En el principio el Verbo se hizo carne, pero luego llegó Sánchez para borrar la historia y se centró en los sustantivos, las conjunciones y hasta en las comas, para adaptar a España, exclusivamente, a su Sanchidad y querencias…

Su libro sagrado es, en realidad, un nuevo tratado sectario que le escriben cada día en La Moncloa, pirateando, con el copia y pega de nuestros días de «nueva normalidad» y posverdad, en todos los grandes escritos, textos y obras de la historia del saber, que por supuesto incluyen los de la Teología, los ensayos publicitarios, la prensa deportiva, los incunables de Estrategias de Manipulación Mediática y hasta los estribillos de los grandes del rock and roll, porque nada les sobra, y todo les sirve, a estos nuevos profetas del mal, que no pretenden habitar entre nosotros, sino el ordeno y mando a su voluntad.

Así, de la canción de Bob Dylan, versioneada por Johny Cash, y que Sabina parodió en directo pero nunca llegó a grabar —«Man Gave Names To All the Animals» («El hombre puso nombre a todos los animales»)—, están copiando los nuevos nombres con los que etiquetar nuevamente a todas las cosas desde su grosera corrección política. Toda una metáfora de las primeras enseñanzas de los grandes filósofos, para los que nominar significaba crear.

Y así, palabra a palabra, concepto a concepto, Pedro Sánchez crea su ornitorrinco social infectado de ladillas, que se llaman así por lo que pican cuando las pillas. Su penúltima acuñación terminológica ha sido la de «restricción de movilidad nocturna», para transformar el toque de queda; y el de «negacionista» para definir al vecino que no comulga con ruedas de molino y no cree la verdad oficial. Vecino que, obviamente, deberá ser sometido a la nueva legislación y acusado por delito de odio.

Y aunque casi todos tenemos claro que las entendederas de su Sanchidad no dan para mucho, asumimos que cada mañana, mientras da buena cuenta de un bikini o unas tostadas, hace caso a todo cuanto le dicta la bien pagada camarilla de augures, pitonisas y profetas que alimentan su miseria conceptual. Fuentes oscuras apuntan, además, la enorme satisfacción que le invade ante determinadas acepciones, símiles o analogías que le sirven en bandeja de plata los magos del eufemismo. De este modo un mena se convierte por arte de birlibirloque en un «hijo desvalido», y «los mensajes (didácticos) de la memoria histórica» en patente de corso a la hora de reinterpretar nuestro pasado a su conveniencia.

Para el ser humano la palabra es la existencia, porque el hombre es un animal lingüístico condenado a vivir eternamente en el universo dialéctico. Y por esa realidad dicen los eruditos que las palabras las carga el diablo. Y para alimentar su verborrea, que no discurso, y mentir a sus anchas, los políticos parafrasean con nuevos nombres, verbos y adjetivos. Esto sí que lo entiende a la perfección su Sanchidad.

Juntos podemos hacer memoria de cómo llaman nuestros gobernantes a los parados para camuflarlos semánticamente, y reflexionar sobre la ocurrente terminología a aplicar al referirnos a los conceptos de estado de alarma, de excepción y de sitio. Todo eso suena muy militar, muy castrense… ¿qué tal si lo denominamos «limitación puntual prorrogable de la movilidad no esencial nocturna extramuros»? ¿Verdad que así suena mejor? ¿Se acuerdan de cómo definió Zapatero la crisis económica para engañarnos a todos y en definitiva para hacer como que no existía? Se llamó «periodo de dificultades objetivas (con brotes verdes en lontananza)».

No olviden, queridos lectores, que algunos pensadores insisten en el uso de una nueva expresión cuando se refieren a las políticas dirigidas al cambio y la transformación social; expresión o etiqueta que debería darnos tanto miedo como el propio Gobierno de coalición social comunista que ahora nos confina durante seis meses y dos huevos duros: «Ingeniería social».

Fíjense que estas dos palabras hasta hace bien poco formaban parte del lenguaje económico e informático. Para los economistas significaba hacer trampas con los balances, aquello del blanco y el negro, escurrir la mandanga y disfrutar del botín. Los ingenieros de sistemas, por su parte, las utilizaban para definir las prácticas o artimañas ideadas por los delincuentes informáticos para acceder a los equipos ajenos y robar información.

Pero ahora son nuestros políticos dirigentes los que las utilizan con descaro para esclavizarnos con su «golpe de estado tranquilo», ese ornitorrinco social al que llaman estado social en el que «nadie se quedará atrás» y en el que a cada votante que consiga adaptar su cuerpo, mente y circunstancia, a una subvención, le llamaremos camaleón mejor que cucaracha. Y es así como Su Sanchidad, el cocodrilo, le pone nuevos nombres a los problemas que nos asfixian a casi todos ahora mismo, porque así se lo aconsejan los magos y prestidigitadores que ensamblan sus mentiras, su nueva normalidad ilusoria y su peligrosa ficción política, mientras él, y su persona, devoran sendos bikinis calentitos y crujientes.

¡Qué alegría y qué mogollón! Los malditos traidores que no saben que para Barranquilla se debe ir el caimán, se acaban de subir el sueldo que, por supuesto, pagamos todos.

MANUEL ARTERO

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