El Procés nos ha descubierto un terrible secreto: en Cataluña la gente de la venerable Tercera Edad sufría una soledad extrema, caracterizada por una absoluta falta de estímulos vitales y por el abandono de seres queridos y parientes. La Repúbliqueta les ha devuelto la vida, o casi, casi…
Todos hemos visto las escenas grotescas –para qué engañarnos, seamos claros–, de vergüenza ajena, de decenas de ancianos participando en las performances independentistas. Un día, con lágrimas en los ojos, adornando un bolardo con flores; otro, arrastrando los pies en fila india, cargados de lazos amarillos en el pecho y murmurando una letanía ininteligible.
La gota que colmó el vaso, fue verlos recreando un tsunami envueltos en esteladas. ¡Ja, ja, ja! Reían alborozados, como niños en el patio del colegio. Se daban abrazos, besos. Oigan, los vi felices. Intuí que detrás de estas curiosas imágenes latía un trasfondo de gran calado… su vida sin el Procés no tenía sentido. La viuda María no suelta el brazo de Ramón; desde que le oyó gritar con recio vozarrón “¡Llibertat Presus Pulitiks!”, quedó cautivada. Ahora concentra todo su esfuerzo en apartar a posibles competidoras… porque la República es importante, pero más lo es Ramón, con su blanca y ondulada cabellera.
Cuando los veo integrados y pletóricos en sus fiestas, en medio de abrazos y besos, me invade un cóctel de emociones. Transito desde la vergüenza ajena, pasando por la hilaridad, hasta llegar a una sentida compasión. Son grandes actores, se creen su papel a la perfección: cuando toca llorar lo hacen de forma impecable. Si toca evento con música, bailan casi con el entusiasmo de un adolescente.
¿Qué hacían esos venerables ancianos antes de la República? Imagino su día a día. Levantarse a cámara lenta, arrastrando las zapatillas por el pasillo. A media mañana, un paseo hasta el supermercado. Ya es casi mediodía… ¿Hay telenovelas a esas horas? Los días de invierno son fabulosos, porque a las 6 de la tarde se recluyen con su manta delante de TV3 —volumen muy alto, hay que absorber—. ¡Ay, los largos días de verano! Ellos en el bar, ellas en la calle. Hablan… ¿Qué harás mañana?
De repente, un día todos ellos descubrieron una causa por la que vivir: la lucha por liberarse de la opresión. Suena tan emocionante. Pasaremos a la Historia. Así, una tarde se acercaron a una plaza donde se enteraron de que no sé quién iba a no sé qué, pero eso sí, con lazos amarillos. Al salir de sus madrigueras —ojos como platos— miran y comprueban que hay mucha gente de su edad. Bailan una sardana (por la Libertad). ¡Ay, pues siento un cosquilleo de felicidad! se les oye decir. Empiezan a comprar camisetas amarillas, llaveros, sombreros (sí, amarillos). Ya tienen ganas de ir al siguiente acto por la Libertad. Se levantan de un salto —¡oh, que vitalidad cuando hay un estímulo, un objetivo!— un bocata y a la calle. Nuestra señora viuda María se ha pintado un poco más de la cuenta. Ella se convence de que es por los presos políticos. ¿Qué nos harán hacer hoy?
Sí, sentimientos encontrados. Vergüenza y compasión.
Mi padre cuando se jubiló fue a clases en la Universidad de Historia. También dedicaban tardes enteras a traducir del francés al catalán, le encantaba. Siempre tenía ilusiones que cumplir con mi madre. No se estaban nunca quietos, tenían demasiados amigos como para tener que ir, a su edad, a buscarlos en un tsunami amarillo para que les chillasen que su vida era una mierda. Disfrutaban de la libertad tanto como otros quieren sufrir una artificial opresión. Mi padre murió hace 30 años. Murió vivo, auténtico, que es lo mejor que se puede decir cuando finaliza nuestra aventura en la Vida.
Acabo como he empezado… En la sociedad catalana hay un grave problema de soledad de nuestra gente mayor. Me produce una profunda tristeza ver cómo malgastan su menguante tiempo siendo un rebaño manipulado. Lo miro. En silencio. Y me acuerdo de un texto precioso, equivocadamente atribuido a García Márquez, pero qué más da, es magnífico. Selecciono un par de párrafos…
«Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera.»
«El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si el mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo.
Gente mayor de Cataluña: vivan su vida, no se dejen engañar. Disfruten. Viajen. Lean. Vayan a la playa. Recuperen viejas amistades. Sí, sé que se lo pasan muy bien envueltos en las esteladas… pero es artificial, como la película “El show de Truman” (véanla). Unos líderes mentirosos les manipulan, pueden ser felices sin los lazos amarillos; querer sentirse oprimido debe ser duro porque la vida pasa y será tarde cuando descubran que ya eran libres y no les dejaron vivir su vida, la auténtica, la única.
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