III
Los grandes conflictos bélicos
DE SALAMINA A STALINGRADO
BATALLA DE STALINGRADO
(julio 1942 – febrero 1943)
A diferencia de la I Guerra Mundial o Gran Guerra, como la denominan los historiadores, en que la misma no dejó de ser una guerra civil del continente europeo, con apoyos puntuales de voluntarios y suministro por parte de países democráticos como los EE. UU., la verdad es que la II Guerra Mundial involucró directamente a la mayoría de países del globo terráqueo en uno u otro mando, lo que significa una Guerra Total entre dos bandos. Por un lado, los Aliados con Francia, el Imperio Británico y EE. UU. a la cabeza. Por otro el Eje con Alemania, Italia y Japón y algún otro país; con la Unión Soviética basculando. Al principio del lado de Alemania, con un tratado de no agresión del año 1939, después al lado de los Aliados cuando Hitler decide atacarles por sorpresa en el año 1940. Además de Guerra Total también se puede considerar esta guerra como ideológica, que en un principio hizo posible la alianza entre dos corrientes perfectamente identificadas. Por un lado, el totalitarismo del nazismo de Hitler y el fascismo de Mussolini; contra el mundo democrático representado por Francia, el Imperio Británico, los EE. UU. y Canadá principalmente. Dicha guerra, inmediatamente se transformó en una guerra por la supervivencia de los estados cuando se vio la facilidad con que Alemania invadía Polonia y avanzaba casi sin resistencia hacia Moscú. En esos momentos se comprobó que el potencial de guerra de Alemania era muy superior al del resto de potencias que, si querían sobrevivir, deberían olvidar por un momento las diferencias ideológicas que les separaban ante el peligro común que les acechaba. De esta manera, las democracias occidentales y los comunistas de la Unión Soviética decidieron asociarse momentáneamente para derrotar al enemigo común. El conflicto entre Japón y los EE. UU. era bilateral y de momento sólo afectaba a ambos países, aunque en realidad el totalitarismo del Imperio Japonés estaba muy cerca del fanatismo alemán. No obstante, lo anterior, la mayoría de historiadores siguen creyendo que, básicamente la guerra fue ideológica porque el nazismo era incompatible con cualquier régimen social del momento, precisamente porque el orden nazi era excluyente en la mayoría de aspectos como “la pureza de sangre de la raza aria” a la cual creían pertenecer o el odio y la manía persecutoria contra el pueblo judío.
También, la herencia de dicha conflagración mundial, tuvo grandes consecuencias. Desde el punto de vista ideológico significó la continuación de una gran tensión entre el comunismo de la Unión Soviética y sus países asociados del Este como Checoslovaquia o Rumanía, contra la Democracia Occidental, que duró hasta el año 1989 con la caída del Muro de Berlín. Por otro lado, también estaba la cuestión del espacio vital alemán del que, erróneamente se había apoderado Francia tras la derrota alemana en la Gran Guerra, cuestión que era como una losa para el orgullo alemán, Por eso Hitler calentaba el ánimo nacionalista de los alemanes en sus discursos y mítines con frases como: “el enemigo mortal e implacable del pueblo alemán, ha sido y será Francia”. Todo ello con la idea de abatir a Francia y recuperar el territorio colonizado por ésta con la pretensión casi enfermiza de rehacer la Historia.
