Sobre la libertad se han escrito infinidad de páginas… Novelas, ensayos, poemas y canciones. Libertad de pensamiento, de acción, de culto, de expresión, de circulación. Algo en apariencia tan simple como la libertad puede llegar a ser más controvertido y complejo de lo que pensamos.
Porque a pesar de la definición que de esta palabra nos ofrece la Academia de la Lengua, con todas sus acepciones, ponerse de acuerdo sobre qué es realmente la libertad no siempre ha sido fácil. La prueba es que desde los orígenes de la civilización no se ha dejado de hablar y de escribir sobre la libertad. Desde aquella famosa frase de Jesucristo “La verdad os hará libres”, a esta otra de Nelson Mandela “No hay camino sencillo hasta la libertad”, han pasado miles de años de historia durante los cuales la libertad, junto con el amor y con la muerte, han sido probablemente los temas sobre los que más se ha discutido, pensado o escrito.
Me llama la atención el hecho de que en la actualidad el concepto de libertad ha adquirido unos matices políticos e individuales que desvirtúan el verdadero sentido de la misma. Tal vez sea solo mi percepción. Pero al fin y al cabo… ¿no es acaso todo aquello en lo que creemos o pensamos sino un reflejo de lo que percibimos? Matices políticos por cuanto que los supuestos derechos de los ciudadanos son utilizados como excusa o arma a la hora de crear ciertas leyes que, mientras para una parte de la sociedad son consideradas como una ampliación de nuestras libertades, para otros tienen connotaciones restrictivas, que coartan o limitan lo que ellos consideran que es su libertad.
Así los de un bando y los de otro siempre encuentran argumentos para atacar al contrario, acusándolo de dictatorial o de inclinar la balanza de la libertad hacia el lado de sus partidarios. De ese modo, en lugar de convertir la libertad en una bandera común, hacemos de ella una vulgar moneda de cambio. Cuando no es una cuestión política, la libertad se usa como objeto de reivindicación, para exigir aquellos derechos individuales que consideramos que nos pertenecen. A menudo anteponiéndolos a los de los demás. Y ahí es dónde surge el problema, porque la libertad de un individuo jamás debe ser un obstáculo para la libertad de otro.
Personalmente mi definición favorita de la libertad es la que hizo el político inglés John Stuart Mill a mediados del siglo XIX: «La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos. Estos límites sólo pueden ser determinados por la ley.»
En España, y quizá debido a haber sufrido casi cuarenta años de dictadura, hemos desarrollado un cierto grado de reticencia hacia todo aquello que tenga que ver con la limitación de las libertades. Y ello lo hemos podido constatar durante todo el periodo del Estado de Alarma declarado por el Gobierno a raíz de la pandemia causada por el COVID19.
La interminable lista de restricciones ha provocado la discordia entre los defensores de las medidas del Gobierno y sus detractores, que han aprovechado el desencuentro para iniciar una batalla política de todos contra todos. En el caso de los miles de personas que han infringido las reglas del confinamiento, su derecho a la libertad de poder ir a donde quisieran, a la hora que quisieran, se ha colocado por encima del derecho de los demás a sentirse protegidos del contagio.
Porque la libertad, insisto, nunca es del todo individual y siempre está vinculada a la libertad de los demás. La libertad de expresión no nos otorga el derecho a difamar a los demás. La libertad de circulación no nos permite invadir la propiedad ajena. La libertad de culto no consiste en despreciar a quien tiene unas creencias diferentes solo porque pensemos que la verdad está de nuestro lado. Somos libres de votar al partido que queramos, pero no tenemos derecho a insultar y atacar a quien elige una opción distinta. Y así podrían ponerse cientos de ejemplos.
«La libertad total y absoluta no existe. Es sencillamente un mito. Un ideal inalcanzable. Toda libertad está supeditada a las leyes.»
La libertad total y absoluta no existe. Es sencillamente un mito. Un ideal inalcanzable. Toda libertad está supeditada a las leyes. Las leyes físicas, las biológicas, las leyes de la lógica y de las matemáticas. Leyes sociales políticas y culturales. Son tantas las limitaciones que circunscriben nuestra libertad que no es de extrañar que a veces resulte tan complejo alcanzar un consenso sobre lo que es la libertad. En cualquier caso, lo que sí creo que es completamente cierto es que No existe libertad sin responsabilidad. Por eso creo que no debemos frivolizar ni dar por sentada nuestra libertad, ni tampoco apelar a ella cada vez que nuestros impulsos egoístas e infantiles nos impelen a hacer algo que creemos nos corresponde por pleno derecho.
Si queremos sentirnos realmente libres tenemos que asumir que la disciplina y las normas no son cadenas creadas para limitarnos sino todo lo contrario; son herramientas imprescindibles que permiten que una sociedad pueda convivir en el respeto, garantizando que la libertad de una persona nunca sea un obstáculo para la de otra.
Pero tampoco nos engañemos, dando por hecho que el vivir en una supuesta democracia nos hacer ser verdaderamente libres, pues como decía mi admirado Goethe, «Nadie está más esclavizado que aquellos que falsamente creen que son libres».
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