ETA y yo

Publicidad La Vuelta al Año en 80 mundos.jpgETA Y YOPlantilla Juan Poz

Que nadie malinterprete lo que mi malicia expresiva ha querido dar a entender para llamar la atención del lector: un titular como este quiere decir lo que el subtítulo aclara suficientemente.

Y lo terrible es que, en España, todos podemos hacer nuestro ese titular, porque todos hemos convivido, a duras y hondas penas, con esa barbarie criminal desde edades, como en mi caso, tan tempranas como los 15 años, en 1968, cuando leí en los titulares de los diarios de la época, en Madrid, uno de los primeros asesinatos de ETA, sin acabar de comprender exactamente el modo brutal en que aquello iba a convertirse en un sucesión interminable de golpes dolorosos a lo largo de los años de mi juventud y de mi madurez.

Con la misma sinceridad he de reconocer que el misterioso asesinato de Carrero Blanco, magnificado después por la película de Pontecorvo, con la excelente escena de la voladura del coche en maqueta por encima del edificio contiguo al atentado, lo viví, en la estela de «los que sabían», como el augurio de la imposibilidad de la continuación del Régimen.

El clima de ansiedad, temor y hostigamiento hacia las fuerzas de seguridad del Estado y hacia el Ejército tuve ocasión de vivirlo en mi propia casa —soy hijo de militar— cuando, pasando las Navidades en casa —yo vivía habitualmente en Madrid como becario de la Blume—, y tras un nuevo atentado de ETA, una noche, mi padre, salió en pijama, empuñando la pistola reglamentaria y gritando que los de ETA venían a por él y que ahí, en pleno diciembre helado, los esperaba, dispuesto a descerrajarles cinco tiros… Aún tengo grabada aquella patética imagen, que solo muchos años después reviví viendo «La patrulla fantasma», de John Ford.

Hasta la llegada de la democracia hubo una suerte de ingenuo «reconocimiento» de la acción de ETA contra el Régimen, como si fuera una «fuerza» más en la dirección del cambio para acabar con la Dictadura. Ahora bien, llegada la democracia y el momento del abandono de las armas, como sí hicieron los poli-milis, la sorpresa de todos fue la decisión de ETA de continuar su cadena de asesinatos con la vista puesta en esa «liberación nacional de Euskalherría» contra todas las vías democráticas habidas y por haber. De vanguardia de la lucha antifranquista a verdugos de las libertades, así podría resumirse el cambio de paradigma.

Desde el empecinamiento en la vía del terror, la crudeza inexplicable —injustificable lo fue siempre, antes y después de la muerte de Franco— de la cadena de asesinatos de ETA ha jalonado la vida de todos y cada uno de los españoles que hemos convivido con esa barbarie que solo hallaba refugio, complicidad y apoyo, en algunos sectores de la sociedad vasca, los mismos que contribuyeron a esa perpetuación que no parecía acabar nunca: la iglesia vasca; los partidos abertzales, concretamente lo que solíamos definir como «brazo político de ETA», es decir, Herri Batasuna; el mismísimo PNV, a pesar de haber sufrido en sus carnes ese mismo terror; el terror de los empresarios amenazados de muerte, que se sometían a la extorsión económica que financiaba a la banda terrorista…, es decir, un escenario favorable a esa relativa impunidad de que gozaba la banda en el País Vasco.

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La nula influencia de esa vía terrorista en la política española, que seguía afirmándose en la vía democrática, incluso contra asonadas nostálgicas del franquismo como el intento de golpe de  Estado, forzó a ETA a un crescendo de su actividad mortífera que nos llevó a los atentados masivos que nos han marcado a sangre y fuego con un horror insufrible y una firmeza democrática inquebrantable.

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Todos hemos hecho nuestra la lucha contra esa barbarie criminal, y a todos nos hundieron en la tristeza infinita atentados como el de Zaragoza, el de Vic, el de Hipercor, el asesinato de Tomás y Valiente o el de Ernest Lluch y, por sus especiales circunstancias dramáticas, la «ejecución» de Miguel Ángel Blanco, que supuso algo así como el punto y aparte definitivo en la movilización social contra esa barbarie que, aun a pesar de haber entrado en la vía de su desaparición, aún nos seguiría afligiendo muchos años más, y sirvan los mencionados como representación de todas y cada una de las víctimas de aquel delirio asesino.

