La España templada


Plantilla Juan Poz

 Hace tiempo escribí un panfleto, La España vulgar, en el que quería, por vía indirecta, elogiar la España contraria, esto es, la España sensata, trabajadora, creativa, solidaria y ajena a las memeces de la corrección política que amenaza con convertirnos a todos en súbditos, a nuestro pesar, de un poder dictatorial que imponga las sandeces y los desvaríos de unas minorías dispuestas a comprar el voto con los dineros públicos en forma de ayudas directas no al desarrollo y a  la iniciativa creadora individual, sino a la sumisión y a la pigricia...

Un artículo político. Una necesidad nacional. 

…Tenía previsto escribir otro que se titulase La España ilustrada, a modo de réplica al publicado, pero otros menesteres me han distraído de ello, de ahí que, con este artículo para Ataraxia Magazine, quiera remediar en parte mi propia incuria.

Estamos inmersos en una situación política que, de un día para otro, a la que se llegue al desafío de la desobediencia como acto político, puede degradar tanto nuestra democracia que los deletéreos efectos de la «moción destructiva» van a ser juego de niños, si comparados con todos esos disparates de las nuevas ideologías excluyentes que se empeñan en polarizar todo lo polarizable, no dejando ni un centímetro cuadrado de terreno para establecer un espacio de acuerdo que nos permita, desde el respeto exigible a las posiciones legitimas y constitucionales de cada cual, llegar a acuerdos.

La convivencia, pues, es lo que está amenazado, no las conquistas sociales de tantos años de democracia, el más largo periodo de estabilidad democrática y progreso que ha tenido jamás en su Historia nuestro país. Corremos el riesgo, por lo tanto, de echar por tierra este brillante legado y volver a enfrascarnos en una dialéctica de rechazos, exclusiones y exorcismos que no permita ni siquiera compartir los mismos significados de las mismas palabras que han servido a no pocas generaciones, antes de la presente, para entenderse y salvar, mediante el consenso, situaciones tan imprevisibles como el fin de la dictadura de Franco, por ejemplo o el paso de una economía autocrática a una economía libre, homologable con la de nuestro ámbito continental.

«Corremos el riesgo de echar por tierra este brillante legado y volver a enfrascarnos en una dialéctica de rechazos, exclusiones y exorcismos que no permita ni siquiera compartir los mismos significados de las mismas palabras que han servido a no pocas generaciones, antes de la presente…»

Ahora mismo, ya, incluso echar las cuentas de la enorme responsabilidad que en el actual estado de cosas ha tenido la ambición personal de un líder como Pedro Sánchez, que ha antepuesto la obtención del Poder, con esa mayúscula con que él suele ostentarlo, al establecimiento de un programa de gobierno que «responda» a las necesidades de «todos» los ciudadanos, independientemente de a quiénes hayan votado, se vuelve  algo absurdo o despreciable: estamos al borde del abismo, y es el abismo, como sostenía Nietzsche, el que nos está mirando a nosotros, y revelándonos el horror de una parálisis, alimentada por esa soberbia de la gobernación, al margen de los medios con que se ejerce, que no son otros que la semilla aciaga de la discordia.

«Estamos al borde del abismo, y es el abismo, como sostenía Nietzsche, el que nos está mirando a nosotros, y revelándonos el horror de una parálisis, alimentada por esa soberbia de la gobernación…»

Hay, sí, como entre las tres Gracias, un despreciable concurso de belleza electoral, y la manzana de Eris no nos va a traer nada que no sea el equivalente de la Guerra de Troya, porque aquí no nos cuesta dividirnos entre los tirios y los troyanos del dicho para armar la marimorena y perder cuanto la Transición del 78, un ejemplo de tolerancia, consiguió para todos los españoles, en términos de paz y prosperidad, ahora seriamente amenazadas.

Da igual si las mentiras continuas de un líder sin carisma, la soberbia encarnación de la mediocridad pequeñoburguesa disfrazada de radical de izquierdas, nos ha traído hasta este borde abismático. De lo que se trata, y con cierta urgencia, es de apartarnos de él, de dar seguros pasos hacia atrás que nos permitan recomponer lo más parecido a una situación política que no esté alimentando de forma constante el enfrentamiento, porque no son los partidos quienes pierden estos o aquellos votos, sino el propio sistema en su conjunto, con el hastío de los votantes que reniegan de una democracia que, como se ha visto en la pandemia, nos ha traído diecisiete carísimas superestructuras de poder incapaces de coordinar una línea de actuación clara e indiscutible -desde el punto de vista científico-; diecisiete autonomías que solo nos han demostrado el altísimo grado de ineficacia administrativa a que se puede llegar en un país tan relativamente pequeño como el nuestro y tan lleno de soberbias nacionalistas infumables, xenófobas y autoritarias.

