El verano está a la vuelta de la esquina, las temperaturas ya son estivales y muchos aprovechan la progresiva libertad de movimientos que brindan las fases de desescalada y se acercan a remojar sus pies en la orilla del mar, o a tomarse una cañita en alguno de los chiringuitos que tímidamente se deciden a levantar persiana. Somos humanos y necesitamos regresar a lo cotidiano, tirar de optimismo e intentar pasar página, pese a la tristeza emocional que esta crisis, que no ha acabado, nos dejará como poso indeleble en el ánimo.
En los últimos días Pedro Sánchez, con impostada serenidad, nos ha sugerido que «vayamos planificando nuestras vacaciones». Y al oír eso, inevitablemente se nos queda a casi todos la cara a cuadros: «¿Vacaciones, de verdad que ha dicho vacaciones? ¡Pero de qué vacaciones habla, si mi mujer está en un ERTE, mi hijo ha perdido el trabajo de becario, y yo me he quedado sin clientes y rogándole al casero que me reduzca el alquiler al 50% durante 4 meses! Sirva la caricatura de la situación –que da para poca o ninguna broma, porque afecta a millones de personas– para comprender que el verano que llama a nuestras puertas será más una maldición a sortear que el anhelado remanso de paz psicológica que todos necesitamos.
A fin de minimizar el desastre que supone la paralización de un sector vital para el país (pues representa el 12-13% del PIB), se están lanzando desde diversas comunidades autónomas campañas que buscan incentivar un turismo que este año será básicamente “interior”. Y llama poderosamente la atención la diseñada desde la Agencia Catalana de Turismo —«Cataluña es tu casa. Ven a cenar a mi casa»— con el beneplácito de la Generalitat, buscando atraer al visitante mediante un slogan o mensaje basado en el vínculo emocional y afectivo entre esta parte de España y el resto del Estado. Sí, ya sé que otros han hablado del asunto, pero me permitiré el lujo de hacerlo como creativo bregado en infinidad de campañas publicitarias para grandes marcas, pues me parece, incluso obviando el cinismo que a mi modo de ver reviste su planteamiento, un error garrafal desde un punto de vista estratégico. Permítanme comentarlo con la ironía que exige la lucidez.
Y es que una campaña así está condenada al fracaso. Hemos podido ver, en el cartel publicitario y en un primer vídeo –la campaña se intensificará este mes de junio, con nuevos elementos– a una pareja feliz cenando en el precioso puente de la preciosa y medieval Besalú. Pero hay muchísimo más invitando al visitante: ríos, playas, románico, deporte, famosos, modernismo, entornos naturales, gastronomía, y un larguísimo etcétera. Para ahorrarles explicaciones, les sugiero que visiten la página (estucasa.catalunya.com/) que reúne todos los elementos de la campaña. No verán ni un solo lazo amarillo, ni una estelada, ni cartelones y pancartas reclamando el consabido “Llibertat presos polítics”, ni imágenes de los multitudinarios 11S, ni a los CDR en acción, ni Barcelona en llamas, ni los lamentables graffitis dedicados a «ñordos y colonos». Todo eso ha sido borrado de un plumazo gracias a la tecnología. El resultado final es un batiburrillo de sonrisas, abrazos, gente feliz, paisajes, concordia, vino, rosas y “germanor”, sobre todo mucha “germanor”. Que por dinero el nacionalismo, identitario y etnicista, es capaz de hermanarse hasta con lo que más desprecia y odia.
«La publicidad, seguro que todos ustedes lo tienen muy claro, es, tras la política, la mayor mentira universal jamás contada. Es pura manipulación orwelliana»
La publicidad, seguro que todos ustedes lo tienen muy claro, es, tras la política, la mayor mentira universal jamás contada. Es pura manipulación orwelliana. Jamás verán un anuncio de un tónico capilar protagonizado por un alopécico deprimido sino por un Casanova cincuentón con una mata de pelo que ni la melena de un león; y si hablamos de un plan de pensiones no les presentarán nunca a un setentón con problemas de próstata y con cara de acelga, sino a un émulo de Hugh Heffner en batín de seda, disfrutando en su piscina junto a una Jane Fonda zalamera, en negligé, a la espera del “salto del tigre” de rigor. Es decir: la publicidad es la más inmensa mentira comúnmente aceptada ¿Y saben por qué la compramos con los ojos cerrados? Muy sencillo: porque la “buena” (aquí buena es sinónimo de efectiva) publicidad es la que sobre todo es “aspiracional”, por apelar a nuestras aspiraciones, sueños y deseos. Todos aspiramos a no quedarnos calvos y a llegar a los setenta y cinco «hechos un pincel», guapos, con dinero a espuertas y sin necesidad de Viagra alguna.
