¿Por qué creemos ser mejores de lo que somos?

¿Por qué creemos que somos mejores de lo que somos? Es más… ¿Por qué creemos que somos mejores de lo que somos al tiempo en que pensamos que todos los demás son idiotas? ¿Buena pregunta, verdad?

Hay un chiste (en realidad no estoy seguro de que sea un chiste) que dice así; “España es un señor dando de comer a los patos apoyado en un cartel de prohibido dar de comer a los patos y quejándose de lo gordos que están”. Me parece una descripción muy gráfica que, aparte de graciosa, encierra mucha verdad. Y aunque esa actitud no viene de ahora, creo que el año 2020 ha sido un ejemplo perfecto de esto.

Porque hemos tenido más normas y restricciones de las que recuerdo en muchos años. Sobre el uso de mascarillas y la obligatoriedad de portarlas primero en lugares públicos cerrados y luego en todas partes, sobre la hora a la que podemos salir a la calle, sobre las áreas en las que podemos movernos, sobre el número de personas que pueden viajar en el mismo vehículo, sobre el número de personas que pueden reunirse, y la madre de todas las restricciones; la clausura de bares y restaurantes. Restricciones que han ido variando a medida que los “expertos” modificaban su criterio sobre las mismas. Además, nos han enseñado a lavarnos las manos, a estornudar y hasta a saludarnos. Prácticamente nos han dicho como debemos comportarnos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.

«Yo, por ejemplo, siempre me he resistido y sigo haciéndolo, a chocar el codo con el de otra persona, ¿qué hay de malo en un simple “hola”? ¿Es necesario saludarse como si estuviésemos ensayando la coreografía de “el baile de los pajaritos”?»

Y estoy seguro de que no ha habido ni una sola medida que haya obtenido el beneplácito de todo el mundo. Que tire la primera piedra quien no haya proferido una sola queja sobre alguna de las medidas que nos han aplicado. Yo, por ejemplo, siempre me he resistido y sigo haciéndolo, a chocar el codo con el de otra persona, ¿qué hay de malo en un simple “hola”? ¿Es necesario saludarse como si estuviésemos ensayando la coreografía de “el baile de los pajaritos”? El caso es que con razón o sin ella, todos nos hemos quejado en un momento dado. Juro que he visto gente sin mascarilla quejándose de que los demás no la llevaban. Y es que hay que reconocer que en general nos molesta que nos digan lo que debemos o no hacer. Nos molesta que nos obliguen a desinfectarnos las manos en cada local al que entramos cuando vamos a un centro comercial, pero también nos molesta que haya demasiadas personas en esos centros, al tiempo que proclamamos que la gente es irresponsable. La gente, claro está, son los demás, no nosotros.

Porque a la hora de protestar por algo es esencial disponer de alguien a quien señalar como culpable, tener un objetivo sobre el que cargar la responsabilidad de todo, es muy cómodo, y si además ese objetivo es el gobierno de turno, entonces el placer será doble. Lo curioso es ver a algunas personas culpar al gobierno de la nación por tomar ciertas medidas y al mismo tiempo defender al gobierno autonómico cuando tiempo después toma exactamente las mismas medidas. Siempre y cuando las mencionadas administraciones pertenezcan a partidos políticos antagonistas. No quiero decir que los políticos no tengan la culpa de muchas de las desgracias que aquejan a este país, probablemente sean responsables en mayor medida de la que nos pensamos, pero esa no es la cuestión. A lo que voy es a esa tendencia que tenemos de juzgar a “la sociedad” al tiempo que nos distanciamos, como si nosotros no formáramos parte de ella. Como si lo que ocurre a nuestro alrededor no tuviera nada que ver con nosotros. Como si los irresponsables, los incívicos y los insolidarios fueran siempre los demás. Sin tener en cuenta que nosotros, somos los demás de los demás.