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Hemos de procurar reconducir la situación hacia la consecución de una «España templada» que evite la visceralidad, el insulto, la demasiado extendida argumentación ad hominem y, sobre todo, que no trate de imponer un discurso ideológico como verdad «establecida» e irrefragable, porque creerse en posesión de la verdad histórica no supone sino alimentar con munición muy sensible una batalla que no se ha de dirimir con leyes en el BOE, sino con debates en la sociedad que, a través de la racionalidad, consiga ir creando lo que todos entendemos como un consenso colectivo de mínimos sobre nuestra propia Historia, sobre nuestras tradiciones, costumbres e incluso sobre nuestra lengua, porque, de no hacerlo, va a llegar un momento en que los usos lingüísticos se habrán distanciado tanto que se nos va a convertir el español, en España, en dos lenguas extrañas la una a la otra, a fuerza de pelearnos para establecer la primacía de un sentido u otro de los conceptos habituales con que solemos polemizar, discutir o agredirnos, que de todo hacemos.

«Hemos de procurar reconducir la situación hacia la consecución de una «España templada» que evite la visceralidad, el insulto, la demasiado extendida argumentación ad hominem y, sobre todo, que no trate de imponer un discurso ideológico como verdad «establecida» e irrefragable…»

Ahora mismo la agitación y la propaganda han sustituido el sereno reflexionar y la serena exposición de ideas sobre nosotros y nuestra realidad que nos permitan afrontar la seria situación en que nos está dejando la pandemia, a pesar de las ayudas que la UE pueda haber arbitrado para ayudar a todos los países. Al margen de esas ayudas, está claro que nuestra situación económica debería de haber promovido una suerte de Pactos de la Moncloa que el actual gobierno ha sido incapaz de convocar y alentar para favorecer ese acuerdo «de mínimos» que permitiera a todas las fuerzas políticas sentirse corresponsables y copartícipes.

Si la responsabilidad de todos nuestros males, desde el lado de la soberbia, se han materializado en la construcción de un relato de la «vuelta del fascismo» —¡hasta con su ridículo y correspondiente «¡No pasarán!», que ya caracterizara Marx en el 18 Brumario!—, y de la parte adversa se ha cometido la osadía de achacar a la responsabilidad del archiincompetente Gobierno de coalición la responsabilidad de todas y cada una de las muertes de la pandemia, qué duda cabe de que se han zanjado, apuntalado y entarimado, las trincheras desde las que va a hablar la irracionalidad del fuego a discreción en vez del análisis sosegado, matizado y racional que requiere nuestra actual situación. Templemos (acepciones 1,2,5 y, metafóricamente, 7 y 15) nuestros necios ardores heteróclitos, destemplemos los tambores apocalípticos y, más allá de las concepciones cada vez más divergentes sobre lo que ha de ser España, busquemos el clásico denominador común que una, al menos, a la gran mayoría de ese 80% de españoles que quiere seguir siéndolo, con el preceptivo respeto a las minorías que acepten, dentro del marco legal de nuestra Constitución, y sin intentar violarlo, su condición de tales y, por supuesto, su legitimidad para aspirar o a formar parte de esa amplísima mayoría, sumándose, o a sustituirla, legalmente, por otra.

«Más allá de las concepciones cada vez más divergentes sobre lo que ha de ser España, busquemos el clásico denominador común que una, al menos, a la gran mayoría de ese 80% de españoles que quiere seguir siéndolo…»

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Entiéndaseme, no intento simplemente loar las virtudes de un pactismo a ultranza que salve las discrepancias y los conflictos que han de ser, en democracia, el pan nuestro de cada día. Abogo, en todo caso, por desistir del emponzoñamiento deliberado y consciente de la convivencia como arma de acción política,

Tenemos una larguísima historia de guerras civiles, de desencuentros, de enfrentamientos, de descalificaciones, de insultos, de amenazas, de venganzas por todos los medios imaginables…; pero a ello quiso poner fin la Constitución del 78, a la que apelo —incluidas las reformas imprescindibles que han de tener el aval del consenso mayoritario— para que detengamos el más que peligroso deslizamiento, sobre todo desde las diferentes instancias de gobierno, municipal, autonómico y central, hacia un clima irrespirable que propicie lo que espero que solo desee una minoría, aunque, ¡por primera vez desde el 78!, esas minorías estén incomprensiblemente ejerciendo el poder desde los más altos puestos del Gobierno de la nación.

La invasión de las redes públicas por la agitación y propaganda política, mezclando de un modo muy desafortunado los niveles de reflexión y aun de expresión con las comprensiblemente humanas expansiones individuales de quienes no tienen acceso al poder ejecutivo, lo único que ha hecho ha sido crear una confusión, un matalotaje que no ha llevado a la «elevación» intelectual de quienes *exabruptean o embisten, a falta de armas con las que razonar, sino al pandemonio actual en el que, para gritar más alto —en vez de hablar más sensato, con el riesgo de pasar desapercibido—, la política —los políticos, principalmente— se ha hundido en la ciénaga deletérea de la visceralidad y la bronca.

Y en esas estamos. ¡Ojalá se esté preparando ya, para las próximas elecciones, tanto en Cataluña como en España, la verdadera «España templada» que nos devuelva la dignidad de ciudadanos educados, respetuosos, tolerantes, cultos, libres e iguales en los derechos y en los deberes!

¿Quién es capaz de no apuntarse a ella?         

JUAN POZ

Puedes seguir a Juan Poz en Twitter como @JuanPoz9 y también en su excelente blog de crítica cinematográfica «El Ojo Cosmológico de Juan Poz» y en su blog de crítica literaria «Diario de un artista desencajado»

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Autor- Juan Poz

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