Discurso sobre la bandera

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Discurso bandera
Plantilla Jorge Sánchez de Castro

A la vista de las reacciones de sus voceros habituales, la utilización unánime de la enseña nacional en la reciente manifestación convocada por VOX ha supuesto un puyazo en todo lo alto del morrillo gubernamental. 

La idea de que la bandera rojigualda no debe exhibirse en manifestaciones partidistas revela el carácter sectario de la izquierda «española», por decir algo. 

En una muy reciente entrevista la socialista Carmen Calvo criticó que «la derecha patrimonializa la bandera común». 

Según esta opinión el problema de los partidos no residiría en patrimonializar, sino en patrimonializar lo común.

Es decir, dado que los partidos políticos son organizaciones privadas, Calvo considera que de forma inevitable todo lo que tocan lo convierten en partidista, lo hacen suyo, lo «patrimonializan». Esto sería legítimo, siempre que no se haga con «lo común».

Ergo, para la citada socialista lucir la enseña nacional en actos públicos supone privatizarla en beneficio de los usufructuarios.

Semejante concepción de los partidos políticos nos ofrece una idea bastante precisa sobre la función que sus dirigentes consideran que desarrollan, pues reconocen sin ambages que su tarea no es defender lo común o «el interés general», sino «patrimonializar» ideas, valores o personas.

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Pero si la derecha patrimonializa (mal) la bandera porque la usa, ¿qué patrimonializa (bien) la izquierda?

Eso no nos lo dice Carmen Calvo, pero escuchando a los miembros de su partido parece evidente que las «personas vulnerables» son suyas.  

Dado que en sus discursos e intervenciones públicas hablan de corregir la desigualdad, los zurdos «patrimonializan» a los desfavorecidos, que pasan a engrosar su coto privado.

Desde un punto de vista electoral es razonable, pues si por naturaleza todos somos desiguales y siempre habrá diferencias económicas, la izquierda al patrimonializar «a los de abajo» se asegura la mayoría absolutísima en los procesos electorales. 

Para entender lo de la privatización de los desfavorecidos por la izquierda basta con recordar uno de sus eslóganes principales: «no hay mayor tonto que un obrero votando a la derecha». Es decir, si un obrero no vota a partidos de izquierda tiene una tara genética.

Otra elemento que patrimonializan, vinculado al anterior, son «los servicios públicos».

Éstos la derecha no los puede ni tocar, aunque por definición sean de todos. Y si lo hacen serán tratados de delincuentes.

A los diestros les queda lo privado, lo cual no impide que pueda ser robado bajo distintas formas legales (impuestos, expropiaciones…)

En suma, lo privado también es público (toda la riqueza del país está sometida al «interés general», dice la Constitución) y lo público es de la izquierda porque es lo que garantiza la protección a las «personas vulnerables» que en cada momento consideren los zurdos.  

Resumamos lo que sería para la izquierda una «patrimonialización» justa por parte de las organizaciones políticas. 

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Los partidos de cualquier signo pueden apropiarse legítimamente de ideas, bienes y colectivos, pero de la bandera no, por ser común. 

Eso significa que la izquierda puede «patrimonializar» los servicios públicos y los ciudadanos que los reciben, los cuales quedarían a la intemperie si no fuera por ellos.

Mientras, la derecha no puede apropiarse más que de lo suyo, es decir, «de los ricos»; y sólo temporalmente hasta que la izquierda decida lo contrario.

Ahora bien, ¿es patrimonializable un bien público como la bandera de un país?

Los bienes públicos se caracterizan por ser imposible la limitación de su uso.

El ejemplo por excelencia es el alumbrado de las calles, pues no se puede restringir ni las personas que pueden utilizarlo ni la cantidad que se puede consumir.

Pues bien, la bandera nacional es un bien público al no poder excluir del uso del símbolo a nadie.

De hecho, cuando ha tenido a bien, el socialista Pedro Sanchez ha hecho ostentación de la bandera nacional sin que nadie se lo reprochase. Incluso el PCE de Santiago Carrillo y la «Pasionaria» hacían gala de la enseña rojigualda en sus mítines cuando regresaron del exilio.

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¿Entonces cómo puede considerarse que la derecha «patrimonializa» lo que no puede ser objeto de apropiación?

Por el sectario procedimiento de establecer que lo que no usa la izquierda queda inmediatamente privatizado, se sitúa fuera del interés público o común. 

Otorgar a la bandera nacional la condición de «patrimonializable» es el mayor agravio que puede hacerse al símbolo de todos, pues al considerarle susceptible de apropiación por la derecha se lo relativiza, se le menosprecia, se le degrada, se le problematiza, se politiza su exhibición.

Y todo ello se hace con el fin de igualarlo con los símbolos particulares (éstos sí, absolutamente privados) de los grupos separatistas. 

Si la izquierda considera que la derecha privatiza el bien público que es la bandera, sólo tiene que generalizar su exposición para nacionalizarla.

Si no lo hace y la oculta, lo que pone en evidencia es su voluntad de disolver España en los territorios que pretenden representar las únicas banderas que quedarían visibles, esto es, la centrífugas. 

Por tanto, no es que la bandera se la quede la derecha (misión imposible) sino que la izquierda no quiere que se use porque hacerlo simbolizaría la unidad en torno a la idea de España como nación, más allá de las veleidades secesionistas de algunos colectivos. 

Los españoles deben seguir exhibiendo orgullosos su bandera en cada ocasión que se tercie, pues hacerlo no supone un acto de apropiación, sino todo lo contrario: la bandera representa los vínculos que unen a todos los ciudadanos del país, sin discriminaciones territoriales o ideológicas. 

Aunque parezca mentira, es el mayor desafío que pueden hacer al Gobierno de «nacionalistas extranjeros» (Leon Blum)

Así estamos.

Jorge Sánchez de Castro-FirmaPuedes seguir a Jorge Sánchez de Castro Calderón en Twitter y también en su blog «El único Paraíso es el fiscal»

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Jorge Sánchez de Castro Calderón

Estuve en la Facultad de CC. Políticas de la Complutense antes que Pablo Iglesias. Allí vi a gente de lo más variopinta… Un miembro de la Casa Real; un magistrado del Tribunal Supremo, que me anunció dónde iba a llegar, y hasta un gran maestro marxista que mudó en consejero «black». También conocí a Tocqueville, a Marx, a Maquiavelo y al sabio español Dalmacio Negro. Incluso a Kelsen y Carl Schmitt, cuya disputa intelectual creo que ganó Don Carl. Si con esto no les basta, les invito a entrar en Ataraxia Magazine o en mi página «El único paraíso es el fiscal».
 

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