Me ha llegado a través de diferentes medios la noticia de que el ministerio de igualdad se propone sacar adelante una ley de “libertad sexual”. Eso ha suscitado en mí bastantes preguntas, no exentas de cierta curiosidad malsana, porque yo pensaba que a día de hoy ya existe libertad sexual de sobra, al menos en nuestro país, que en mi opinión está a dos manifestaciones de competir con Sodoma y Gomorra.
Como es lógico, antes de informarme adecuadamente en internet –¿dónde si no?– no pude sustraerme a la tentación de especular sobre ello y sacar mis propias conclusiones. La primera de ellas fue que si hay alguien que necesita de más libertad sexual en estos momentos son quienes conforman el denominado colectivo heterosexual. Porque esta es una tendencia que en ciertos círculos comienza a estar mal vista, además de empezar a ser, los heterosexuales, una especie en peligro de extinción.
Pero suponer que la mencionada ley pudiera haber sido pensada para fomentar la atracción sexual hacia las personas de tu propio sexo me pareció demasiado absurdo y surrealista, así que deduje que los tiros debían ir necesariamente por otro lado. A ver, veamos… “Libertad sexual”, me repetí volviendo a concentrarme.
Acaso pudiera ser, aventuré, que piensan legalizar determinadas prácticas que hasta ahora están prohibidas, como practicar sexo en los pasillos del Congreso de los Diputados, o dentro del hemiciclo, o tal vez subvencionar algunas de las múltiples variedades de parafilias que se conocen. Decidí ir a google y teclear la palabra “parafilias”. ¿Lo habéis hecho alguna vez? Pues no os lo recomiendo. Aún estoy tratando de asimilar lo que encontré.
La lista de parafilias es prácticamente interminable, y está organizada en diferentes grupos y categoría como sadismo, masoquismo, fetichismo, etcétera. En ella hay prácticas que, aunque raras, pueden llegar a ser hasta cierto modo comprensibles, como la gerontofilia, atracción hacia personas mayores, si bien no me refiero a personas más mayores que uno mismo sino a personas ancianas. Partiendo de la base, por descontado, de que lo que a uno le parece razonable a otro le puede parecer una absoluta perversión. Pero hay otras parafilias que al menos a mí se me antojan directamente enfermizas, como la necrofilia, que todos sabemos o imaginamos en qué consiste; o la mecanofilia (ignoraba que existiera) que va de mantener relaciones sexuales con máquinas. Personalmente me es indiferente que alguien quiera tirarse a su lavadora o a su thermomix, pero no puedo evitar que me resulte chocante. Una parafilia que me inquietó bastante es la Macrofilia, a la que wikipedia define textualmente como «Atracción sexual por gigantes, generalmente mujeres, de más de diez metros». Sinceramente me pareció exagerado, porque a mí las mujeres de más de uno noventa de altura ya me dan pánico. Sigo. La Dendrofilia, que consiste en tener sexo con árboles y plantas, pertenece a la categoría de los fetichismos, a menos que el sexo se practique con un cactus, en cuyo caso habría que sumarle el masoquismo.
Sin embargo, la mayoría de las parafilias son prácticas que se llevan a cabo en la intimidad, por lo que ni están prohibidas ni pueden estarlo. Y aquéllas que impliquen a otra persona están supeditadas, obviamente, a la voluntariedad y mayoría de edad de los participantes.
«La mecanofilia va de mantener relaciones sexuales con máquinas. Personalmente me es indiferente que alguien quiera tirarse a su lavadora o a su thermomix, pero no puedo evitar que me resulte chocante…»
Entonces recordé que la «ley de libertad sexual» es una propuesta que procede de Podemos, y esta gente cuando habla de libertad no piensa en términos de más libertad, sino de menos. Por lo que llegué a la conclusión de que su propósito debía más bien perseguir objetivos o medidas restrictivas de la libertad sexual, y todo eso sin tener todavía ni puñetera idea de en qué consistía la dichosa ley. Pero qué le vamos a hacer, soy español, y supongo que llevamos en los genes eso de opinar y sacar conclusiones sin informarnos previamente de lo que estamos hablando.
El caso es que después leí varios artículos en distintos periódicos y pude entender (más o menos) qué es lo que pretende la llamada “ley de libertad sexual”, que no es otra cosa que ampliar el espectro de lo que debe ser considerado agresión sexual, y dar a la víctima mayor credibilidad y más poder a la hora de decidir si ha habido agresión o si la práctica sexual se ha producido previo consentimiento de la mujer. Un consentimiento que debe ser, atención: “libre, revocable y para unas prácticas concretas”, ¡chúpate esa mandarina mientras te pelo la otra!
«Me pregunto en qué circunstancias se le habrá ocurrido la ley de marras a la marquesa de Galapagar, su inductora. Tal vez en una de esas sesiones de alcoba en la que a su maromo le apetecía azotarla hasta sangrar»
Me pregunto en qué circunstancias se le habrá ocurrido la ley de marras a la marquesa de Galapagar, su principal inductora. Tal vez en una de esas sesiones de alcoba en la que a su maromo le apetecía azotarla hasta sangrar, pero a ella no, y pensó que deberían haber establecido una contraseña de seguridad para poner freno a su desenfreno (valga la redundancia). Porque con esta nueva ley, ser pareja de la mujer presuntamente agredida, se considerará un agravante. Por lo que es conveniente establecer ciertos protocolos que eviten que al tío se le vaya la mano en un exceso de excitación, provocado, seguramente, por una lectura exhaustiva del capital de Marx o las obras completas de Lenin.
Además se considerará agravante aquellos abusos que se hayan llevado a cabo cuando la víctima tuviera mermada sus capacidades mentales, bien por estar bajo los efectos del alcohol o las drogas, o bien por haber pasado demasiado tiempo viendo «Sálvame», «La isla de las tentaciones» o «Mujeres y hombres y viceversa».
En cualquier caso, todo sea por proteger la integridad de nuestras mujeres, que, como todos sabemos, son unas víctimas indefensas de esta sociedad machista, fascista y heteropatriarcal. Y de no ser por la izquierda heroica y salvadora, este país estaría abocado al mayor de los derrumbes morales, económicos y sociales. Bienvenida sea, por tanto, la ley de libertad sexual –antes conocida como Ley de protección integral de la libertad sexual y para la erradicación de las violencias sexuales–, y bienvenida cualquier otra ley que, estos nuestros protectores, tengan a bien desarrollar por el bien de todos nosotros, pobres ciudadanos sin criterio, manipulados vilmente por la ultra extrema derecha.
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