«A lo que voy es a esa tendencia que tenemos de juzgar a “la sociedad” al tiempo que nos distanciamos, como si nosotros no formáramos parte de ella. Como si lo que ocurre a nuestro alrededor no tuviera nada que ver con nosotros…»

Sirva como ejemplo las rotondas, esas odiosas construcciones viales cuyo presunto objetivo es facilitar la circulación, pero que en la práctica actúan como promotores del uso indiscriminado del claxon y del lenguaje malsonante. Preguntad a cualquier conductor y responderá que nadie circula correctamente por las rotondas, excepto él, claro. Quien dice las rotondas dice cualquier otro tramo asfaltado por el que circulemos, pues no hay duda de que cuando estamos al volante nos sentimos como un cruzado solitario atravesando tierra hostil en la que cada vehículo que se cruza en nuestro camino es un potencial enemigo. Y es que la gente no sabe comportarse, ¿por qué no pueden ser como yo?

¿Habéis oído eso de que cada español lleva dentro a un entrenador de futbol? Yo iría más allá, yo diría que además llevamos dentro a un presidente de gobierno, un epidemiólogo, un crítico de cine, un estilista, un decorador de interiores, un dietista, un asesor de imagen, y una larga lista de cosas sobre las que en un momento dado hemos tenido la certeza de saber más que los demás. 

No es que sea malo tener una buena opinión de uno mismo, al contrario, la autoestima nos ayuda a sentirnos mejor, a aceptarnos y querernos tal como somos, a reconsiderar la idea del suicidio cuando esta pasa fugazmente por nuestras cabezas después de veinte minutos viendo el telediario, e incluso a ser mejores personas y comportarnos mejor con los demás. Pero, en serio, ¿Es razonable que todos nos creamos mejores que los demás? Porque matemáticamente es imposible que todos sean mejores que todos, es una simple cuestión de números.

«Matemáticamente es imposible que todos sean mejores que todos, es una simple cuestión de números…» 

Es muy fácil sucumbir a la tentación de pensar que somos más listos que los demás. Es lo que en psicología se llama sesgo cognitivo, que consiste en errores de pensamiento o de percepción que nos llevan a sacar conclusiones equivocadas sobre determinados hechos o realidades. A veces son consecuencia de un mecanismo de autodefensa que desarrollamos para sentirnos más seguros.

Con relación al tema del que estoy hablando, existe un tipo de sesgo cognitivo conocido como efecto Dunning-Kruger, nombre que parece sacado de una película de nazis, pero que en realidad procede de los psicólogos que lo investigaron y que relaciona la estupidez y la vanidad con la inteligencia y la cultura. Se basa en los principios de que; Los individuos incompetentes tienden a sobreestimar sus propias habilidades y que Los individuos incompetentes son incapaces de reconocer las verdaderas habilidades de los demás.  O para simplificarlo; cuanto más tontos somos más listos nos creemos. 

Ya lo dijo Darwin “La ignorancia engendra más confianza que el conocimiento”.

Así que no estaría mal detenernos a pensar antes de lanzar improperios contra todo cuando chocamos con algo que no nos gusta o no nos convence. No digo que debamos actuar con sumisión incondicional y aceptar cualquier cosa como cierta si procede de personas que supuestamente están mejor preparadas que nosotros. Pero eso tampoco significa que nos opongamos sistemáticamente a todo y neguemos cualquier información que nos llega dando por sentado que todo está concebido con el único fin de engañarnos y que nosotros somos demasiado inteligentes como para permitir que eso suceda. 

Alguna vez es posible que tengamos razón. Sin embargo, cuando pensemos “estoy rodeado de idiotas”, tengamos en cuenta una cosa; los demás tienen exactamente la misma opinión de nosotros.

JORGE R. RUEDA

Puedes seguir al escritor Jorge Rodríguez Rueda en Facebook y en Twitter Si su novela, «Gente Corriente», no está disponible en tu librería habitual puedes adquirirla en Amazon.

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