Mucho me temo, estimada Irene Montero, que si Clara Campoamor estuviera viva te espetaría un rotundo “no es esto, no es esto”, emulando a Ortega sobre la II República.
Salvando las distancias, te lo diré yo: el feminismo no esto, reina mora. Lo más cómodo y amable por mi parte sería atribuir tu desvarío a tu estrepitosa juventud, pero no sería justa con otras mujeres más jóvenes que tienen la cabeza muy bien amueblada. No debe de ser una cuestión de edad, porque escucho a algunas de tus compañeras de reparto en esta comedia bufa —mujeres que, por cierto, son de mi generación— decir que la heterosexualidad oprime a la mujer y que la mejor forma de regularizar ese desequilibrio —entiendo que natural— consiste en violentar al hombre de muy mala manera por donde la espalda pierde su bello nombre, y quedo muerta.
«Escucho a algunas de tus compañeras de reparto decir que la heterosexualidad oprime a la mujer y que la mejor forma de regularizar ese desequilibrio consiste en violentar al hombre de muy mala manera por donde la espalda pierde su bello nombre»
He escuchado atentamente tu discurso y no quiero acusarte de «adanismo», porque entiendo que no debo utilizar contigo palabras de origen masculino —de Adán, ya sabes, the first—, pero sí detecto un declarado «evismo», de Eva —la compañera del susodicho— y de una Evita Perón de chichinabo. Espero que este último vocablo de tipo coloquial no te incomode; yo lo considero impecable en su vertiente paritaria.
Irene, tal vez te sorprenderá, pero he de decirte que hemos tenido otras ministras antes que tú —que me perdone la RAE por lo de ministras—. Soledad Becerril fue Ministro de Cultura en el año 1981 de nuestra era democrática. Supongo que te habrás quedado de pasta de boniato. Y aún te diré más para que se te pongan los ojos como el dos de oros: la Sra. Becerril era de UCD, y más tarde del PP. Sí, derechona, derechona, ya te oigo, no hace falta que grites. Años después fue elegida —por sufragio universal, sigue flipando— alcaldesa de Sevilla, y desempeñó otros cargos de relevancia, desarrollando una carrera política bastante provechosa. Y como ella, muchas, muchísimas más, por fortuna. Mujeres de izquierdas y de derechas.
No, Irene, no eres la primera. Nuestra vida, pública y privada, vivida en absoluta libertad, no empieza con tu advenimiento. Menos mal, porque yo ya tengo una edad y habría perdido más de medio siglo. Imagínate.
«No hemos querido ser nunca sumisas, pero tampoco hemos pretendido someter al hombre ni sojuzgarlo. No nos gusta el ser humano domesticado, ya sea hombre o mujer.»
Todas conocemos el machismo, que como las meigas, haberlo haylo, así que no has venido tú a abrirnos los ojos. También te digo que en nuestro concepto de igualdad no entraba la idea de tener un ministerio para nosotras solas. No hemos querido ser nunca sumisas, pero tampoco hemos pretendido someter al hombre ni sojuzgarlo. No nos gusta el ser humano domesticado, ya sea hombre o mujer. Hemos sido educadas en la libertad y el respeto.
«Volviendo a Clara Campoamor te contaré que huyó de España …/… porque Madrid se llenó de checas y temía ser asesinada por aquellos milicianos que los cineastas españoles hoy mitifican.»
Volviendo a Clara Campoamor —odiada por haber conseguido el voto para la mujer; logro que fue interpretado como el motivo de que ganara la derecha— te contaré que huyó de España por miedo al Frente Popular de la II República que tanto invocáis como paradigma de libertad y buenrollismo. Se fue porque Madrid se llenó de checas y temía ser asesinada por aquellos milicianos que los cineastas españoles hoy mitifican. Checas, por cierto, que pisaron muchos de nuestros abuelos, entre ellos el mío. Esto coméntaselo a la primera Vicepresi, Carmen Calvo, por si quiere datos para elaborar su memoria «histérica y memocrática».
En fin, Irene, no representas a la mayoría de la mujeres españolas. En absoluto. Para nada. De ningún modo. Nos aburres. Tu crispación, tu verborrea, tu demagogia de buhonero —perdón, buhonera— de feria de tres al cuarto, no ayuda a las víctimas de malos tratos; mezclas constantemente churras con merinas y tu eterno cabreo nos deja perplejas. Pero enhorabuena, has conseguido lo que realmente perseguías: un ministerio por tu enorme valía… ¡Olé tú!
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