La  manifestación de rechazo a la muerte de Blanco fue la primera y última vez que he llevado a mis dos hijos —muy pequeños entonces— a una manifestación, y por el carácter cívico, no político, de la misma. Ha habido tiempo incluso para que ETA llegara al cine, y si «La fuga de Segovia», de Imanol Uribe, al margen de la condición de miembros de ETA de sus protagonistas, era una buena película del género de evasiones carcelarias, «Días contados», del mismo autor, me produjo un rechazo visceral intensísimo, porque entendía que allí se daba una intolerable «complicidad» emocional con la barbarie en un momento, además, en el que era imposible ningún tipo de ambigüedad, porque eso ha tenido siempre el terrorismo: no caben equidistancias ni terceras vías: o estás con él o contra él.Síguenos en Twitter

Ahora, desde el presente desde el que nos quieren edulcorar con el perdón y el olvido aquellos brutales asesinatos, es necesario que todos y cada uno de nosotros recordemos que en nuestras vidas hay un capítulo, aún sin cerrar, que se titula como esta breve memoria: ETA y yo. Cada cual sabrá el contenido de ese capítulo EN su vida, pero, atento como he estado a las declaraciones de la banda y a la expresión de su confusísimo ideario supuestamente ideológico —en realidad un pastiche de tópicos mal digerido—, lo que me ha aterrorizado siempre ha sido la posibilidad de que ese tipo de discursos pudiera acabar «cuajando» en una fuerza política mayoritaria que hiciera imposible la simple convivencia en un territorio, al modo como ha acabado sucediendo en tantos y tantos pueblos pequeños y medianos del País Vasco, un proceso que, desgraciadamente, estamos viendo que vuelve a ocurrir ahora en Cataluña, tras la fallida declaración de la nonata república catalana de la demencia separatista.

Si alguien tiene un momento para acercarse a la excelente película «El Lobo», de Miguel Courtois, en la que aparece un magnífico retrato de aquella demencia paraideológica de los asesinos, verá reflejada con total fidelidad la barbarie alienadora que los ha nutrido durante tantos años; un visionado que recomiendo vivamente.

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Durante algunos años alimenté la idea de una obra de teatro en la que la banda, después de tomar con una estrategia de comando israelí RTVE, exigía que se transmitiese lo que tenían que «revelarle» al pueblo español. Las autoridades dudan entre cortar la señal, sacrificando a los rehenes, o dejarles que «largaran» cuanto tuvieran que decir. Deciden lo segundo y la lógica expectación del país —¡share del 100%, claro!— deja paso, a medida que avanza la exposición demencial de los terroristas, a una hilaridad nacional que acaba disolviendo el drama en el más espantoso de los ridículos jamás televisados…

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Recientemente, la publicación de «Patria», de Aramburu, que aún no he leído —me reservo hasta que nadie se acuerde ya de ella…— y películas como «La casa de mi padre», de Gorka Merchan, además de documentales básicos como «La pelota vasca», de Medem, nos han permitido un acercamiento a la explicación del conflicto que aún está vivo en la vida y en la política española y del que no nos vamos a librar tan fácilmente.

Irene Villa, nadie más autorizado que ella, para comentar la «despedida» de ETA, ha dicho que a los criminales no hay que prestarles atención. Hacerlo, como lo han hecho el PNV y Podemos, por ejemplo, supone tomar partido contra las víctimas, ensanchar su dolor y hacerle un flaco favor al proyecto de convivencia que jamás de los jamases ha de olvidar cuantísimo dolor sembró y cosechó una banda criminal como ETA. Ni ellos, ni sus herederos políticos en activo merecen nada que no sea el desprecio más profundo de quienes tanto hemos sufrido sus delirios asesinos.

Juan Poz-FirmaPuedes seguir a Juan Poz en Twitter como @JuanPoz9 y también en su excelente blog de crítica cinematográfica «El Ojo Cosmológico de Juan Poz» y en su blog de crítica literaria «Diario de un artista desencajado»

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Autor- Juan PozImagen de cierre de artículos

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