Objetivo: hundir a ERC

Plantilla Julio Murillo

Creo que no me equivoqué cuando días atrás les adelantaba que en la carrera de ratas que vamos a presenciar, bien provistos de palomitas, hasta el 14 de febrero –día en que los catalanes acudiremos pandémicos, hartos y bastante cabreados, a las urnas– no iban a faltar momentos hilarantes y gloriosos.

Soy de los que deplora sinceramente el devenir de la vida política, sea nacional o autonómica, porque creo que nunca antes la política había contribuido de modo tan volitivo a causar desunión, tristeza y problemas a la ciudadanía. Eso no se presta a muchas bromas; pero, al mismo tiempo, ante esa realidad, busco refugio en la ironía. El humor es una balsa de Medusa, una almadía a la que aferrarse en medio de la galerna. El día en que nos prohiban reír estallará la verdadera revolución.

Durante los años «de plomo» (2012-2017) del denominado procés –plomo no referido a las balas sino al plúmbeo rodillo antidemocrático con que el nacionalismo totalitario pulverizó el tablero de juego democrático— los catalanes no independentistas vivimos con absoluta angustia y miedo el irreversible, porque difícilmente se puede revertir, proceso de fragmentación social que suponía ese atropello unilateral. 

El hecho de que buena parte de la sociedad se lanzara, azuzada por una oligarquía de malnacidos, en brazos del paroxismo identitario, y decidiera pisotear, alegremente y sin clemencia, a sus conciudadanos, no tiene perdón de Dios. Esto es cierto. Esto es así, aquí y en Pernambuco, lo diga Einstein o el barquero de turno. No es de recibo, en ese sentido, que la imperiosa necesidad de estabilidad del Ejecutivo socialcomunista de Pedro Sánchez –que necesita más puntales que las fachadas de un pueblo abandonado del Far West almeriense para mantenerse en pie– hornee a fuego lento la hogaza de indultos, perdones, anulación de hipotecas y concesiones económicas que está dispuesto a pagar a cambio de mantenerse en el poder. Millones de españoles, muchos de ellos socialistas, no lo duden, vamos a tener que trasegar hectolitros de agua para deglutir ese infame trágala.

«No es de recibo, en ese sentido, que la imperiosa necesidad de estabilidad del Ejecutivo socialcomunista de Pedro Sánchez hornee a fuego lento la hogaza de indultos, perdones, anulación de hipotecas y concesiones económicas que está dispuesto a pagar a cambio de mantenerse en el poder...»

El gran error de los Gobiernos de la democracia, ya sean de izquierdas o de derechas, ha sido bailarle el agua a los nacionalismos “periféricos”. Poco importa que hablemos del chulesco José María Aznar, del inepto José Luis Rodriguez Zapatero, del pusilánime Mariano Rajoy, o del vergonzoso Pedro Sánchez. Todos ellos son de juzgado de guardia. Pan para hoy, hambre para mañana. La táctica del “pájaro en mano”, que tan bien han sabido jugar, durante décadas, partidos como el PNV o CiU ha resultado nefasta para España. Todo se resume en aquel truncado canturreo de las elecciones de 1996, en que el estribillo coreado por la derecha pasó, por arte de ensalmo, de ser «¡Pujol, enano, habla en castellano!» a «¡Pujol, guaperas, habla como quieras!»; o en el nefasto «¡Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán!» que el líder de la ceja fosilizada soltó, en un arrebato de monumental estulticia, en un abarrotado Palau Sant Jordi en 2003.

La España actual, seamos claros, nos la hemos ganado a pulso, señores. Salgamos bien llorados de casa. No somos votos libres. Somos votos cautivos, carentes de inteligencia. Votamos como borregos. Mucha rebeldía y mucha verborrea, pero acudimos a las urnas como ganado marcado a hierro candente, incapaces de castigar a los que nos engañan y manipulan. Hoy más que nunca tenemos un Congreso atomizado y enfrentado a cara de perro. Y un Parlament de Cataluña más fragmentado que una copa de cristal de Bohemia arrojada desde una azotea. Ni en el hemiciclo de la Kneset, el Parlamento israelí, con una docena de partidos batallando por 120 escaños, están así de divididos…

«La España actual, seamos claros, nos la hemos ganado a pulso, señores. Salgamos bien llorados de casa. No somos votos libres. Somos votos cautivos, carentes de inteligencia. Votamos como borregos...»

El «Posprocés» aboca a una Cataluña hecha añicos a unos comicios a los que concurrirán, si no me dejo a nadie, once formaciones: JxCat, PDeCat, ERC, CUP, Demòcrates de Catalunya (Antoni Castellà), PNC (Marta Pascal), PSC, Comunes, Ciudadanos, PP y Vox. El Parlament resultante puede ser el Corral de la Pacheca.