De acuerdo con los historiadores que se ocuparon de investigar los sucesos acaecidos en la Batalla de Stalingrado, seguramente que dicha batalla sea la más sangrienta jamás conocida, pues, nada más ni nada menos, se calcula que perecieron en la misma la monstruosa cantidad de más de dos millones de almas entre hombres y mujeres, teniendo en cuenta que pudieron morir unos cuatrocientos mil habitantes de la propia ciudad. Por otro lado, el haber sido capaces los rusos de recuperar la ciudad después de haber sido ocupada por el todopoderoso VI ejército alemán del general Paulus, que en las postrimerías de la batalla sería nombrado mariscal de campo por el Führer para que acabara con su vida antes de rendirse; significó un antes y un después en la moral y confianza de las tropas rusas que, a partir de ese momento, empezaron a empujar con ímpetu y resolución, hacia el oeste, a las poderosa tropas alemanas, sin volver a dudar más de su segura victoria sobre la poderosa Wehrmacht. Por el contrario, para los alemanes la derrota de Stalingrado significó todo lo contrario. El historiador William Craig escribe lo siguiente: “Para los alemanes, Stalingrado constituyó el acontecimiento individual más traumático de la guerra. Hasta entonces, ninguno de sus ejércitos de selección había sucumbido en el campo de batalla. Hasta aquel momento, nunca tantos soldados habían desaparecido sin dejar huellas en las vastas soledades de un país extraño. Stalingrado fue un desastre que paralizó la mente de una nación que se creía la mejor de todas las razas. Un progresivo pesimismo empezó a invadir los pensamientos de aquellos que habían cantado ¡Sieg Heil! Sieg Heil! en los mítines de Hitler y, el mito del genio de éste, empezó a disolverse lentamente bajo el impacto de la realidad de Stalingrado. En conversaciones furtivas, la gente, antes demasiado tímida para actuar contra el régimen, empezó a hacer planes concretos para derrocarlo. Stalingrado fue el principio del fin del III Reich”. Así pues, como afirmó Winston Churchill: la victoria rusa en el río Volga, giró el gozne del destino.
Antes de iniciar la II Guerra Mundial, Hitler había firmado un pacto de no agresión con Stalin y ambos habían convenido el futuro reparto de Polonia. En realidad, Hitler quería tener las manos libres para poder apoderarse rápidamente de Francia y el resto de Europa por medio de una “guerra relámpago”, para luego ocuparse de su enemigo tradicional e ideológico que era la Unión Soviética y su comunismo. Tanto él como su Estado Mayor creían haber aprendió de los errores de la Gran Guerra de 1914 cuando sus mejores unidades habían sido frenadas por los aliados en una guerra eterna de trincheras. Ahora las cosas eran distintas, pensaban ellos, pues sus poderosas unidades motorizadas y de panzers eran imparables y avanzaban a razón de 50 Km. diarios, llevándose por delante todo lo que encontraban. De hecho, sus mejores perspectivas quedaron demostradas en la invasión a Polonia que en poco más de un mes les ponía a las puertas de territorio soviético.
Sin embargo, Hitler no contaba con la fuerte oposición inglesa y, sobre todo el apoyo en armamento, materias primas y víveres que los EE. UU. ofrecían a éstos. La información que los alemanes manejaban era, que más tarde o más temprano, los americanos acabarían involucrándose totalmente en la guerra a favor de ingleses y franceses, ya que éstos habían comenzado un programa masivo de extracción de minerales y construcción de armamento, que Alemania por si sola, era imposible de contrarrestar al no disponer de suficientes fuentes de suministro, por lo que, si querían continuar la guerra y ganarla deberían hacerse con territorios que las tuvieran, y ¿qué territorio disponía de fuentes inagotables de materias primas?, pues precisamente la Unión Soviética, sin lugar a dudas.
Esta realidad y el odio ancestral hacia los soviéticos por su ideología comunista, del todos somos iguales, no encajaba con las ideas nazistas de superioridad antropológica y social de Alemania, también el odio hacia los judíos era irreprimible, y en Rusia había muchos. Además Hitler nunca se fio de Stalin que ya se había anexionado la parte oriental de Polonia, Estonia, Letonia y Lituania y la orilla oriental de Finlandia que le permitía controlar el comercio del mar Báltico; por lo que finalmente Hitler toma la decisión de invadir la Unión Soviética diseñando una ofensiva que llamaría Operación Barbarroja en honor a Federico I, de sobrenombre Barbarroja, por el color de su barba; que había sido el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en el siglo XII con un frente de unos 3.000 Km. desde Finlandia al mar Negro con tres objetivos claros: Leningrado al Nordeste por ser la cuna de la Revolución Rusa y puerta de control del mar Báltico para que las exportaciones de hierro y otras materias primas fluyeran libremente desde Suecia. Moscú en el Centro, por ser un objetivo político de primer orden y Kiev en el Suroeste, por ser la capital de Ucrania y un importante centro industrial. Para ello se movilizan en conjunto más de tres millones de soldados al mando del legendario mariscal Fedor von Bock y el general Guderian, comandante de panzer – impulsor de la guerra relámpago-, además de unos 4.000 panzers de última generación y 3.000 aviones.

