A través de este sencillo artículo, que pretendo desarrollar en forma de ensayo, voy a intentar definir y explicar con claridad lo que se entiende por Intelectual o intelectuales. En primer lugar, me gustaría decir que, en la antigüedad, los intelectuales solían ser algunos pensadores y filósofos que la Comunidad Científica ensalzaba como modelo a seguir, aunque dicho término originario del latín apenas era utilizado.
En realidad, habrá que esperar hasta finales del siglo XIX para que el término cobre su verdadero sentido o significado, a partir del gran debate político y social que se produce en la sociedad francesa por el largo juicio del llamado «caso Dreyfus» (1894-1906), en que se juzga a un capitán de artillería del ejército llamado Alfred Dreyfus de ascendencia judío-alsaciana, al que se le juzga por espiar a favor de los alemanes con escasas pruebas judiciales, pues el ejército manifiesta que no puede revelar esas pruebas por cuestiones de seguridad nacional. Paralelamente la opinión pública francesa se pone del lado de la acusación, pues existía una corriente antisemita de gran calado, lo que producía pocas simpatías por el preso. Además, el hecho de ser de Alsacia —región alemana, recientemente anexionada— aumentaba aún más la fobia contra su persona. Sin embargo, un grupo de escritores como Anatole France, León Blum, o Seignobos, no acababan de ver claro el resultado del proceso y aprovechando el auge de la prensa, escriben columnas y artículos en los diarios, denunciando y criticando la forma y el resultado del proceso, que finaliza con la condena de Dreyfus como culpable, siendo degradado y desterrado a la isla del Diablo, en la Guayana francesa, para cumplir cadena perpetua.
Más tarde, la presión de la familia de Dreyfus, amigos y escritores, hace que las expectativas de un nuevo proceso vayan tomando forma, sobre todo al descubrirse la verdadera autoría de los hechos juzgados y no ser Dreyfus el culpable, sino el comandante Esterhazy, de origen húngaro. Pero, ni aún así, los nacionalistas estaban dispuestos a ceder y aceptar la realidad. Entonces Émile Zola, uno de los hombres preclaros de la época y escritor importante, cercano al socialismo y grupos de izquierda, decide entrar en liza, a sabiendas de que su intervención podría ocasionarle muchos disgustos, y el 14-1-1898 en la primera página del diario L’ Aurore, Zola escribe una carta abierta o manifiesto al mismísimo Presidente de la República, titulada “Yo acuso” con la intención de que sirviera como un revulsivo para la opinión pública francesa, cuando en uno de los apartados escribe “En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia”. Y termina con: “Solo un sentimiento me mueve, solo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente”.
Habían pasado doce largos años en que la sociedad francesa quedó fracturada en dos grandes partes, después de sufrir varias crisis sociales y políticas, que pusieron de manifiesto la fractura a la que era sometida la Tercera República, y la importancia de los hombres de ciencia y de letras en defensa de los principios esenciales de una Nación, y de la justicia a que tienen derecho todos y cada uno de los miembros de esa sociedad, independientemente de si son favorables o desfavorables para el país por razones de Estado.
A esos hombres de ciencia, de letras y escritores, que se involucraron en esa causa, arriesgando su buen nombre y su libertad, se dio en llamarles intelectuales. Por lo tanto, se había producido un salto importante en relación a la interpretación que de los mismo se hacía en épocas anteriores; ya que, entonces se podía ser un intelectual por los amplios conocimientos poseídos, siempre que la comunidad de pensadores del momento lo estimara oportuno o su fama así lo exigiera.
«A esos hombres de ciencia, de letras y escritores, que se involucraron en esa causa, arriesgando su buen nombre y su libertad, se dio en llamarles intelectuales.»
Posteriormente, todos esos conocimientos ya no son suficientes para ser un intelectual, pues, además es condición, sine qua non, estar comprometido con una causa de amplio espectro para la sociedad, como puede ser la unidad de la nación, la justicia igualitaria para todos y cada uno de los ciudadanos, las arbitrariedades del poder, etcétera.
Abundando sobre la cuestión, se podría decir que los verdaderos intelectuales actúan con pensamiento propio, no contaminado por intereses políticos o económicos, buscando lo justo y combatiendo lo injusto a nivel global y teniendo un fuerte compromiso con la patria. Aspecto que en la actualidad ha perdido importancia por la abundancia de información político social a través de la televisión, que en el caso de ser pública la manipulación está servida.
Según Julien Benda (1867-1956), filósofo francés y experto en cuestiones sobre el intelecto y los intelectuales, No se puede entender que avance la civilización si los pensadores no son capaces de impulsar una oposición amplia y firme al oportunismo político, ejercido casi siempre en el corto plazo por razones simples de oportunidades de partido y no del bien común para el país. Es decir: el intelectual ha de estar siempre comprometido con los valores globales, procurando mantener y defender los principios universales. En tal sentido, la humanidad, durante 2000 años fue capaz de hacer el mal, pero también veneró el bien.
