El 17 de diciembre del 2010 el tunecino Mohamed Bouazizi, de 26 años, se prendió fuego y murió de forma terriblemente dolorosa, espeluznante. Fue el inicio de la llamada «Primavera Árabe», aquel movimiento que buscó la democracia y la libertad en las dictaduras árabes.
La gota que colmó el vaso fue que unos policías corruptos le tumbaron su puesto de vendedor ambulante… Pero ese vaso se había llenado de agravios, insultos y durísima represión durante años y años. Piénsenlo durante unos segundos: prenderse fuego, sentir un dolor extremo que se extiende y devora todo su cuerpo; pero todavía no han perdido el sentido y pueden ver cómo sus brazos, sus manos, sus cabellos, su rostro, se convierten en una antorcha, en cenizas, y finalmente, les llega la muerte. Sin duda alguna para llegar a algo así es necesario vivir instalado en una desesperación insoportable, mayúscula. Saltemos ahora a Cataluña y pensemos en esa “Revolución” que obliga a ponerle comillas al término…
Ya conocen de sobra la retahíla de expresiones huecas y grandilocuentes del independentismo: «España es una Dictadura», «Estamos oprimidos», «Luchamos por la Libertad» Y un larguísimo etcétera. A ver… ¿A qué lucha se refieren? ¿A colgarse lazos amarillos en la solapa?, ¿A montar una cárcel de cartón piedra en Vic? ¿Tal vez a hacer senderismo con una jaula del loro que se murió colocada en la cabeza? ¿A bailar sardanas sediciosas o a entonar cánticos a las puertas de la prisión de Lledoners? Ahora anuncian que iluminarán los picos de la montaña de Monsterrat en honor de esos 131 Presidentes de la Generalidad que no existieron jamás… ¡Simples recaudadores de impuestos!
¿Cómo puede ser que si están tan oprimidos como pueblo toda su acción de protesta se reduzca, se limite, a «performances lúdico festivas»? No parece que estén tan desesperados como para vaciar un bidón de gasolina sobre su cuerpo y prenderse fuego. ¡Cómo van a estar desesperados, al borde de la locura, si vienen de pasar unas semanas en la Cerdaña, o en la Costa Brava, a cuerpo de rey!
Todavía sonrío –mejor dicho, suelto una risotada— cuando recuerdo un tweet de uno de los “intelectuales” orgánicos del Procés, que decía: «Que Llarena meta en prisión a nuestra gente un viernes, justo al inicio de Semana Santa, no puede ser casual. Pero tranquilos, el día 3 todos al pie del cañón». Asombrosa opresión. Imaginen a los líderes de la Revolución Rusa gritando a las masas: «¡Bueno, lo dejamos en este punto, camaradas; ya asaltaremos el Palacio el lunes, estas vacaciones disfrutad de vuestra segunda residencia!» Intentemos, por tanto, meternos en la mente de un independentista, para entender este trastorno.
No parece que estén tan desesperados como para vaciar un bidón de gasolina sobre su cuerpo y prenderse fuego. ¡Cómo van a estar desesperados, al borde de la locura, si vienen de pasar unas semanas en la Cerdaña, o en la Costa Brava, a cuerpo de rey!
El cerebro del seguidor indepe —permítanme personalizar esta situación surrealista en la señora Angels y en el señor Antoni— es martilleado de forma inclemente, inmisericorde. Por tierra, mar y aire. Un bombardeo conceptual de 24 horas al día desde TV3, la prensa y las radios subvencionadas con ingentes cantidades de dinero que deberían dedicarse a hospitales y a bienestar social. Los tertulianos y la plaga mediática del procesismo no se detiene nunca: «¡Tu vida es una mierda, Cataluña merece la libertad, tú eres fundamental, no puedes dejar de estar presente en la Diada!» «¡Desobedecer es el camino, lo nuestro es la resistencia democrática, no violenta, la confrontación pacífica!»
Pobre cerebro. Pobres señora Angels y señor Antoni. Se inflaman, se pintan la estelada en la cara, pasean con antorchas en aquelarres independentistas. Se sienten invencibles, guerreros y defensores de una causa histórica y justa. No lucharon en la Guerra Civil, ni en las Guerras Mundiales… ¡Pero esta es su guerra! Pecho henchido, ojos brillantes. ¡Adelante! ¡Algo emocionante en sus vidas!
Irán, por lo tanto, a la manifestación del 11S. Incluso son capaces de amontonarse delante del Parlament. Chillarán, se desfogarán, corearán las consabidas consignas y luego, a casa. ¿Qué les ocurre, que le sucede a estas personas? «¡Hay que entrar en la Generalitat!» «¡Es que se hace tarde, mira qué hora es, cuando se haga pública la sentencia, volveremos… y ganaremos» Pero cuando llega la hora de la verdad, su reflexión se circunscribe a… “mi patrimonio”, «mi cuenta bancaria», “mi casita en la costa”. Es como si despertasen de una hipnosis. Performances sí, jugarse el tipo… ¡ni en broma!. En los fatídicos días de la DUI, unos cientos de CDR jugaron a revolucionarios e intentaron forzar una huelga general, las escenas que se vieron parecían una tragicomedia. La inmensa mayoría tocaba la bocina porque llegaban tarde a sus trabajos.
Echo de menos artículos de psicólogos o sociólogos que expliquen la mentalidad de la señora Angels y del señor Antoni. Intuyo diferentes explicaciones. Una sociedad acomodada, instalada en la molicie y en la más confortable de las rutinas; vidas sin estímulos o hobbies —el Procés como entretenimiento socializador—; el bombardeo mediático que les hace creer que viven oprimidos; la necesidad de sentirse partícipes de algo que tiene mucho de tribal y cavernario. Esto todavía se hace mucho más patente en Tractoria, un mundo cerrado, rural, provinciano, cateto, en el que en invierno a las 5 de la tarde las calles son un desierto y ya están encerrados todos en sus casas, con tv3 de fondo y a todo trapo, por supuesto.
Los dirigentes independentistas, por su parte, viven en una burbuja perceptiva, efectuando proclamas y haciendo constantes llamamientos a la rebelión, y un largo etcétera que me aburre siquiera tener que enunciar. No son capaces de admitir que los catalanes viven muy bien. Más que bien: ¡Viven de p— madre! Las revoluciones, amigos lectores, las hacen los que no tienen nada que perder, los Mohamed Bouazizi desesperados, obligados a vivir día tras día en la más abisal de las miserias. Aquí todo es fantasía, impostura, tribu, aquelarre, sueños descabellados… Por las redes sociales fantasean un día con ser los chalecos amarillos franceses, y al siguiente se pone de moda el caso al estilo «Hong Kong», pero la realidad es muy tozuda: la hipoteca, la segunda residencia, los restaurantes llenos, y a esperar a que la nieve caiga lo antes posible, porque se acerca la temporada de esquí y estrenamos fijaciones y botas nuevas. Ya les vale.
Lluís Llach —ese patriota que vive en la más absoluta indigencia— ya ha anunciado en twitter que hará falta un gesto desmesurado. En su caso imagino que será quitarse el gorro durante unos minutos y estornudar por la Republiqueta Milenaria.
Lo dicho… La revolución de los bocazas, de los bocachanclas, de los merluzos.
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