Que el PSOE y UP vean incrementado su poder y control de la Mesa del Congreso debido a las rencillas, incongruencias u odios viejos del centro derecha español, sume en la más absoluta vergüenza y perplejidad a millones de votantes.
Trabajé hace unos años para uno de los individuos más soberbios y maleducados que he conocido. Compensaba lo desagradable que era con una ignorancia y falta de preparación oceánica. Había llegado a la categoría de jefe absoluto por el método biológico. Su padre le había dejado cientos, o miles, o millones, de hectáreas de terreno y un pastizal para jugar al monopoly edificando casitas y cositas a su antojo. No se puede decir que fuera un hombre hecho a sí mismo y lo poco que se había hecho, lo había hecho fatal.
Llenaba su jornada laboral reuniéndose con todos los departamentos de la empresa. Todos los días. Daba igual que hubieras reportado con él el día anterior todas las novedades habidas y por haber, él te volvía a llamar y te volvía a preguntar por cada asunto: “¿Lo tienes ya?”. Esas reuniones eran una tortura —cuando la cosa no iba conmigo, me entretenía mirando la foto de su padre, saludando al Papa, y siempre me acordaba del chiste aquel que decía: “quién será ese señor de blanco que saluda a Menganito”—, pero allí aprendí algo que me ha servido para toda la vida: la persona que espera resultados no suele estar interesada en saber cómo los has conseguido.
Cuando cualquiera de nosotros iniciábamos nuestro asunto contando detalles —yo soy un coñazo, ciertamente—, él, mirándonos por encima de las gafas, e impostando una inmensa paciencia, nos decía: “A ver si me entiendes: si quisiera charlar contigo nos iríamos de cañas juntos, pero no es así; así que no me cuentes tu vida y dime para cuando está”.
«En serio, grábenselo a fuego, porque se trata de España, de nuestras vidas; sus rencillas personales y partidistas nos la traen al pairo. Maduren, que escucharles suscita vergüenza ajena.»
El bochornoso numerito de ayer en las Cortes me recordó a este sujeto que ya prácticamente había olvidado, ¡quién me lo iba a decir! Escuchando a PP, Ciudadanos y Vox culparse mutuamente por no haber conseguido más puestos en la Mesa del Congreso, y viendo que la izquierda se ha hecho con el dominio de la Cámara Baja, hoy me gustaría decirles lo que me dijeron a mí en su día muchas veces: “¡Que no me cuenten su vida!”.
Escuchen, señores «políticos trifachitos» —disculpen la licencia—, excepto los muy cafeteros y los hooligans de cada partido, la mayoría de sus votantes queremos resultados; les hemos votado —con auténtica angustia en muchos casos— para que la izquierda esperpéntica que nos toca sufrir a todos obtenga el mínimo poder en todas partes, así que apáñenselas como sea. No nos vengan con que si uno me dijo que era un poco «joputa» un día de agosto y yo a ése no le toco ni con un palo.
En serio, grábenselo a fuego, porque se trata de España, de nuestras vidas; sus rencillas personales y partidistas nos la traen al pairo. Maduren, que escucharles suscita vergüenza ajena. A cualquiera de nosotros nos echarían de nuestro trabajo por comportamientos de este tipo. Búsquense la vida, entiéndanse, pero no nos cuenten cuitas y dramas, que ya tenemos nosotros las nuestras.
Como diría Iceta en medio de un trance, entre baile y baile: «¡Líbrennos de Sánchez y de toda la banda, por Dios, líbrennos!»
Y no nos cuenten cómo lo han hecho, ¡háganlo!
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