La fila de los tontos

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Me ha dado por la reflexión como al que le da por hacer sudokus, cada cual tiene sus rarezas y yo ahí lo doy todo, lo reconozco. Son tiempos raros, pero me pregunto si desde que el mundo existe ha habido un tiempo tranquilo y normalito. Me temo que no…

Sí es cierto que en lo que se refiere a España, la «rarabilidad» —el enrarecimiento del ambiente, vaya— tiene un punto de inflexión en el tiempo que yo sitúo —con el infalible y subjetivo método de la observación causa-efecto— en 2004, año en que el padre del «pensamiento Alicia» asciende al poder tras y gracias —no se lo atribuyo a él, por supuesto— al más atroz y estremecedor atentado de la historia de España.

No todo el mundo tiene que compartir mi visión de las cosas, aunque sería lo correcto y deseable, pero creo que es imposible no detectar cambios sustanciales desde entonces en la vida política y social de «estepaís» que cada día anda más como vaca sin cencerro. De este proceso de idiotización de la sociedad, con su multitud de vertientes, hay una cosa que me llama la atención —poderosamente, claro— en los últimos tiempos, y es el tema de los derechos fundamentales. Todo lo que «apetece» es un derecho fundamental. Por ejemplo, esa familia a la que tanto le gusta vivir en el Barrio de Gracia, en Barcelona, ha convertido su apetencia, su gusto y su costumbre, en un derecho que el resto del mundo le tiene que garantizar sea como sea. A toda costa. Y así con todo.

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No, con todo no, ni con todos. Llámenme loca, pero tengo la sensación de que no todos gozamos de los mismos derechos en España, y a algunos, a la mayoría, nos ha tocado vivir, o caer, o ir a parar, en el bando de los tontos. Sí, yo soy una de esas que siempre se pone en el carril de la autopista que se queda parado o en la caja del supermercado que no avanza ni a tiros.

«De este proceso de idiotización de la sociedad hay una cosa que me llama la atención en los últimos tiempos, y es el tema de los derechos fundamentales. Todo lo que «apetece» es un derecho fundamental.»  

Ha sido la semana «postsentencia» en Cataluña lo que me ha dejado atónita, y no me lo explico, porque lo que se ha visto ya era conocido o, por lo menos, intuido por todos. Pero es posible que la desfachatez con la que actúan ya los cachorros —y no tan cachorros, biológicamente hablando— del procés nos haya dejado a muchos con cara de gilipollas —más si cabe— . Una cara de gilipollas que no nos quita nadie ni en Europa ni en el mundo entero.

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Sí, una de las características más explotadas por el nacionalismo perverso —valga la redundancia— es hacerle creer que determinados individuos tienen más derechos que usted. Sí, oiga, discúlpeme, pero nosotros somos los de la fila de los tontos. Nosotros, los «pringaos», nos regimos por el Derecho positivo puro y duro. Es decir: pagamos las multas por exceso de velocidad; si no se puede pasar por una calle, no pasamos y no protestamos; si no podemos entrar en un comercio cerrado, no reventamos la puerta; si nos enfadamos, no pegamos al prójimo. Y así hasta la última coma del último reglamento de la ley correspondiente. En definitiva, y para que me entiendan, somos esa silenciosa legión que cuando dejamos el coche en el garaje nos esmeramos en respetar las líneas, a izquierda y derecha, no invadiendo la plaza contigua.

«En España ha renacido una especie de derecho natural que emana no ya de un derecho divino, como predica la escolástica, sino de los sentimientos. Podemos llamarlo el «derecho sentimental»

Pero cuidado, que en España y en todo occidente ha renacido una especie de derecho natural que emana no ya de un derecho divino, como predica la escolástica, sino de los sentimientos. Podemos llamarlo —para entendernos— el «derecho sentimental», y en virtud de este código no escrito determinadas personas se pasan por el forro de lo que fuera o fuese —disculpen mi vocabulario y tengan en cuenta mi contención—las leyes escritas. Sí, esas leyes que nos amargan la vida en ocasiones a nosotros, pero que son las que permiten que no nos matemos los unos a los otros, ni nos estafemos ni nos robemos. En fin, esas leyes que a los de la fila de los tontos nos afectan desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, y que hacen posible que convivamos en sociedad.

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Supongo pues, que este «derecho sentimental» es el que ampara a estos animalicos que salen a las calles a cortarlas, a lanzar piedras y todo tipo de objetos a la policía, a quemar mobiliario urbano, a impedir que usted vaya a su trabajo, al médico, al colegio, a coger un avión o a ejercer su derecho a manifestarse, derecho que ejerce, si usted pertenece, como yo, a la fila de los tontos, previa comunicación y autorización de la Delegación del Gobierno, y siempre a condición de que lo haga usted respetando y ciñéndose a ciertas normas: horario previsto, recorrido, etcétera.

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«¿Por qué ellos pueden comportarse así y usted y yo no? Muy fácil: porque ellos lo sienten muy fuerte, y contra los sentimientos no se puede luchar…»

¿Por qué ellos pueden comportarse así y usted y yo no? Muy fácil: porque ellos lo sienten muy fuerte, y contra los sentimientos no se puede luchar —esto se oye a todas horas en los medios de comunicación—; porque son el niño malcriado al cual nunca le han dicho que NO. Cada uno de ellos es una explosión irrefrenable de emociones catalanistas, antiespañolas, antipolicía, antitodo, y nuestro deber es facilitar que puedan canalizar y liberar su ira, su tristeza y su frustración, de la forma que elijan, porque sus emociones prevalecen sobre nuestras leyes. 

Sus sentimientos son ley, son fuente del Derecho. Por ello, por todo lo dicho, debemos blanquear y aceptar esas conductas. Ellos están por encima del derecho positivo, viven la realidad de forma metafísica, que para eso pertenecen a un país milenarisísimo. Y aquí todos a callar, usted y yo; sabedores de que no hemos tenido suerte en la fila de la vida que nos ha tocado en suerte. Porque usted y yo pertenecemos a la fila de los tontos.

Carmen Álvarez-FirmaPuedes seguir a Carmen Álvarez en Twitter y también en su blog personal, en este enlace

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Autor - Carmen ÁlvarezImagen de cierre de artículos

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