En Cataluña las noticias estrambóticas se suceden a una velocidad trepidante. Les confieso que empiezo a escribir un artículo y cuando al día siguiente lo reviso tengo la sensación de que ya está caducado y que la rabiosa actualidad me ofrece la oportunidad de publicar otro aún más jugoso. Así que he decidido enfrentarme al meollo. ¿Qué es el meollo, se preguntarán?
Todo el mundo cree que la sentencia del Tribunal Supremo significará el famoso “momentum” al que Torra siempre se ha referido para lanzarse a la desobediencia o algo parecido. Algunos quieren una sentencia dura, otros prefieren una muy benigna para evitar que se incendie la calle. Pues bien, yo soy de la opinión de que da igual. Sea lo que sea, sea como sea, ellos intentarán armar un buen «pollo».
La experiencia del fatídico octubre del 2017 evidenció que la ciudadanía no está por la labor, ¿recuerdan la huelga general fallida?, la gente, mayoritariamente, siguió con su día a día y punto pelota. ¿Qué hacer entonces?, debieron pensar los dirigentes independentistas… «Si el pueblo no nos acompaña, deberemos utilizar a unos pocos para armar jaleo», resolvieron.
«Algunos quieren una sentencia dura, otros prefieren una muy benigna para evitar que se incendie la calle. Pues bien, yo soy de la opinión de que da igual. Sea lo que sea, sea como sea, ellos intentarán armar un buen «pollo»
Las noticias recientes sobre la detención de los CDR ya es indicativo de que esos pocos están dispuestos a la violencia. Pero también está más que demostrado que una parte de los catalanes simpatiza con estos personajes; recuerden las «caceroladas». La clave está en cuánto y en qué medida han de calentar el ambiente para que pasen de golpear una cacerola a algo mucho más serio. Calma. Nos acercamos al meollo.
La remota esperanza del separatismo es que la comunidad internacional intervenga, y saben que para conseguirlo, es preciso llamar la atención con algo muy sonado. No parece que la violencia sea una estrategia ganadora, incluso los más radicales dirigentes nacionalistas lo saben. Atención: lo que necesitan son… ¡víctimas! Imagínense unos cuantos cuerpos ensangrentados, en el suelo, cubiertos por esteladas a guisa de mortaja. Eso cumpliría un doble objetivo. Que los seguidores que se limitan a golpear cacerolas se animen a dar un paso más, y que Europa se asuste ante la perspectiva de unos nuevos Balcanes. El independentismo ha demostrado que es capaz de realizar potentes campañas de comunicación, a nivel interno —tv3 a toda máquina—, y también a nivel externo, con sus “embajadas”, o bien untando a quien haga falta. Sí, este es el meollo, conseguir víctimas. Son vitales.
Soy incapaz de imaginar cómo su perversa mente lo planificará, pero reconozcamos que no es difícil que un coche atropelle a un puñado de chavales mientras cortan una carretera, o que un choque entre los grupos organizados que retiran lazos, y los radicales indepes que intentan impedirlo, acabe en algo más que unos empujones… Además, eso significaría abrir la puerta a una cadena de venganzas y sus correspondientes respuestas. Ahí lo tienen: ¡La vía eslovena! ¡Lo dijo el propio Presidente de la Generalitat!
«La pobre asistencia de feligreses a la última Diada ya encendió todas las alarmas de los líderes independentistas… Hay fatiga, hartazgo, y son plenamente conscientes de que el tinglado se les desmorona. Han de intentar algo, por delirante que sea.»
Intuyo que nos acercamos a la última fase del Procés, quizá la más corta, pero sin duda alguna la más peligrosa. La pobre asistencia de feligreses a la última Diada ya encendió todas las alarmas de los líderes independentistas… Hay fatiga, hartazgo, y son plenamente conscientes de que el tinglado se les desmorona. Han de intentar algo, por delirante que sea.
En Cataluña, amigos, conviven dos mundos paralelos; el inmensamente mayoritario de la población, ajena a la lista de aniversarios que se avecinan, que disfrutan de un clima espléndido, que lleva a sus niños al colegio, que abarrota las terrazas mientras planifica el fin de semana, o que llena las tiendas haciendo compras. Y otro, minoritario, que aplaude con entusiasmo mientras cuelga una pancarta en el balcón de la Generalitat. Es un ambiente extraño, desconcertante. Un recién llegado jamás diría que está a punto de presenciar el estallido de una revolución. Sin embargo, el peligro late silencioso y amenazante.
Es la fase final del Procés. La más peligrosa, porque puede pasar cualquier cosa. Necesitan víctimas, necesitan planes delirantes.
¿Qué pasará, preguntan? No lo sé, la verdad; pero sí sé que nada ya me podrá sorprender: ojalá me equivoque con lo del “meollo”… pero como decía no sé quién: «Esperemos lo mejor y preparémonos para lo peor».
Bienvenidos al mes de Octubre.
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