En realidad, Hitler pensaba terminar la campaña rusa antes del invierno por lo que, en un principio deseaba comenzar las hostilidades en primavera para tener tiempo de concluir las operaciones más importantes antes del invierno. Sin embargo, los italianos son rechazados en el desierto árabe y Mussolini pidió auxilio a Hitler para no tener que sufrir una humillante derrota. Finalmente Hitler accede a la presión italiana y tiene que distraer efectivos preparados para la gran ofensiva y enviar en auxilio del ejército italiano al experimentado África Korps al mando del “invencible” Rommel, por cuyo motivo la ofensiva del Este se retrasó un tiempo precioso, que a la larga resultaría fundamental para la suerte de la Guerra, pues el frío y la nieve favorecía mucho a los ejércitos rusos que disponía de unidades siberianas bien pertrechadas y acostumbradas a la lucha en esas condiciones extremas. Finalmente, el 22 de junio de 1941, Hitler da la orden de ataque y toda esa maquinaria de guerra establecida en la frontera rusa, comenzó a moverse de forma imparable.
Mientras tanto Stalin, a pesar de la información que le pasaban sus espías y el servicio de información británico, de que Alemania se estaba preparando para invadir la Unión Soviética; no acababa de creérselo, hasta que finalmente era demasiado tarde. Cuando supo el enorme potencial alemán de la ofensiva, durante un tiempo no dio señales de vida, probablemente asustado por la rapidez y virulencia de los ataques. Más tarde ordenaría el traslado de las más importantes fábricas a la parte oriental. Así mismo, apelando al patriotismo, pidió a todas las granjas y labradores que se fueran replegando con lo que pudieran y quemaran las cosechas, pues el invasor no se debía aprovechar de nada. En poco tiempo los ejércitos habían apresado a 600.000 soldados rusos a los cuales no podían alimentar y era un gran estorbo a su rápido avance. Así que los fusilamientos multitudinarios y otros medios de exterminio estaban al orden del día y de ello se encargaban principalmente unidades especiales de las SS llamadas Einsatzgruppen.
Una vez que Hitler tomó la decisión de destruir la Unión Soviética, de una vez por todas, en Junio de 1942, con la propaganda hacia sus soldados de acabar la guerra de inmediato, ordenó a sus tropas atacar el sur de la Unión Soviética y apoderarse de los yacimientos de petróleo de la región del Cáucaso, que resultaban vitales para el curso de la guerra Pero primero había que capturar la ciudad de Stalingrado que se suponía con una baja defensa, asegurar el flanco norte y dar un golpe psicológico a los rusos, capturando la ciudad con el nombre de su presidente. No obstante, antes era necesario acabar con el último obstáculo de arrinconar y derrotar a dos ejércitos rusos. El 1º de Carros y el 62º de Infantería que se encontraban acorralados en las orillas del río Don. Cuando las divisiones de carros blindados- Panzer en alemán-, llegaron a la ciudad a orillas del río Volga, se encontraron en la propia frontera de Asia. Durante 162 terribles días, los defensores soviéticos de Stalingrado obligaron al VI Ejército Alemán a pagar con sangre cada centímetro de terreno. Las columnas de tanques, que avanzaban con rapidez, fueron sustituidas por un salvaje combate cuerpo a cuerpo, en un laberinto de fábricas, comercios y edificios de viviendas en ruinas. Superados en número de hombres y armas, los hombres del Ejército Rojo sufrieron pérdidas espantosas. Sin embargo, al resistir en sus posiciones forzaron a los alemanes a caer en una trampa de la que no había escapatoria, pues el tiempo jugaba en su contra. Cuando las condiciones árticas del invierno ruso bloquearon las líneas de suministros alemanas, Stalin lanzó un feroz contraataque que acabó rodeando por completo al fatídico VI Ejército alemán. Había sucedido, no había marcha atrás, la ciudad que Stalin nunca pensó en defender y Hitler nunca había pensado en atacar, por los azares de la guerra, se había convertido en un símbolo que los primeros necesitaban defender a toda costa- no en vano llevaba el nombre del hombre más poderoso de la Unión Soviética- y los segundos precisaban atacar con todas sus fuerzas, pues en el ánimo de Hitler y en la propaganda nazi, no estaba la idea de sufrir una primera derrota que pusiera a las claras que sus ejércitos no eran invencibles. En realidad, cualquiera que consiguiera la victoria, habría obtenido uno de los factores más importantes de la guerra cual es la moral y la confianza que necesitaban los contendientes para obtener la victoria total en aquella confrontación.
