Salvador Sostres ha explicado —pueden leerlo aquí— una historia de la sórdida casa de los “amores en Waterloo”. Un lío fluvial entre una disputada diputada, mujer de unos de esos intelectuales de barra de bar, y el asesor de Carles Puigdemont. Historia aderezada con barras de armario, que no de bar, rotas a altas horas de la madrugada entre gemidos de placer. Pónganle imaginación…
Quizás la muy puritana sociedad catalana pueda entender que allí donde prima el dinero, la tentación y la práctica del sexo se convierte, inevitablemente, en una parte más del paisaje. Y que gracias al dinero, o a eso que denominamos «erótica del poder», muchos que nunca follaban, con el cargo follan como conejos.
Una de las intrahistorias menos contadas de la política catalana —porque nunca nadie habla de ello— es el sexo. Aunque a algunos les cueste creerlo, los políticos y las políticas follan mucho. Mucho más de lo que imaginan. Y lo peor para los ciudadanos: mucho más de lo que nunca lo habían hecho antes de «tocar poder». Todos sabemos o hemos escuchado alguna que otra historia de presidents de la Generalitat que han debido pernoctar en el Palau, al encontrar la puerta de su casa cerrada, o alguna que relata las salidas furtivas y los escarceos eróticos nocturnos de los muy honorables en busca de los brazos de la amante de turno, protegidos por sus cuerpos de seguridad, que por descontado ni ven, ni oyen, ni hablan.
«Todos sabemos o hemos escuchado alguna que otra historia de presidents de la Generalitat que han debido pernoctar en el Palau, al encontrar la puerta de su casa cerrada…»
Ninguno se salva… Más mayores, más jóvenes, sin pelo, con pelo engominado, con más estudios, más engreídos, más intelectuales, o simplemente, y a duras penas, bachilleres. El sexo es una de las cuestiones elementales y fundamentales para explicar la Cataluña actual. Porque aquello que nunca has tenido, o que tenías con cuentagotas, y que de golpe se abre y se ofrece delante de tus narices y de tu entrepierna, puede nublarle la razón a más de uno y hacerle perder el mundo de vista.
Imaginaran, e imaginan bien, que no es un tema que concierna solo a los presidents. Solo hay que hacer un breve repaso a los consellers i conselleres, tanto actuales como pretéritos, para constatar que es una pulsión tan extendida como incontrolable.
No sean ingenuos pensando que los divorcios en el mundo de la política son resultado de los extensos horarios, sino resultado de lo que algunos hacen con la excusa de los horarios, que es cosa muy distinta. Incluso algún diputado en Madrid es más conocido por sus discursos en la cama que por su férrea defensa del independentismo. Ser político o política —que también tienen su derecho— catalán en Madrid implica cargarse de condones y de placeres para muchos vedados. Allí también follan. Y mucho.
«Incluso algún diputado en Madrid es más conocido por sus discursos en la cama que por su férrea defensa del independentismo. Ser político catalán en Madrid implica cargarse de condones y de placeres para muchos vedados.»
Eso que debería ser un plácido tropiezo, una cana al aire, se convierte, al final, en algo triste cuando alguno se cree el personaje y se ve a sí mismo como un Casanova, pasando de ser una triste persona a ser un triste follador.
Y quizá se preguntarán: ¿Pero es posible que resulten excitantes ciertos personajes de la política catalana? Pues aunque cueste entenderlo y creerlo, sí. Les asombraría saber cuántas mujeres jóvenes, cuántas pseudo estrellas de la radio y de la televisión están dispuestas a abrirse de piernas por la causa ante sus venerados líderes. Alguien podría escribir, algún día, un libro al respecto; libro que reduciría a un Bill Clinton, de compararlo con algunos presidents y con algunos destacados miembros de la clase política catalana, a la condición de simple pajillero.
Así es, amigos lectores: Cataluña es un «follómetro» y cuando la gente piensa con la punta del pene —perdonen la vulgaridad—, pasa lo que pasa. Siempre hemos escrito y advertido de que a lo político se debe venir bien llorado, bien comido y bien meado, pero en el caso catalán, además, deberíamos añadir que bien follado. Y eso, visto lo visto, no se cumple en absoluto.
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