A partir del “Yo acuso” de Zola, los intelectuales tuvieron bastante protagonismo en las decisiones políticas de los estados europeos, aunque no fueron capaces de impedir la Gran Guerra de 1914 o, ¿fueron ellos, sin proponérselo, los que llevaron a la sociedad de su tiempo a un activismo desmesurado, donde los sentimientos y pasiones tomaron una relevancia que no les correspondía? Puede que sí, puede que no, pero la idea de corregir las decisiones políticas, se convirtió para los intelectuales, en un nuevo “El Dorado”, al que se podía llegar sin gran esfuerzo y escaso riesgo personal, con solo tergiversar la verdad, por ejemplo, defendiendo la corrupción política, que les hacía intimar con las fuerzas vivas y el establishment formado por políticos, activistas y grandes empresas, que les van a brindar apoyo y sostén. Había aparecido una nueva cara de los intelectuales o como el mismo Benda dijo: la traición de los intelectuales.
No obstante, es justo afirmar que, en su mayoría, los intelectuales actúan por vocación y convicción. Suelen ser personas que, ya han triunfado en el mundo cultural y deciden comprometerse con causas altruistas, dedicándose al estudio y reflexión activa sobre la realidad, para posteriormente exponerla de forma entendible y crítica a la opinión pública. En líneas generales, el intelectual de finales del siglo XIX y XX, proviene del mundo de la cultura con la idea de mediar o influir en la política de su tiempo para prevenir o cortar injusticias y defender valores e ideologías adecuadas a sus presupuestos.
«Los intelectuales actúan por vocación y convicción. Suelen ser personas que, ya han triunfado en el mundo cultural y deciden comprometerse con causas altruistas, dedicándose al estudio y reflexión activa sobre la realidad…»
Para Ortega y Gasset, el intelectual ha de estar alejado de la política para que sus intereses y sentimientos personales no interfieran en su cometido de inspirar a los políticos y reformar ideas y costumbres nacionales a través de la pedagogía y del periodismo.
Por otro lado, Miguel de Unamuno defiende la tradición viva, la pedagogía en sus textos y la regeneración del país. Siempre hablaba del “marasmo actual de España” y animaba a los ciudadanos a olvidarse un poco de la historia oficial de España y buscar la intrahistoria. Su crítica hacia la juventud era desesperante “no hay juventud en España”, pues se acomoda y envejece prematuramente. No se cansaba de decir y escribir que había que zambullirse en el Pueblo sin perder el sustrato intrahistórico o la identidad, y siempre abriendo las ventanas a Europa. En realidad, Unamuno siempre fue un agitador de conciencias, afirmando que la juventud no depende de la edad, sino de la disposición mental del individuo. En su libro «En torno al casticismo» se atreve a decir que no debemos mirarnos en la Castilla heroica ni en la estática, y que el pecado capital del pueblo español es un individualismo feroz, que no hay que confundir con un sí al individuo.
Según Dominique Séglard, la figura del intelectual está atrapada entre dos conceptos: melancolía y utopía. Cuando las condiciones político-sociales se ponen de su lado, le son favorables; su discurso se centra en buscar o pretender un mundo mejor, más humano, más social. Sin embargo, para conseguir ese mundo imaginario, esa utopía, ha necesitado echar mano de sus influencias políticas que, a la larga, acaban por corromper el proyecto. Entonces, el intelectual ha de elegir entre un anonimato melancólico o estéril políticamente o bien, adaptarse al poder que le apoya y navegar entre dos aguas, que para unos puede ser plausible, pero que para otros puede representar una difícil situación: o plegarse a la nueva situación y seguir la corriente a los políticos, siendo quizás uno de ellos, o buscar un retiro forzoso donde pueda expresar su disconformidad con el poder y criticar una situación política y social carente de una justicia social verdadera. Esa tensión que se produce entre la utopía y la melancolía se instala en Europa en los últimos siglos, donde el pensamiento utópico lucha por eliminar a la melancolía intelectual o por lo menos ahuyentarla por medio de concesiones económicas igualitarias, que pueden conducir a utopías totalitarias en que la felicidad de la gente sea casi obligatoria. Un ejemplo de lo anterior, lo intentó Stalin con el hombre soviético, al pretender que este fuera pobre y feliz, al mismo tiempo.
