«Hierro» y El Hierro: El turismo y las series… Atávicas pasiones en un escenario volcánico único…
De no haber mediado el coronavirus con su acción deletérea, un día de estos hubiéramos volado a la isla de El Hierro para conocerla y pasar unos días en un escenario natural como hay pocos, después de haber disfrutado hasta la extenuación estética de su hermana mayor: Lanzarote. Ese temblor ante la belleza natural, que solemos sentir los que tendemos al Romanticismo, por más desnaturalizados que estemos por el Barroco y las Vanguardias, se nos había agarrado al alma de la contemplación con un pellizco tan fuerte que nuestra desolación ha sido inmensa al tener que renunciar a dicho viaje.
Hete aquí, sin embargo, que dadas las tres voces desconsoladas de rigor, nos enteramos de que hay una serie española que transcurre íntegra en la isla de Hierro y que tiene por título el propio y escueto nombre de la isla: Hierro. Nos ha faltado tiempo para verla con ojos de recién llegados a la isla que son, y está muy bien buscado el recurso narrativo, los de la jueza protagonista a quien han premiado con destino tan apetitoso para urbanitas de rancio abolengo…
Pronto, sin embargo, logramos desasirnos de esa mirada para buscar la libertad del viajero por libre, porque, al margen del seguimiento de la trama, este espectador al menos no perdía ojo de todos y cada uno de los planos que nos mostraban las bellezas espectaculares de una isla que se me ha metido pero que muy adentro, porque ese desnivel, en tan poco espacio, de kilómetro y medio de altura, que tanto me recordó el descenso del Teide por el valle de La Orotava, sugiere unas excursiones para rozar el éxtasis contemplativo. Que la mitad de la isla tenga el paisaje volcánico básico de Lanzarote es, de por sí, otro incentivo más que añadir a la poderosa impresión ascética que provoca un marco natural que es, sin lugar a dudas, la mejor puesta en escena que podría tener cualquier película, o serie, como en este caso. En una película, la repetición de los mismos planos del paisaje -salvo intenciones expresas de quien la dirija- me hubiera parecido una pobreza expresiva; en esta serie, uno de sus indiscutibles aciertos. Los espectadores logramos familiarizarnos con unos paisajes y unas perspectivas que, aun vistos y revistas a lo largo de los capítulos, jamás logran dejarnos indiferentes a su belleza. Da igual que, en plano aéreo, recorramos la costa o que nos internemos en los bosques de laurisilva, o que surquemos en coche las carreteras oscuras del valle por caminos que apenas erosionan la pureza del paisaje en el que han sido abiertos. ¡No digamos ya, cuando las cámaras se sumergen en ese paraíso de buceadores que es la isla! Cualquier rincón de Hierro es un estado del alma.
La trama de la serie gira en torno al asesinato de un joven cuyo cadáver es descubierto el mismísimo día de su casamiento. El padre de la novia, para quien trabajaba el chico en una plantación de plátanos, que es tapadera a su vez, de la dedicación de ambos al contrabando de droga, es detenido inmediatamente como sospechoso.
Tales hechos suceden justo en los días previos a la celebración de La Bajada, una romería religiosa que acompaña el descenso de la Virgen cada cuatro años, el primer sábado de julio, la festividad por excelencia de la isla. Baja desde la ermita de la Dehesa de Sabinosa hasta la capital de la isla, Valverde, desde donde recorrerá, después, los pueblos de la isla, antes de volverla a subir a su ermita. O sea, que propiamente hemos visto la serie «cuando tocaba», en el mes de julio.
«En El Hierro todo el mundo se conoce, su Señoría» es el trasfondo social de la investigación judicial del crimen, una realidad que, en vez de favorecerla, la entorpece. Que el padre de la novia haya cumplido condena por homicidio en la península, diez años antes, acaba de «simplificar», en apariencia, las cosas. Con el sobreentendido del falso culpable, un tema clásico en el cine, arrancan unas pesquisas que no tardarán en irse complicando de un modo, sin embargo, muy natural. Los personajes principales corren a cargo de Candela Peña y de Darío Grandinetti, y ambos, sobre todo él, dan la talla sobradamente. Ahora bien, sin la excepcional corte de actores que les rodean, la serie no hubiera sido lo mismo de ninguna de las maneras. Sin Juan Carlos Bellido, el sargento Morata; sin la elegantísima Yaiza Guimaré, la esposa de Grandinetti; sin Kimberley Tell, la hija de ambos; sin Luifer Rodríguez, el abogado de ambos esposos; sin Saulo Trujillo…, en fin, toda la nómina que le da a la serie una verosimilitud extrema, porque, propiamente, salvo casos contados, el plantel de actores sale de las islas Canarias, con lo que ello supone en términos de realismo. El hecho de que la protagonista tenga el mismo nombre que la actriz se debe, creo yo, a esa «naturalidad» de la reserva con que se acoge a la nueva «autoridad» de la isla, donde ejercerla, y más en los días de La Bajada, no es fácil. No he de olvidar, aunque tenga un papel relativamente corto, la aparición de Antonia San Juan como Samir, una jefa del bisnes de la droga en Tenerife: ¡Poderoso e impresionante personaje el que construye con sus excelentes recursos interpretativos!
En términos generales, y dejando de lado mi interés geográfico y paisajístico -bebía cada plano de esa maravilla volcánica con un ansia infinita de poder pasear por esos espacios tan sugerentes lo antes posible- la trama tiene los suficientes atractivos como para «consumirla» en cuatro noches, a dos capítulos por noche, por exigencia del ritmo circadiano; porque lo verdaderamente suyo es metérsela entre ceja y ceja en dos sentadas, a razón de cuatro capítulos por sesión. No sé si se debe al pautado progreso de la trama o a que no tenía ganas de que se acabara tan pronto, pero el único fallo muy relativo que le encuentro a la serie es lo precipitado del final. Deberían haberlo alargado algo más, de modo que saboreáramos mejor el modo como los criminales siempre acaban cometiendo errores que los delatan; pero, ya digo, es un reproche menor, tras tantas horas de satisfacción narrativa y descriptiva.
En cierta manera me ha recordado, y no solo por la presencia dominante de la Guardia Civil, la excelente serie gallega El sabor de las margaritas, cuya segunda temporada no sé si la habrá detenido o no el coronavirus. Con todo, la serie gallega iba a ambientar en territorio urbano su segunda entrega, pues la primera transcurrió en el campo. Me dicen que Hierro puede tener una segunda temporada, pero no sé si el espacio, tan maravillosamente ofrecido en la serie actual, puede servírsele al espectador de manera tal que vuelva a sentarlo en la butaca del salón e imantarlo a la pantalla con la habilidad con que la primera temporada de la serie lo ha conseguido. Veremos.
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