

Para los que gusten de historias de amor, odio, celos, rencor, poder, digitales y tarjetas SIM, lo que viene siendo un culebrón venezolano en toda regla -apunte del gran Miquel Giménez (@MiquelGimenezG1), pronto en estas páginas con servidora de Dios y ustedes, por cierto- éste es su sitio. España se venezueliza sin remedio.
Estamos ante el cisma de la sororidad. Irene Montero , la mujer con los embarazos más seguidos —en el tiempo y en las redes— de España, la que convocó a cientos de miles de congéneres y aliades el 8 de marzo a manifestarse a favor de la mujer (ese ser de luz), desafiando al mortal virus, aquella a la que cada intervención parlamentaria le produce una lesión en las cuerdas vocales y cuatro arrugas de expresión más en su desmedida defensa de la mujer (ese ser de luz), ha sido acusada por Teresa Rodríguez de haberle/la expulsado del grupo parlamentario andaluz durante/por su baja maternal. Brutal.
“La Ministra de Igualdad defendiendo en Radio Nacional que se me expulse del Grupo Parlamentario mientras estoy de permiso de maternidad porque a ella la derecha también la ha atacado mientras lo estaba. «La política no para», ha dicho. Pensaba que la «sororidad» era una línea roja, un consenso incuestionable entre las que nos llamamos feministas, una solidaridad de género que va más allá de nuestras posiciones políticas, pero no.”
Teresa «Dolida» Rodríguez dixit.
Esto es, se ha roto la línea roja de la sororidad que establecía que las mujeres (seres de luz) nos defendemos entre nosotras —menos las fachafacistas— hagamos lo que hagamos: ya sea mentir, robar, matar o desfalcar el Banco de España. No, no se queja Maritere del Tomahawk lanzado contra el Estado de derecho la semana pasada con un EDA casi ad eternum por el gobierno sociopodemita y sus conmilitones; se queja la buena mujer —valga la redundancia— de que se ha roto el pacto sobre el que ha de sustentarse la nueva sociedad: LA SORORIDAD.
Estaba yo con el corazón en un puño, leyendo estas líneas, como el mundo en vilo esperando la represalia de Bush, cuando Irene Montero, ágil como un leopardo muerto de hambre, le respondía algo así: “Maritere, bonita, no te quejes que a ti nadie te ha «echao», te has «transfugao» tú solita del partido que te ha dado de comer 6 largos años -caramba, qué coincidencia que diría Les Luthiers- , así que no te me pongas en plan «drama queen» que das vergüenza ajena, ¿vale?”
(Léase este ‘vale’ con tono de Belén Esteban; así resulta más efectivo).
Visto el tuit de la ministra, a Maritere le salió esa arpía que todos y todas —utilizo en este artículo el lenguaje inclusivo por respeto a sus protagonistas— llevamos dentro cuando nos sabemos llenos y hienas de razón para dar donde más duele: “Pues mira, Irene, me alegro un montón de que me saques el tema del sueldo, que yo SÍ tengo profesión para volver, como profesora, y tú no pasaste de cajera. Además, ‘yo y el Kichi’ no hemos traicionado al pueblo y seguimos siendo de barrio, no como vosotros, ricachones advenedizos y traidores.”
Aclaró Maritere, a continuación, que no quería entrar en lo personal —menos mal—, pero vino a decir que si Irene le/la busca, le/la encuentra.
Parecía que el espectáculo había terminado cuando lo mejor estaba por llegar. Tania Sánchez abandonaba su irenista actitud para con Irene y salía a la plaza a recibir a porta gayola al astado —todo sea dicho sin ánimo de ofender—: “¿a mí me vais a contar lo que es Irene Montero? ¿a mí? ¿a mí que me he chupado cientos de miles de sesiones parlamentarias detrás de una columna del Congreso sin ver un pimiento? ¿feminista Irene? ¡mis ovarios treinta y tres!”.
Cuánto rencor puede acumular un ser humano detrás de una columna; cuántas vueltas a la cabeza es capaz de dar una mujer (de luz, o no) en horas de aburrimiento; cuánta recreación de venganza reviste ese tuit; cuánto dolor acumulado; cuánta histeria contenida; cómo tiene que estar ese hígado de bilis.
Sólo faltaba por ver dónde se situaría la siempre cambiante Dina. Cuando los y las ex hablan, todo es posible. Un ex siempre supone un peligro en tu vida, sabe mucho de ti y nunca sabes cómo lo va a utilizar. Claro, que esto también funciona a la inversa, así que en estos asuntos recordamos el chiste, y nos decimos, sin decirlo, aquello de: ¿no nos vamos a hacer daño, verdad? —esto suena a aviso a navegantes, pero no—.
Y la llamada desde ahora «La Fiel Dina», alma gemela de La Fiel Merichel, al fin puso el huevito usando el famoso panfleto precio de la referida fidelidad: “no soy yo de malmeter, pero que sepáis que Maritere apoyó a Errejón en su rebelión cuando nuestro Pablo estaba haciendo que estaba de baja por paternidad. Ahí lo dejo.”
El cisma sororo era un hecho.
Después de una semana triste y gris, continuación y preludio de las muchas que nos esperan, las risas estallaron. Todo era alegría en Twitter hasta que, como es muy habitual, Toni cantó la verdad tal y como era:
“La guerra ‘feminista’ de Teresa Rodríguez e Irene Montero oculta una batalla por el control de 1,7 millones de euros, IU y Podemos pretenden que la Cámara andaluza mantenga las asignaciones económicas que les correspondían antes de la ruptura del grupo.”
La sororidad se ha ido al carajo por 1,7 millones de cochinos euros. Ya no hay principios.
Adenda:
Me disponía a mandar este texto a mi querido editor, Julio Murillo (@Gary_At_Noon), cuando mi amigo Paco Mariño (@Laboreiro) me ha llamado la atención sobre el hashtag #Chochete —al principio he leído cohete, supongo que en defensa propia—, una palabra que jamás habría imaginado que iba ni a pronunciar ni a escribir, y menos a publicar. Investigado el origen de tan desagradable tendencia, recibo con enorme regocijo la idea de la cantante Soyaya que ha creado una línea de ropa con tal nombre —no, no lo voy a repetir— inspirada en los ideales y valores con los que educa a su hija Manuela.
Demos, pues, otra oportunidad a la sororidad.
CARMEN ÁLVAREZ
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