«Muchos intelectuales se comprometieron a participar en conflictos, con el afán de adquirir notoriedad y convertirse en unos verdaderos asesores a sueldo de algunos partidos políticos y gobiernos…»
Al margen de todo ello no podemos olvidarnos de que muchos intelectuales se comprometieron a participar en conflictos, con el afán de adquirir notoriedad y convertirse en unos verdaderos asesores a sueldo de algunos partidos políticos y gobiernos. En su mayoría, sobre todos los intelectuales franceses, lo hicieron por vocación o altruismo, dolidos y apesadumbrados de que las élites políticas y económicas manejaran el destino de los pueblos a base de la manipulación de las masas, poco informadas. Fue el caso del francés André Malraux (1901-1976) que se involucró en la Guerra civil española de 1936, en defensa de la República; no solo con sus discursos, que fueron muchos, sino participando en la misma activamente, lo que hizo de forma totalmente altruista pues ya desde el año 1928 era considerado por la crítica como uno de los mejores escritores franceses, obteniendo el premio Goncourt en 1933 por su libro «La condición humana». Malraux entendió rápidamente que una de las herramientas de guerra que los republicanos españoles necesitaban era una aviación numerosa y moderna, y ya que el ejército del aire había permanecido fiel a la República, era necesario aumentar y modernizar el arsenal. Del gobierno francés consiguió unos treinta aparatos, la mayoría Potez-54; aunque la mayoría sin tripulación adecuada, por cuyo motivo se vio en la necesidad de encontrar mecánicos y, sobre todo, pilotos que escaseaban en el territorio de la República. Todo ello le dio una gran fama que añadir a su valía intelectual y pudo haberle ayudado en su carrera política al conseguir en 1959 ser nombrado Ministro de Estado y posteriormente Ministro de Cultura en el gobierno de la república francesa.
Todo el siglo XX se puede considerar ideológicamente como el siglo de los intelectuales. En Francia sobresale la tipología del intelectual de izquierdas que se enfrenta a las grandes injusticias sociales que un Estado de izquierdas, como la República, desarrolla en dicho siglo con nombres tan significativos como Martin du Grad, André Gide, Martín du Gard y finalmente Jean Paul Sartre. En Alemania, también surge el intelectual de izquierdas, y algunos debieron pensar que el nacional socialismo que acababa de nacer con el impulso de Hitler sería algo así como la panacea por lo que lo apoyaron con entusiasmo durante un periodo, hasta que algunos supieron retirarse a tiempo, cambiar su discurso o cobijarse en la melancolía de su rol diario; otros continuaron en la nube creyendo que el sol volvería a relucir, pero se equivocaron, y cuando cambiaron su lucha y empezaron a criticar la realidad política alemana, se encontraron con el descrédito del régimen, el destierro o el cadalso.
Por otro lado, la aparición de periódicos y revistas, donde al principio escribían sus artículos y columnas muchos intelectuales, empezaron, poco a poco, a tomar partido por una u otra opción política. Después de las revueltas del sesenta y ocho muchos diarios empezaron a ser subvencionados por los gobiernos de derechas que no querían volver a situaciones anteriores. También mucha prensa empieza a ser controlada por grandes inversores que exigían una censura más o menos disimulada. Poco después, la televisión marcará un antes y un después en la figura del intelectual que no tiene más remedio que irse replegando poco a poco, hasta llegar a nuestros días, donde las redes sociales hacen casi imposible su presencia; la sociedad no los precisa o cree no necesitarlos para su propaganda, y ellos, apenas se ofrecen para ayudar a construir una opinión.
Puedes seguir a Alberto Vázquez Bragado en Twitter como @BragVazquez
Ataraxia Magazine es un digital de lectura gratuito en Internet. Publicamos a lo largo del mes más de una treintena de extensos artículos y columnas de política, sociedad y cultura, fruto del esfuerzo y dedicación de un equipo de más de quince periodistas, escritores, juristas, abogados, economistas y expertos en todo tipo de materias. Cada número supone no menos de 400 horas de trabajo colectivo. Garantizar la continuidad de una iniciativa de estas características sin financiación es imposible. Si te gusta nuestra publicación te pedimos que contribuyas, en la medida de tus posibilidades, a su continuidad; o bien patrocinándola mediante una mínima cuota mensual de 5 dólares (4,45€) a través de PATREON (hallarás el enlace tras estas líneas) o bien aportando mínimas cantidades, a partir de 1€, mediante un micropago utilizando PAYPAL (enlace tras estas líneas). GRACIAS por tu ayuda. Deseamos poder seguir brindando a nuestros lectores textos y contenidos de calidad de forma abierta y accesible a todos.
PATROCINA ATARAXIAMAGAZINE CON UNA CUOTA DE 5$ (4,44€)
PATROCINA ATARAXIAMAGAZINE CON UNA MICRO DONACIÓN (2€)
Micro donación mediante Paypal
Mediante Paypal (no es necesario tener cuenta en Paypal) puedes aportar 2 €, a fin de garantizar la permanencia y viabilidad de tu revista en Internet. Muchas gracias.
€2,00
email de contacto: ataraxiamagazine@gmail.com
Patrocina AtaraxiaMagazine: https://www.patreon.com/ataraxiamagazine
Síguenos en Twitter: https://twitter.com/ataraxiamag
Síguenos en Facebook: https://www.facebook.com/ataraxiamagazine