Curiosamente es en el muy dividido bloque nacionalista donde más agresividad, divergencia y desprecio se respira, porque prácticamente todos ellos se aborrecen entre sí. Solo la independencia es argamasa y común denominador. Detrás de ese objetivo supremo que adorna todos sus programas electorales, y que hoy por hoy saben inalcanzable, camuflan sus inconfesables propósitos: la hegemonía y control del poder territorial y del dinero. Y es en esa tesitura cuando se sueltan el pelo y airean en medios y redes toda su inquina, suscitando esa bendita hilaridad a la que me refería al comienzo de estas líneas…

Imagino que habrán reparado en la sañuda campaña de acoso y derribo orquestada por orden del orate de Waterloo. Carles Puigdemont no está dispuesto a que ERC se haga con la presidencia de la Generalitat, y a tal efecto las hordas de JuntsXCat ponen toda la carne en el asador para que el día 15 de febrero fray Oriol «de la Buena Andorga» Junqueras se despierte chupando una cuchara de palo y sentado sobre una calabaza, como ya ocurrió en 2017, con todas las encuestas a su favor. Es la guerra, y todo vale.

«El odio y el veneno van indisociablemente unidos al nacionalismo supremacista. Primero destruyen al diferente, al opositor que no se somete a sus designios, lo señalan, denigran y marginan; después, a falta de enemigo mayor, destruyen al semejante...»

En la fábula atribuida a Esopo, el escorpión mata a la rana que le ayuda a vadear el río, aduciendo: «no puedo evitarlo; inocular veneno forma parte de mi naturaleza». El odio y el veneno van indisociablemente unidos al nacionalismo supremacista. Primero destruyen al diferente, al opositor que no se somete a sus designios, lo señalan, denigran y marginan; después, a falta de enemigo mayor, destruyen al semejante.

A los de ERC les está cayendo, desde hace días, la del pulpo. A Chakir El Homrani, Consejero de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia, le exigen la dimisión cada diez minutos. Cada vez que Gabriel Rufián, Marta Rovira o Pere Aragonès abren la boca en las redes, un enjambre de puigdemontistas se les tira a la yugular, dispuestos a darles una lección semántica sobre la sinonimia de la palabra cerdo en varios idiomas. Lo más suave que les regalan es lo de “vendidos”, “traidores”, “malparits”, “colaboracionistas” o “botiflers”. Lo más fuerte no es publicable en medio alguno. No contentos con eso vandalizan una y otra vez sus sedes –la de Mataró ha sufrido repetidos ataques en poco tiempo–, dejando constancia de que son unas «ratas españolas», y firmando la visita como “Cat 33” (el 33 equivale en código alfanumérico a “CC”, o “Cataluña Catalana”; los nazis usaban el 88, o HH, “Heil Hitler”). Para mayor escarnio hacen correr memes gráficos por Twitter traduciendo el acrónimo de ERC como “España Recupera Cataluña”.

Pero ha sido curiosamente Carme Forcadell, la expresidenta del Parlament de Cataluña –la exaltada que conminaba a Artur Mas a poner las urnas–, quien más ha concentrado las iras de los seguidores de Puigdemont, a raíz de un tweet en el que da la bienvenida al partido y a sus listas electorales a Carles Castillo, exdiputado del PSC que en el pasado se mostró tremendamente crítico con el independentismo, llegando a afirmar que lo que habían hecho los nacionalistas no merecía ni olvido ni perdón. Busquen en la red social y lean lo que le dicen a Forcadell. Es puro amor. Esta gente da mucho miedo.

«En la Cataluña posprocés camino de las elecciones, papeles y roles han cambiado de bando por completo. Los que antaño hacían gala del «seny» pujolista –los del “avui paciencia, demá independencia”— han trocado en yihadistas, en talibanes…»

En la Cataluña posprocés camino de las elecciones, papeles y roles han cambiado de bando por completo. Los que antaño hacían gala del «seny» pujolista –los del “avui paciencia, demá independencia”— han trocado en yihadistas, en talibanes, en arrauxats; mientras que los herederos del pasado más radical y fascista –con himno fascista incluido– apuestan ahora por una independencia mágica, basada en el pragmatismo, el pacto y la paciencia, haciendo suyo el coloquialismo «de mica en mica s’omple la pica» (poco a poco se llena el fregadero).

Y en medio de ese “fregado”, perplejos y hartos, estamos todos, ustedes y yo, temiendo que todo siga igual el día 15. Protéjanse y sean felices. Y rían todo lo que puedan.

La risa es un arma cargada de futuro y dignidad.

JULIO MURILLO

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Autor- Julio Murillo

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