Tal como se ha dicho, el ataque a la ciudad de Stalingrado, situada a lo largo de más de 20 Km. a las orillas del río Volga, y de unos 10 Km. de anchura, en la orilla oeste del mismo, se realiza por un cambio de planes del estado mayor de la Wehrmacht con Hitler a la cabeza, que en un principio solo deseaba llegar al Cáucaso, hacerse con los ricos pozos de petróleo de dicha región y dominar toda la amplia ribera del río Volga. Hitler, junto con su estado mayor había analizado lo que había pasado en la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, donde se había producido una guerra interminable de trincheras o guerrillas de franco tiradores. Por ello la planificación global de la guerra en Rusia partía de la teoría de que debía tratarse de una guerra relámpago realizada en primavera-verano con sus poderosas unidades motorizadas y de Panzers, para que antes del Invierno hubiera terminado, como había quedado demostrado en las campañas de París y Polonia que habían conseguido la victoria en pocas semanas, siendo precisamente el VI Ejército el que se había distinguido en Polonia donde había conseguido la vitola de invencible, no solo por la preparación de sus hombres, como por el moderno material que llevaban como era el caso de los Panzers de última generación. La cuestión es que Hitler tenía la pretensión de derrotar el régimen bolchevique-judaico y hacerse con la colonización de los más importantes territorios de la Unión Soviética. Entre 1939 y 1941 centró todo su potencial bélico en la invasión de la Unión Soviética, que era, probablemente, su principal objetivo. Por ello, el 22 de junio de 1941 con un ejército de unos tres millones de soldados alemanes más cerca de un millón de soldados aliados, principalmente rumanos, húngaros e italianos en un frente comprendido entre Finlandia y el mar negro, Alemania invade la Unión Soviética, empujando rápidamente a los ejércitos rusos hasta el mismísimo Moscú donde se atrincheraron y presentaron una fuerte defensa que presagiaba un retraso significativo en sus planes iniciales por lo que Hitler convence a regañadientes a su Estado Mayor para hacerse con los pozos petrolíferos de la región del Cáucaso orquestando una importante ofensiva denominada Operación Azul dividida en dos grupos de ejército, el primero al mando del mariscal de campo List con el 1º y 17º Ejércitos de carros, y el segundo comandado por el mariscal Fedor von Bock que contaba con IV Ejército Panzer al mando del general Hermann Hoth y el VI Ejército comandado por el general Frieedrich von Paulus que debían ocuparse de abrir un amplio frente a través del río Volga en las inmediaciones de la ciudad de Stalingrado, para eliminar la industria de guerra de la zona y la estación de ferrocarril que unía Moscú con dicha ciudad por medio de bombardeos y fuego de artillería pesada, después se irían más hacia el sur en busca de los yacimientos petrolíferos de la zona caucásica.