Comprenderemos, por lo tanto, que los responsables de esta campaña destinada a convencer a millones de españoles de que no hay otro destino tan deseable como Cataluña, nos la vendan como nos la venden –una comunidad rica, idílica, pacífica, acogedora y muy española, en la que te sentirás como en tu casa–, pues el argumentario sigue, al pie de la letra, el abc taimado de la praxis publicitaria. Por lo general eso siempre funciona, excepto cuando la manipulación de la realidad choca frontalmente, como lo hace en este caso, con la memoria colectiva reciente del target receptor. El problema no estriba en intentar encandilar a la parroquia y venderle cualquier moto, sino en tomarla por idiota o directamente llamarla idiota.
Pensemos en un anuncio, clásico, arquetípico, que funciona pese a su exagerada impostura… ¿Recuerdan a la rubia siliconada revestida en cuero, cabalgando una preciosa chopper, cuyos pechos amenazan con desbordar la pantalla, diciendo aquello de “Busco a Jacq’s”? Es el prototipo de anuncio que hace reír, que todos consideramos estereotipado y falso, pero que funciona, porque todos los hombres desearían, al menos una vez en la vida, llamarse Jacq’s y ser encontrados por semejante femme fatale.
«Lo que no puede funcionar jamás en publicidad es una campaña que apela al vínculo emocional cuando de forma manifiesta ese vínculo ha sido triturado, pisoteado, negado y mancillado un millón de veces en un pasado reciente»
Lo que no puede funcionar jamás en publicidad es una campaña que apela al vínculo emocional, a la ligazón íntima, al lazo afectivo entre conciudadanos, cuando de forma manifiesta ese vínculo ha sido triturado, pisoteado, negado y mancillado un millón de veces en un pasado reciente. La mentira descarada, zafia, alevosa, cínica, jamás funciona, jamás… ¿Algún español ha olvidado el brutal maltrato y el desprecio abonado con inclemente generosidad en los últimos años por el nacionalismo protofascista, que nos llevó a todos hasta las puertas del caos? ¿Piensan acaso los creativos que con un anuncio así conseguirán borrar las vergonzosas declaraciones, los insultos y la miseria moral de Quim Torra, que sigue reivindicando ahora mismo, cual patán de pueblo, la independencia de Cataluña; o las bravatas del fantoche Carles Puigdemont, que ahora se lamenta por no haber mantenido la DUI; acaso echarán al olvido el imperdonable proceder de ese mediocre y gran culpable llamado Artur Mas?
«Buena prueba del fracaso de campañas como esta, basadas en un cinismo insultante que anula toda la credibilidad del mensaje, son las reacciones de la gente de a pie en las redes sociales»
Buena prueba del fracaso de campañas como esta, basadas en un cinismo insultante que anula toda la credibilidad del mensaje, son las reacciones de la gente de a pie en las redes sociales. Denles un vistazo y comprueben el total repudio. El resultado es un efecto rebote absolutamente pernicioso. El nacionalismo no ha pedido jamás perdón, no ha lamentado su nefasta praxis, ni los métodos utilizados para alcanzar su espúreo objetivo; no ha habido contrición alguna, reflexión, intento de acercamiento. Sus deseos y metas siguen intactos. El Coronavirus, o lo que les barre el paso puntualmente, solo son escollos a sortear. Lo volveremos a hacer.
Si los nacionalistas fueran más inteligentes, que no lo son, deberían recordar que entre 2017-2018 (últimos años con datos cerrados) las visitas y pernoctaciones en Cataluña de turistas del resto de España cayeron un 24%. Deberían apostar, por lo tanto, por esa característica que dicen les adorna y distingue como etnia superior que son, y que consiste en la capacidad de reírse de sí mismos y de sus antológicos desbarres identitarios –eso los vascos lo llevan mejor, es curioso–, y armar una campaña capaz de apelar al buen humor colectivo en tiempos tristes. Imagínense algunos vídeos que serían trending topic en segundos: «Ven a Cadaqués, disfruta de Dalí, del Alto Ampurdán, y de la infumable paella veraniega de Pilar Rahola», «Días inolvidables en Vilanova i la Geltrú, playita y fiestorro flamenco porompompero en el restaurante sedicioso de Toni Albà», «Turismo para fachillas del aguilucho: recorre el circuito de prisiones políticas y quédate afónico cantando el “Viva España” frente a Lledoners», «Qué bonita es Barcelona en verano y qué divertido es quemar constituciones y estatuts con Empar Moliner en directo», «Cena íntima y selfies super sexy, en la cama con Ada Colau», «Semana del audiovisual catalán participando como figurante en el rodaje del gag del Polonia de Toni Soler “Todos eran ñordos”». Y así hasta aburrir…
¿Verdad que semejante disparate, más allá de haber logrado arrancar alguna carcajada, parece sacado de una obra propia del teatro del absurdo? Pues les aseguro que incluso así captaría más la atención del público y generaría más buen rollo, empatía y turismo que la campaña de la ACT y la Generalitat. De algún modo deberemos darle la vuelta, algún día, a esta situación, y aproximar posiciones, de regreso a la razón y a la concordia. Pero nunca con estrategias tan fuleras, porque suponen un insulto inadmisible a la inteligencia de cualquiera
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