, pero nuestras democracias no lo soportarían.
– La inviabilidad política de la primera posibilidad hace que sólo tengamos una solución.
– Veo una única alternativa, esto es, seguir aumentando la deuda a intereses negativos, pero hacer lo mismo no parece una solución.
– Nada va a ser igual. La solución la tienen delante y no la ven. O no la quieren ver: los Bancos Centrales van a realizar una gran emisión monetaria y ustedes van a hacer llegar ese dinero a los ciudadanos. A todos y sin intermediarios.
– Eso supondrá inflación.
Sí. El helicóptero del dinero llegará a las calles de la ciudad-mundo para celebrar el desfile de la victoria sobre la pandemia.
– ¿A todo el mundo?
– Sin excepción. Se lo darán incluso a los inmigrantes ilegales. Planes sociales generalizados y renta mínima universal. Pero esta vez no será un cuento.
– Habrá resistencias. La gente que trabaja y paga impuestos, no aceptará ganar lo mismo que los que no trabajan.
– No las habrá por la destrucción económica previa. Se emitirá moneda y se distribuirá «urbi et orbi» sin ningún obstáculo porque la población trabajadora ya estará diezmada y lo solicitará. Depauperada la sociedad todos recibirán el dinero como un maná. Los que no consumían por miedo al futuro, no tendrán más remedio que hacerlo. El empobrecimiento generalizado hará posible un largo periodo de inflación.
– Con el aumento del consumo mejorará la actividad económica y habrá crecimiento del PIB.
– Así será, aunque no sé por cuánto tiempo. No obstante, más allá de la momentánea euforia provocada por la emisión monetaria, esto hay que hacerlo porque la inflación es la única forma realista de conseguir que las gigantescas deudas de sus Estados puedan sostenerse. La otra alternativa era deflación e impago de deuda. Dado que ésta última posibilidad es políticamente inviable y la inflación nunca llegaba porque la gente se negó a gastar aunque dispusiese de dinero barato, no queda otra vía para producir inflación que, primero, prolongar la ruina económica iniciada por la pandemia, y después, emitir dinero para poner en marcha la recuperación y reducir deuda pública.
– Podremos recaudar más impuestos sin subir tipos, puesto que se incrementarán artificialmente las bases imponibles al aumentar la inflación.
– Con la deuda pasará al revés: se reducirá. Si ahora deben un millón de pesos y tienen una masa monetaria de cien mil pesos para pagarla, con una inflación superior, digamos al 3% anual durante un lustro, esos cien mil pesos iniciales se habrán multiplicado y dispondrán de una masa monetaria mayor para pagar la misma deuda de un millón, pues los intereses de ésta seguirán siendo muy bajos.
– Creo que es suficiente. Necesito asimilar esta conversación. Hablar con mis asesores.
– Sí. Espero que entiendan que la pandemia no es el problema, sino el evento que nos ha permitido ejecutar una «operación acordeón» a la economía mundial sin oposición ciudadana y en un tiempo récord.
– Lo he comprendido. Sin la destrucción económica que ha supuesto el Covid 19 y los confinamientos, no habría sido posible generar un proceso inflacionario aceptado por la población. Y sin inflación no se puede ejecutar la ampliación de capital que necesitaban las economías más desarrolladas antes de la pandemia para hacer sostenible nuestra «megadeuda» e iniciar un proceso de crecimiento económico, aunque esté basado en los débiles pilares de la emisión monetaria.
– Podría ser un buen resumen a tanta conversación. En definitiva,»Covid 19, Operación Acordeón».
– Entonces seguiremos pedaleando unos años más.
– Sí, no dejen de hacerlo porque se romperían la crisma. Mientras tanto nosotros seguiremos pensando en cómo hacer para que puedan continuar con esta larga travesía por el alambre.
Nota para censores y profesionales de la economía, entre otros: como es fácilmente constatable, éste diálogo ficticio no está basado en hechos reales. Cualquier parecido con la realidad será, por supuesto, pura coincidencia.
JORGE SÁNCHEZ DE CASTRO CALDERÓN
Puedes seguir a Jorge Sánchez de Castro Calderón en Twitter y también en su blog «El único Paraíso es el fiscal»
Estuve en la Facultad de CC. Políticas de la Complutense antes que Pablo Iglesias. Allí vi a gente de lo más variopinta… Un miembro de la Casa Real; un magistrado del Tribunal Supremo, que me anunció dónde iba a llegar, y hasta un gran maestro marxista que mudó en consejero «black». También conocí a Tocqueville, a Marx, a Maquiavelo y al sabio español Dalmacio Negro. Incluso a Kelsen y Carl Schmitt, cuya disputa intelectual creo que ganó Don Carl. Si con esto no les basta, les invito a entrar en Ataraxia Magazine o en mi página «El único paraíso es el fiscal».

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