No obstante, ante la tardanza del avance del mariscal de campo List y a informaciones del servicio secreto alemán de que los alemanes tenían escasas fuerzas en la orilla occidental del Volga y que no llegaban a la ciudad de Stalingrado refuerzos procedentes de los Urales y Siberia, unido todo ello al hecho de que después del frenazo producido por sus tropas en Moscú y el Cáucaso, el triunfo en Stalingrado se convertía en un símbolo que demostraría que las fuerzas alemanas no habían fracasado en la ofensiva. Todo ello acabó por decidirle finalmente a cambiar los planes iniciales de la Operación Azul en el mes de julio y dividir el grupo de Ejércitos Sur en dos fuerzas la A y la B. La A mandada por el mariscal de campo Wilhelm List y la B comandada por Maximiliam von Weichs que había sustituido al mariscal Fedor von Bock, por no haber estado éste de acuerdo con la idea de Hitler de dividir el Ejército Sur. Los primeros se dirigirían hacia el sur en busca de los pozos de petróleo y el VI Ejército al mando del general Paulus se encaminó hacia el Este con la firme idea de tomar la ciudad y hacer retroceder a los ejércitos soviéticos. Craso error, Stalin por fin había atendido las sugerencias de sus mejores generales como Andréi Yeremenko y Georgi Zhúkov y había permitido a las fuerzas del primero retirarse a la otra orilla este del Volga, para reagruparse y esperar importantes contingentes de soldados procedentes de Siberia y los Urales, al mismo tiempo que situaban sus piezas de artillería al otro lado del río, a la vez que lograba impedir el avance de la vanguardia de los Panzer del general Hoth que pretendían cerrar la retirada de los ejércitos rusos y hacerse con el control de la navegación del Volga y del aprovisionamiento de su Ejército. En un principio Stalin tenía la misma idea que Hitler, no se podía retroceder ni un metro, pues los comisarios que acompañaban a las tropas se encargaban de impedir que nadie retrocediera, disparándole si era preciso. No obstante, cuando Hitler decidió dividir el Ejército Sur entre el río Don y el Volga, los generales rusos vieron la oportunidad de conseguir frenar al ejército de Paulos en Stalingrado y a partir de ahí iniciar una contraofensiva para envolverle por los francos defendidos por húngaros y rumanos. Por ello, empezaron a concentrar sus mejores tropas, acompañas de otras menos preparadas, incluso sin armas, que iban recogiendo, a medida que los de delante caían. Era la ciudad de Stalin que él mismo había reconquistado al ejército blanco en la guerra civil y que en esos momentos se llamaba Volgogrado en honor al río Volga. El VI Ejército alemán, que había cambiado su ruta en uno de los puntos en que el río Don y el Volga discurrían en paralelo a unos 60 Km. de distancia, avanzaba con rapidez sin apenas resistencia pues la poca que encontraban retrocedían velozmente hacia la ciudad de Stalingrado, precisamente la ciudad que Paulus quería conquistar por expreso deseo de Hitler que veía en ello una gran oportunidad de disimular los reveses sufridos en Moscú y en la campaña del Cáucaso, que no prosperaba al ritmo que él deseaba. Desde luego Hitler y su Estado Mayor, habían concebido la invasión teniendo en cuenta la gran superioridad de su armamento en especial el de carros blindados como sus Panzers y vehículos de todo tipo armados con la mejor tecnología del momento. El día 23 de agosto, la vanguardia del VI Ejército procedente de la ciudad de Gumrak alcanza el Volga y se atrincheraban en espera del resto de las unidades para empezar el combate. Así mismo, el IV Ejército Panzer del general Hoth avanzaba desde el sur, pero muy despacio ya que el comandante en jefe de la resistencia rusa, el general Yeremenco, había concentrado la mayor parte de sus fuerzas en ese punto. Ese mismo día, Hitler ordena al general de las fuerzas armadas o Lutwaffe. General Wolfram von Richthofen bombardear la ciudad. El espectáculo fue dantesco, las barcazas que transportaban tropas de la retaguardia rusa saltaban por los aires y el río se teñía de sangre con los muertos y heridos. Tanto desde las barcazas como desde tierra, donde se encontraban las principales defensas antiaéreas, el caos era extraordinario y los comisarios políticos, que acompañaban a las tropas al mando del camarada Nikita Kruschev, hombre de confianza de Stalin y futuro Secretario General del Partido Comunista (1953-1964) y Primer Ministro (1958-64); presionaban y empujaban los mandos rusos y a sus hombres “a no dar ni un paso atrás”, aunque para ello hubiera que fusilar a algunos, pues el mando soviético entendía que entregar Stalingrado suponía perder el sur del país sin posibilidades de recuperación.
