Antes del verano le dije a un pijo de izquierdas, un verdadero «cromo» vestido de Chanel y con Visa clientelar de partido, para gastos de representación, feliz porque su amiga viceministra salía sin arrugas en las fotos, y los sondeos electorales le daban ganador, que el pecado del PSOE es el problema Sánchez, porque todo ese pan que se come para digerir el jamón ibérico no representa nada más que el hambre que vamos a pasar todos los que detrás arreamos en España.
Le espeté, además, que la situación me comenzaba a doler en lo más profundo de mi yo político: Y es que, así de simple, España necesita un Partido Socialista fuerte, ético, moderno, nacional. Y Sánchez se lo ha cargado por su obsesiva y enfermiza pasión por el poder. El problema, señores, es Sánchez. No lo duden.
Han pasado tres meses, y mi comentario de salón, lo reconozco, comienza a campear en tertulias radiofónicas de derechas, en los «petit comité» de izquierdas, y en un montón de bares en los que casi todos nos cortamos, a estas alturas, a la hora de pedir una segunda caña. Y por eso me duele doblemente. No tan solo al yo político aludido, que asoma de vez en cuando, sino también a ese otro, digamos «yo intelectual». Y es que, lo reconozco, es casi de mal gusto, por lo vulgar, ya que todo el mundo lo hace, hablar mal del Presidente de España, aunque esté, como siempre, en funciones. Hasta Iñaki Gabilondo lo dijo hace ya unos diez años: «El problema de Zapatero, es Zapatero».
Y es que todo lo que parecía imposible hace tan solo unos meses, en la actualidad se nos convierte a los españoles en muro infranqueable de terrible realidad, con esa huida hacia adelante del «problema Sánchez» y su ansia por gobernar: la subida de impuestos, el drama del paro, las libertades de expresión, el gasto público, la unidad de España, el espíritu de la Transición, y otros mil venenos políticos, y para la convivencia. El problema Sánchez nos zarandea a todos cada día.
Pero en ese necesario consenso referido a los grandes temas, muchos, tanto en la barra del bar como en los desayunos de lujo en los grandes hoteles, todavía tienden a olvidan el origen del mal, que no es otro que el tremendo sectarismo y las ganas de enfrentamiento que este hombre ha inyectado en la sociedad española.
Otro socialista, Javier Solana, lo expreso con absoluta precisión : «Aquí parece que hay que empezar casi desde cero a partir de cada cambio de situación política. Me gustaría que eso no ocurriera. Los grandes países aprovechan lo que ha hecho el otro, aunque el otro no sea de tu forma de pensar. Hay que tener la responsabilidad de quitar crispación a las situaciones sociales. Creo que es posible.»
Hace ya algunos años tuve la oportunidad, por mi viejo oficio, de investigar las sectas destructivas que operan en España. En aquel trabajo descubrí algunos de los resortes y procesos psicológicos por los que los líderes consiguen la obediencia ciega de sus acólitos y sectarios: esos pobrecitos que hoy dicen blanco y mañana negro, si su jefe así lo indica. Y mis conocimientos me espantan por su paralelismo con la realidad de la situación política actual.
Y que conste que al pijo sectario del que les hablaba al comienzo, de profesión abogado, y con nutritivo empleo en la empresa pública, ya no le hablo. Sí, al de Chanel conjuntado de bufanda y corbata en rojo, que no cae en la cuenta de que doña Carmen Calvo, su amiga, debería lucir, en sus apariciones públicas, arrugas y hasta patas de gallo, dada la situación económica y conflicto social que padeceremos por sus mentiras.
Pero hoy, al recordarle, me invade una cierta pena: todas las tardes escuchaba pontificar —y seguro que lo sigue haciendo— a Iñaki Gabilondo, para así aprender qué decir en público —recibir/impartir doctrina— con un sesgo y visión progresista del mundo y de la sociedad española. Me refiero a la sociedad española de izquierda, claro; pero hoy, estoy seguro, al salir de un restaurante cinco estrellas, donde habrá pagado con su Visa oficial, ya intuye que le queda poco, que tras el gobierno empeñado por el «problema Sánchez», que no durará mucho tiempo, se le habrá acabado, y para siempre, el chollo de su sectarismo ideólogico. El chollo de su Visa oro clientelar.
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