Son casi las 2 de la madrugada. El hipnótico jazz de Miles Davis me acompaña… Escucharlo me produce una extraña lucidez… La claridad me llega suavemente, como las olas del mar acariciando la orilla de la playa. La melancolía de su trompeta dirige mis dedos sobre el teclado… Doy un trago a un gin-tonic. Y ahí va el artículo… ¡Ay!
La Cataluña de Loquillo, de los Juegos Olímpicos, divertida, abierta, inconformista, algo canalla pero siempre abierta… — ¡Ay, siento como el dulce néctar de la nostalgia me invade!—ha muerto, el nacionalismo la ha asesinado. Quizá sea porque voy por la segunda copa pero quiero hacerles una confesión: desde que tengo memoria nunca he dudado de que mi jubilación la disfrutaría junto al mar en mi adorado Ampurdán, en un rincón que no quiero compartir, porque es secreto. Mi secreto. Probablemente los largos veranos de mi infancia con mi familia y con mi padre, enseñándome a pescar en una preciosa calita, o mi revuelta adolescencia y juventud en las noches de chiringuitos y vino blanco me dejaron una huella infinita. Serrat lo explica mucho mejor: «Quizás porque mi niñez / Sigue jugando en tu playa / Y escondido tras las cañas / Duerme mi primer amor / Llevo tu luz y tu olor / Por dondequiera que vaya / Y amontonado en tu arena / Guardo amor, juegos y penas…» (Gracias Serrat). Pues bien, este sueño, se está rompiendo en mil pedazos.
Los últimos acontecimientos —ya saben: las calles ardiendo, el aeropuerto colapsado por la multitud— han provocado, por primera vez en mi vida, serias dudas de cumplir mi sueño dorado de retirarme dentro de 10 o 15 años en mi rincón secreto junto al mar, en la Costa Brava… Una caña de pescar, la chimenea encendida, pilas de libros por leer, amigos…
Ya son casi las 3 de la madrugada; las calles están especialmente silenciosas, parece que quieren escuchar mis pensamientos. El piano que acompaña a la trompeta de Miles Davis es como el susurro de una pareja de enamorados mirando a la luna. Vuelvo a la prosaica realidad.
«Esperarán pacientemente a que los ahora niños y adolescentes cumplan 18 años —¡les aviso: 1 millón de nuevos votantes en 10 años!—. Y así llegaremos a lo que creo será la hecatombe: 65%-70% de votos independentistas»
A corto plazo supongo que ocurrirá lo que muchos imaginamos. ERC será la Convergencia de hace unos años. Dudo de que pase nada más. Esperarán pacientemente a que los ahora niños y adolescentes cumplan 18 años —¡les aviso: 1 millón de nuevos votantes en 10 años!—. Y así llegaremos a lo que creo será la hecatombe: 65%-70% de votos independentistas. Si con menos del 50% están incendiando las calles y la convivencia ¿qué harán con esa mayoría? Sospecho que estallará el auténtico conflicto. Aunque se frenase, el aire sería irrespirable. Y si consiguen su República serán 10 años de hecatombe económica y después el Govern tirará de comodín; es decir: 15 años más escudándose en que están arreglando el estropicio de haber vivido durante décadas bajo el yugo español, y bla, bla, bla. Y al cabo de 30 años descubrirán que su nuevo Estado es más incompetente que cuando dirigían la Autonomía. Pero todo esto ya dará igual. La pregunta clave, para mí al menos, es: ¿Querré vivir en esta Cataluña inhóspita, insegura y antipática? ¿Entrar en un bar y escuchar murmullos porque hablo en castellano? (Lo siento, es la lengua en la que río y lloro), ¿querré vivir donde impere el pensamiento único? La respuesta es fácil: no. De ningún modo.
Acaba de pasar el camión de la basura con su estrépito, me he detenido para escuchar su ruidoso quehacer, casi con masoquismo. El silencio se reinstaura y vuelvo a concentrarme en el dulce veneno del espléndido jazz que me seduce e hipnotiza, me dejo llevar… Y sin darme cuenta me vienen recuerdos de mi niñez, visitando con mi padre “L’ou com balla” en el casco antiguo de Barcelona, una tradición muy catalana. La escena me lleva a recordar a mi padre, catalán de no sé cuántas generaciones. Murió hace años y parece que fue ayer cuando lo escuchaba hablar en catalán con su hermana. Una mezcla de nostalgia y rabia me envuelve: me siento español, catalán y, muy especialmente, barcelonés ¿Por qué he de irme de mi tierra? No, yo no quiero irme. Quiero disfrutar los últimos años de mi vida en mi rincón secreto del Ampurdán ¡Ay, pero en esos 10 o 15 años Cataluña será otra Cataluña, un sitio oscuro, tenebroso, inquietante, irrespirable! Porque más allá de las convulsiones, el desastre económico y el consabido etcétera, habrá algo muchísimo peor: la sociedad catalana será una masa uniforme, clónica, fanatizada, con el espíritu crítico anulado, idiotizada, terriblemente homogénea, culturalmente ahogada, espiritualmente muerta.
A estas horas solitarias pienso en todo esto mientras doy otro largo sorbo a mi copa y Miles Davis me calma y excita a la vez… Por un instante no tengo ninguna duda de que mi sueño está por encima de estos miedo, pero al cabo de pocos segundos me invade la certeza de que es una locura quedarme en Cataluña. Es una decisión trascendental.
«Me impresiona la rabia, el odio, la muerte, que he visto en sus caras; sobre todo porque es una rabia que no nace de la opresión —viven en un sitio privilegiado del planeta—, sino que nace del adoctrinamiento»
Como muchos de ustedes he visto los vídeos de los ataques de los CDR a la policía. Me impresiona la rabia, el odio, la muerte, que he visto en sus caras; sobre todo porque es una rabia que no nace de la opresión —viven en un sitio privilegiado del planeta—, sino que nace del adoctrinamiento. Ya no podemos arreglarlo… TV3, 12 años de escolarización nacionalista e hispanofóbica, y un sistema electoral en el que 1 voto de Lérida vale el doble que el mío en Barcelona. No hay nada que se pueda hacer. Es tarde. Muy tarde.
De súbito, Miles Davis me ilumina. Suena “So What”, una melodía que me recuerda a una antigua novia… La escuchábamos en garitos del casco viejo de Barcelona. En aquella época me hubiese parecido imposible que no fuese a estar toda la vida con ella, éramos la pareja de los ojos azules. Pero aquel amor, se rompió. Y llegó otro. Y otro. Pues bien, quizá mi amor por el Ampurdán deba romperse. Por suerte en España hay muchos sitios privilegiados, bellísimos, apacibles, donde vivir.
Me voy a dormir, es posible que mañana no piense lo mismo. No lo sé. Ya les contaré. Sospecho que no pocos catalanes estamos sopesando si vale la pena quedarse en nuestra tierra o marcharse.
Qué pena y qué dolor.
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