Cuando la avanzadilla de carros llegaba a las afueras de Stalingrado el día 1 de septiembre, la ciudad solo era defendida por unos treinta mil o cuarenta mil efectivos, pero el mariscal Zhúkov, nombrado comandante en jefe a las órdenes directas de Stalin, sabía que era imprescindible resistir para dar tiempo a la llegada de nuevas fuerzas y material que se estaba fabricando a marchas forzadas y que pretendían envolver y aislar al atrevido VI Ejército; lo que había de suponer la primera gran derrota del Eje en la campaña del Este. Para ello, el general ruso Yeriómenko concentraba sus fuerzas en la zona sur para impedir la unión del IV Ejército Panzer con el Ejército de Paulus, sabiendo como sabían la debilidad de los flancos Norte y Sur formado por tropas rumanas mal equipadas y poco aguerridas, por lo que su resistencia era vital para dar tiempo a la llegada de gran cantidad de efectivos, que se iban acumulando día a día en su retaguardia hasta acumular más de un millón de hombres, aparte de tanques y cañones procedentes de Moscú y los Urales; a fin de comenzar progresivamente un furibundo contraataque en forma de tenaza por los flancos, aprovechando la flojedad del ejército rumano. No obstante, antes había que impedir que el 4º Ejército Panzer del general Hoth no consiguiera conectar con el VI Ejército de Paulus. Sin embargo el avance de los Panzers, sus granaderos y las columnas motorizadas de apoyo, no cesaban en su empeño de perforar las líneas rusas y conectar con las fuerzas de Paulus, pero el temperamental jefe general no contaba con la débil resistencia del II Ejército Húngaro que, ante la avalancha que se le venía encima se empezó a descomponer y huir a la desbandada, mientras que las mejores divisiones alemanas tenían que seguir aguantando la avalancha de hombres que se les echaba encima. La táctica de los rusos era atacar en tromba desde distancias cortas, aunque ello supusiera una carnicería entre sus soldados, que ni siquiera disponían de fusiles para todos, por lo que era frecuenta avanzar en las últimas líneas soldados desarmados que cogían del suelo los fusiles de sus compañeros abatidos y seguían avanzando. Los alemanes se cansaban de abatir enemigos con sus morteros, ametralladoras y fusileros, pero ellos también sufrían muchas bajas y poco a poco se iban debilitando sus formaciones y su avance se iba frenando. De hecho, durante el mes de septiembre los alemanes no pararon de avanzar, pero cada día lo hacían más despacio que el día anterior y, poco a poco, se iba convirtiendo su avance en una guerra de guerrillas. En una guerra de trincheras que tanto detestaban los alemanes, aunque las trincheras, apenas fueran necesarias puesto que los parapetos consistían en edificios derruidos, habitaciones semi destruidas, maquinaria desperdigada, etc..y Hitler no paraba de presionar a Paulus y su estado mayor para que se tomara Stalingrado, llegando a decir que la victoria final sobre Stalingrado no podía durar más allá del 15 de octubre.
Mientras tanto el 4º Ejército blindado de Hoth, avanzaba penosamente, ya que el general Yeremenco estaba concentrando el grueso de sus tropas y los refuerzos que iba recibiendo en la parte sur de la ciudad por donde se suponía que penetraría el 4º Ejército Panzer, pues dicha estrategia ya había sido negociada con Stalin y el mariscal Zhúkov que acababa de llegar de Moscú para hacerse cargo de la defensa y posterior ofensiva de los ejércitos rusos denominada “Operación Saturno”. Además, dicha operación se anticipó al conocer por los espías rusos que el 4º Ejército Panzer de Hoth, se había retirado algunos quilómetros al Norte para, a continuación, intentar una maniobra envolvente de la avanzadilla de los ejércitos rusos, por lo que Yeremenco desvió una parte de sus tropas, que no paraban de crecer con los refuerzos que recibían tanto por ferrocarril como por agua en enormes barcazas. Por ello la concentración de fuego ruso era enorme, motivo por el cual, el irascible general empezó a considerar la posibilidad de no poder conectar con las fuerzas de Paulus, si éstos no hacían una rápida retirada del frente de Stalingrado. No obstante, debido a la orden de retirada dada por Yeremenco de una parte de las fuerzas rusas para tapar la previsible maniobra envolvente de los poderosos panzer del 4º Ejército, fue muy bien aprovechada por éstos para abrir una brecha en el corredor hacia Stalingrado. En ese momento el general Hoth solicitó a Paulus que hiciera un rápido avance para unirse con ellos y romper definitivamente el cerco a que se veía sometido el VI Ejército. Inexplicablemente Paulus no se movió enzarzado como estaba en impedir un contragolpe de los rusos o bien por razones de tomar Stalingrado a toda prisa como le había pedido el Führer que, en esos momentos, consideraba infalible. Por ello, dejó una parte de efectivos para mantener abierta la puerta de Stalingrado y continuar con su maniobra envolvente hacia el Norte para unirse con los carros del VI Ejército. Con posterioridad se reprochó a Paulus esa indecisión que resultó crucial para la suerte final de su ejército y la marcha de la guerra del Este en el corto plazo.
