Cuenta Federico en «La ciudad que fue. Barcelona, años 70» que, después del atentado que sufrió —le dispararon en una pierna los terroristas de Terra Lliure—, “en la soledad oscura del hospital, tendido en la camilla y solo como un perro, pensaba en el clásico estudio de Martín de Riquer sobre los trovadores, o en las grandes versiones de Juan Ramón Masoliver sobre Calvalcanti y el “Dolce Stil Nuovo”, pruebas del interés de la filología barcelonesa y de grandes poetas como Ezra Pound no sólo por las lenguas “d’oil” y “d’oc” sino por ese fruto culto del occitano y el lemosín —padre del catalán— que es el verso corto, danzarín y cortesano, que un día desapareció ante la magia del endecasílabo petrarquesco».
La cita es larga, pero creo que representa un espíritu de resistencia inquebrantable frente al terror que el nacionalismo de Terra Lliure encarnaba y que hoy representa el terrorismo callejero que está asolando Barcelona. Federico hospitalizado, tiroteado, se dedica a pensar en la poesía trovadoresca catalana. A veces, frente a la barbarie, la primera defensa es la cultura, la inteligencia, el humanismo. En otras ocasiones, es la única que nos queda antes de la reacción definitiva.
Mientras completo estas líneas, ha habido manifestaciones constitucionalistas —es decir, por la unidad de España, en la cual se fundamenta la Constitución— en Madrid, el día 26 de octubre; y en Madrid y Barcelona, el 27 del mismo mes. Al igual que las que se convocaron en 2017, han sido un golpe de aire fresco en Cataluña y en el resto de España. Con todo lo que está sucediendo en nuestro país, y especialmente en Cataluña, que la oposición al nacionalismo salga a la calle es ya un motivo para la esperanza. Hubo un tiempo no muy lejano en que parecía que las calles sólo pertenecían a los nacionalistas. Su control de los medios de comunicación autonómicos, su infiltración en toda la sociedad civil desde los sindicatos hasta las asociaciones, su política de subvención a cambio de silencio y, en general, la concentración de todo el poder en manos de los separatistas, habían creado la falsa imagen de que “los catalanes” querían lo mismo que los nacionalistas. Por supuesto, esto fue posible por la debilidad de los gobiernos nacionales que, en distinto grados, pero sin excepción, cedían al chantaje de los partidos nacionalistas catalanes y vascos en el Congreso de los Diputados.
«Con todo lo que está sucediendo en nuestro país, y especialmente en Cataluña, que la oposición al nacionalismo salga a la calle es ya un motivo para la esperanza. Hubo un tiempo no muy lejano en que parecía que las calles sólo pertenecían a los nacionalistas»
Parte de esa política de control nacionalista era la apropiación de la lengua catalana y de la cultura catalana, es decir, de parte de la cultura de España. De nuevo, esto se hizo con la connivencia de algunos y la pasividad de otros. Se comienza ignorando el poder de la literatura, la música o el cine, y se termina sufriendo campañas de desprestigio internacional, contemplando la acción de las oficinas autonómicas de representación exterior al servicio del separatismo, y leyendo las crónicas disparatadas de quienes se han creído la propaganda nacionalista. La manipulación del lenguaje ha sido posible porque los intelectuales y creadores opuestos al nacionalismo fueron abandonados por quienes podían haberlos apoyado y porque se entregó a los nacionalistas la educación, los medios de comunicación y todo el aparato institucional que sostiene y fomenta la cultura. Por eso, el coraje de quienes se atrevieron y se atreven a plantar cara a los nacionalistas es doblemente meritorio.
«La manipulación del lenguaje ha sido posible porque se entregó a los nacionalistas la educación, los medios de comunicación y todo el aparato institucional que sostiene y fomenta la cultura»
Debemos recuperar la cultura y, en particular, el catalán como patrimonio de todos. Debemos rescatarlo de las manos de los separatistas, que han hecho de él y de la literatura, el teatro, la música y toda creación en catalán, un negocio al servicio de sus intereses políticos y de la destrucción de España. Federico recordando solo en un hospital a los trovadores simboliza esa renuncia a entregar el fabuloso legado de la cultura en catalán a los Pujol, los Puigdemont, las Ponsatí y las Forcadell.
«Parecía que el catalán y las creaciones en esta lengua eran algo sólo de Cataluña y no parte del patrimonio común de España entera. Se puede ser ignorante de muchas formas y el desprecio del catalán es una de ellas. Así nos va»
También hay que recordar al resto de los españoles el valor y la belleza de esa cultura. Admitamos que los separatistas ganaron, en buena medida, por la incomparecencia del equipo contrario. Parecía que el catalán y las creaciones en esta lengua eran algo sólo de Cataluña y no parte del patrimonio común de España entera. Se puede ser ignorante de muchas formas y el desprecio del catalán es una de ellas. Así nos va.
En este último fin de semana de octubre de 2019, han salido a la calle centenares de miles de españoles a defender la unidad nacional. Esto es importante, pero no es suficiente. Es necesario recuperar la cultura, liberarla de la mordaza nacionalista, desencadenar al catalán del yugo de quienes lo han convertido en un arma de división y no en un tesoro compartido.
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