Golpes de Estado sobre Washington

Plantilla Jorge Sánchez de Castro

Ni vacuna, ni pandemia, ni siquiera confinamiento. Las palabras clave para entender 2020 serán «operación acordeón» en lo económico, y «golpe de Estado» en lo político.

Sobre la «operación acordeón» a resultas del Covid 19 ya me extendí durante todo el año en diversos artículos.

Sobre los «golpes de Estado» propiciados por los confinamientos totales de marzo también, pero creo que merece la pena dedicar un poco más de atención a la idea por mor de aclarar el concepto y entender así mejor su pertinencia para explicar el año que acaba de terminar y lo que está ocurriendo en EE.UU.

Qué es un golpe de Estado

Desde finales del s. XVIII hasta la fecha, por «golpe de Estado» se suele entender la sustitución violenta, por obra de una facción, de un régimen político por otro.

El ejemplo paradigmático sería el del 18 Brumario (9 de noviembre de 1799) de Napoleón que acaba con la Revolución Francesa.

Sin embargo, el concepto originario de golpe de Estado es muy anterior y tiene una significación distinta.

«En el siglo XVII se llama «golpe de Estado» a la acción que decide algo importante para el bien del Estado y del príncipe, el acto extraordinario a que recurre un gobierno para lograr aquello que concibe como la salvación del Estado». (Louis Marin, «Por una teoría barroca de la acción política»)

Con ocasión de la histórica pandemia, 2020 ha contemplado varios acontecimientos políticos en distintos países y áreas geográficas que técnicamente pueden considerarse «golpes de Estado».   

¿Pero cuál ha sido el modelo? ¿El violento y personalista típico del siglo XIX o el que imponía la «razón de Estado»?

Antes de responder a la pregunta digamos que todos los golpes de Estado se basan en la convicción de los autores acerca de su urgente necesidad, y exigen el secreto para que la sorpresa defienda el éxito de la acción.   

Respecto a la fuerza, entendida como conjunto de medidas de presión que pretenden conseguir un fin político respetando o no el orden vigente, resulta imprescindible.  

No obstante, sólo se pondrá atención en la brutalidad del golpe cuando se hace por el capricho de un particular y resulta derrotado. Si es una confabulación de la oligarquía dominante, incluso la eventual violencia que pueda provocar la fuerza quedará sepultada por la solemne «razón de Estado».

En USA no hubo un golpe de Estado, sino dos

Teniendo presente la necesidad, el secretismo y la fuerza como elementos inseparables de los golpes de Estado, podemos decir que en EE.UU. sucedieron dos.  

El primero es el de la oligarquía partidocrática forzando, por su facilidad para la manipulación, un masivo voto por correo con la excusa de evitar la concentración de los votantes en las urnas al objeto de protegerles del covid 19.

En realidad el fraude electoral del Partido Demócrata se inició en sus propias primarias para liquidar al favorito Sanders en favor de Biden, con procesos escandalosos donde se paralizaba durante días el recuento de votos en mitad del escrutinio.  

Dado que en febrero de 2020 Trump fue absuelto por el Senado de los cargos de «abuso de poder» y «obstrucción del Congreso», el fraude electoral fue considerado una alternativa válida para derribar al Presidente.  

«Si nos ha servido para neutralizar a Sanders, por qué no utilizar el mismo método contra Trump» -debieron deducir-.

Éste golpe de Estado de la oligarquía partidocrática es de corte clásico, esto es, un hecho  excepcional que ejecuta la élite dominante para lograr aquello que entiende sirve al rescate del Estado, y que coincide con su interés en perpetuarse.

Trump denuncia el golpe de sus enemigos y utiliza todos los instrumentos legales disponibles para contrarrestarlo.

Pero ante el último trámite, cuando el Colegio Electoral tiene que confirmar o no a Biden, Trump decide dar un «putsch» al sistema: convoca a sus huestes ante el Capitolio para arengarles.

El decorado del golpe es perfecto, pues Trump sitúa de un lado a la oligarquía corrupta que pretende incumplir la decisión de la voluntad popular, y de otro al propio Trump que acaudilla al pueblo en defensa de sus derechos políticos violados.

La insistencia de Trump en denunciar el fraude tenía mucho del «juego del gallina»*, y entendió que caer por el precipicio era más coherente con su trayectoria que frenar el coche segundos antes del abismo.

Trump no sabía cómo terminar con dignidad su desafío y el golpe de Estado era la única forma de salvar su reputación.

