No hace mucho tiempo que conocimos la expresión “Fake news”, que podría traducirse como “noticias falsas”. Aunque su uso empezó a popularizarlo Donald Trump tras ser elegido presidente de EE.UU, el concepto es prácticamente tan antiguo como la humanidad.
Porque cuando hablamos de fake news, no solamente nos referimos a una noticia que no es verdadera, o que solo tiene un porcentaje de verdad, sino que además tiene una clara intencionalidad.
Las fake news no son meros chismes que se transmiten accidentalmente y acaban distorsionando un hecho. No, son diseñadas. Se elaboran cuidadosamente con un fin concreto; el de hacer daño, desprestigiar a una persona o entidad, y a menudo un gobierno. Promover el malestar de la sociedad y sembrar la semilla de la discordia o hasta del odio.
Ya en la antigüedad, a los primeros cristianos se les acusaba de prácticas deleznables como el incesto o el infanticidio o incluso el canibalismo, con el objetivo de desprestigiarlos y fomentar el odio y la persecución hacia ellos. Más recientemente, el aparato de propaganda nazi se encargaba de divulgar información falsa sobre los judíos, presentándolos como los culpables de prácticamente todas las desgracias que pudieran sobrevenirle al pueblo alemán. Hasta el grado de lograr convencer a la opinión pública de que el pueblo judío era un enemigo interno del pueblo alemán, y que por lo tanto su aniquilación estaba plenamente justificada. El resultado fue el genocidio de seis millones de almas.
A día de hoy, y tras cientos de miles de muertes causadas por la pandemia del COVID-19. Las fake news surgen en nuestro país como caracoles tras la lluvia. Todos los días surge alguna noticia que pone de manifiesto la negligencia del gobierno, ya sea el nacional o alguno de los autonómicos. En cuestión de horas, el bulo se extiende a más velocidad que la pandemia. Algo que sería imposible sin la colaboración de cada uno de nosotros. Como he sostenido en otras ocasiones, el ser humano tiene más propensión a asumir como ciertos aquellos hechos que son afines a nuestras ideologías, o creencias o intereses personales. Lo que significa que, si por ejemplo somos de derechas y la noticia afecta a un gobierno de izquierdas, nuestro impulso será el de darla por cierta sin siquiera cuestionarnos la posibilidad de que no lo sea. Lo mismo sucede a la inversa, pues lo que es indudable es que todos los partidos políticos participan en mayor o menor medida en la creación y divulgación de bulos si eso les resulta útil para atacar a la credibilidad del contrario.
A veces el bulo no ataca directamente a nadie. Basta con agravar o minimizar las consecuencias de la pandemia para crear malestar en la sociedad, de alimentar el miedo a una inminente y catastrófica crisis económica, de oscurecer aún más nuestras perspectivas de futuro… Ya se encargarán los individuos de proyectar su frustración, su miedo o su ira con las consecuencias que eso conlleve. Y mientras tanto, como dice el refrán; a río revuelto ganancia de pescadores.
Es por ello que las fake news no deben ser tomadas a la ligera, pues aunque algunas de ellas resulten en apariencia divertidas e inofensivas, pueden a la larga hacer más daño del que imaginamos. De manera que cada uno de nosotros personalmente, debería preguntarse hasta qué grado estamos siendo colaboradores y por lo tanto corresponsables de la divulgación de estas fake news. Cuando compartimos un post en las redes sociales, o reenviamos un whatsApp sin habernos molestado previamente en comprobar su veracidad, ¿somos conscientes del efecto que podemos provocar en el receptor? Porque a lo mejor para nosotros es algo claramente falso que hasta nos hace gracia, pero ¿sabemos si para otra persona puede representar una noticia creíble que afecte su percepción de la realidad o incluso remueva sentimientos negativos en ella? Porque no todo el mundo tiene la misma preparación, cultura o inteligencia para saber distinguir la mentira de la verdad. Esta era de internet y de la comunicación nos ha dado el poder de acceder a casi todo el conocimiento del mundo. Seamos sensatos y usémoslo con prudencia. Detengámonos a pensar antes de dar a compartir o a reenviar.
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