Ahora bien, conviene insistir que el golpe de Trump no reside en el asalto al Capitolio por una turba sin voluntad ni capacidad de oponerse a las fuerzas de seguridad del Estado; sino en llevar a sus seguidores hasta la sede del Legislativo para coaccionar a éste como último recurso.  

Trump, paradójicamente, congrega a la parte del pueblo alérgico al colectivismo a una concentración de masas galvanizadas por un líder. 

El golpe del Presidente americano también fue clásico en cuanto no pretendía subvertir la república mediante la violencia, sino salvarla por medio de un acto extraordinario de fuerza: la presión a los dizque corruptos profesionales del Poder.

Consecuencias no previstas 

Lo ocurrido nos aporta dos innovaciones.

Por un lado, el Ejecutivo y el Legislativo, en un Estado con división de poderes, dieron dos «putsch».

Lo inaudito no lo encontramos en la invasión teatral de la sede parlamentaria, sino en un golpe de Estado convocado por el Presidente en respuesta al primer golpe de Estado de sus enemigos, que supuestamente querían utilizar el fraude electoral como forma de violentar los resultados de los comicios presidenciales.

Sin duda es un hito histórico porque lo ocurrido revela que los regímenes con división de poderes no quedan libres de los golpes de Estado de ambos poderes como forma de dirimir conflictos.

Han sido los golpes que describe Gabriel Naudé en «Consideraciones políticas sobre los golpes de Estado» (Tecnos) para proteger a la república, no los revolucionarios y violentos que se generalizan a partir del s. XIX. 

No obstante, en el caso de Trump no se sirvió del secreto porque necesitaba anunciar el golpe para que su convocatoria fuese multitudinaria. Esto provocó que sus adversarios tuviesen tiempo para transformar el golpe «trumpista» en un bumerán, por el sencillo procedimiento de facilitar el desborde de la multitud.  

Pero recuerden que también el secreto de los golpes de Estado reside en que se sabe cuándo empiezan pero no cuándo terminan.

Biden será Presidente, Trump no renovará en el cargo, pero está por ver si la audaz para unos, temeraria para casi todos, maniobra política de Trump ha sido inútil. 

Precisamente la segunda novedad consiste en que ha quedado demostrado que el Presidente saliente conserva iniciativa política para organizarse, pues tiene voluntad y capacidad de movilizar al electorado que hasta ahora nunca lo hacía. Es decir, no descarta jugar con los métodos de la izquierda para conseguir objetivos políticos de derechas.

En esto ha sido revolucionario.

Por ello es normal que la élite política aliada con el complejo tecnológico-empresarial formado por las redes sociales y las empresas que las monitorizan en su beneficio, quiera destruirle, arrancar de cuajo el «trumpismo», pues les ha enseñado que está dispuesto a combatir a la izquierda con sus mismas armas (la movilización popular) sin necesidad de que ardan las calles, pero con un objetivo político nítido: si no su destrucción, al menos su control. 

¿Qué hará Trump en la nueva situación política que él ha provocado?

¿Se rendirá o seguirá «jugando al gallina? *

* Juego del gallina: Comprenderán al instante a lo que me refiero si recuerdan a James Dean en “Rebelde sin causa” celebrar con otro joven una carrera de coches en dirección al vacío de un acantilado. El motivo de la disputa era acreditar quién era el más valiente, y el ganador resultaba ser quien frenaba más tarde, el último que se arrojaba del coche justo al límite del precipicio. El que tomaba antes la prudente decisión de parar era el perdedor, «el gallina”.

Trump con su último baño de masas demostró que jamás será «el gallina». Aunque se haya precipitado al abismo. 

JORGE SÁNCHEZ DE CASTRO CALDERÓN

Puedes seguir a Jorge Sánchez de Castro Calderón en Twitter y también en su blog «El único Paraíso es el fiscal»

Estuve en la Facultad de CC. Políticas de la Complutense antes que Pablo Iglesias. Allí vi a gente de lo más variopinta… Un miembro de la Casa Real; un magistrado del Tribunal Supremo, que me anunció dónde iba a llegar, y hasta un gran maestro marxista que mudó en consejero «black». También conocí a Tocqueville, a Marx, a Maquiavelo y al sabio español Dalmacio Negro. Incluso a Kelsen y Carl Schmitt, cuya disputa intelectual creo que ganó Don Carl. Si con esto no les basta, les invito a entrar en Ataraxia Magazine o en mi página «El único paraíso es el fiscal».

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