El VI Ejército alemán había realizado su ofensiva entre los ríos Don y Volga, a partir del meandro que el Volga describía al oeste de Stalingrado, habiendo situado la retaguardia en esa misma zona con infinidad de búnkers de artillería pesada y muchas trincheras con ametralladoras para proteger una posible retirada. Los depósitos de víveres estaban situados en la parte oeste del río, cosa que el alto mando ruso averiguó a través de su servicio de espionaje y el flanco Nordeste de esas tropas estaba defendido por el III Ejército rumano.
Mientras tanto, como ya hemos adelantado, Stalin y su estado mayor estaban convencidos que Hitler no permitiría retroceder al VI Ejército por orgullo, puesto que una retirada, aunque fuera estratégica, supondría asumir que el glorioso ejército alemán no era invencible, no, no se podía retroceder ni un palmo y había que tomar la ciudad cuanto antes para demostrar a Stalin y a sus aliados que la guerra la ganarían los alemanes. Por ello, Stalin junto con sus generales diseñó la estrategia de aguantar al máximo las acometidas de la Wehrmacht ya que el tiempo jugaba a su favor, pues se acercaba el invierno y aunque esa estrategia se iba a llevar el 23 de agosto, la vanguardia del VI Ejército que había atravesado la estepa rusa y se encontraba a las orillas del río Don se preparaba para hacer un corredor de unos 65 Km. hasta las orillas del río Volga a cuyas orillas se encontraba el Volga. De ello se encargan tres divisiones entre las que se encontraba la 16º División de carros mandada por el general Hube (el famoso general alemán de un solo brazo). Precisamente dicha división llegaba a las afueras de Stalingrado en la noche de ese mismo día después de haber encontrado una débil resistencia de nidos de ametralladores y fusileros emboscados. Unos 20 Km. más atrás, se encontraba la 3ª División Motorizada, que acampaba para pasar la noche y reanudar su avance al día siguiente, mientras que la 60ª División Motorizada se quedaba empantanada por problemas de circulación otros 20 Km. detrás. Debido a las prisas procedentes del alto mando alemán el general Hube no quiso esperar la llegada de las divisiones motorizadas y de soldados a pie, craso error, que posteriormente resultaría funesto para la batalla, pues las milicias rusas habían excavado amplias y fortificadas trincheras y las posiciones rusas situadas en forma de erizo que recibieron, en la madrugada del día 24, con un potente fuego en abanico a los Panzers alemanes. Además, en la orilla oriental del río se habían instalado gran cantidad de piezas de artillería y los temibles cohetes Katiusca de 130 mm. con rampas de lanzamiento en camiones acorazados, que no paraban de vomitar fuego, con gran velocidad e intensidad y unos silbidos desconcertantes hacia las posiciones de las divisiones motorizadas, que no lograban avanzar y unirse a la vanguardia de los carros blindados. Incluso los rusos se atrevieron a enviar 60 carros T-34 contra los alemanes, todavía sin pintar, pues se acababan de montar en la fábrica de tractores que posteriormente se convertiría en un lugar prácticamente inexpugnable para los alemanes, pues alrededor de la fábrica se colocó una amplia defensa con milicias de obreros de la propia fábrica y soldados rusos que retrocedían del Oeste de la ciudad perseguidos por los blindados y granaderos alemanes.
El alto mando ruso se había establecido en el barranco Tsaritsa donde los zapadores habían construido un bunker subterráneo. Su general en jefe, Andréi Yeremenco estaba haciendo maravillas, a costa de una carnicería de sus hombres, para impedir que las dos Divisiones Motorizadas que habían quedado rezagadas se pudieran unir con la División de Panzers del general Hube. Por un momento parecía que iban a conseguir mantener aislado a la vanguardia de Panzers del flanco derecho, pero los Panzers y las unidades motorizadas alemanas estaban muy bien entrenadas y pertrechadas y finalmente habían contactado. Mejor aspecto tenía el frente izquierdo donde las unidades de carros de Hoth eran incapaces de avanzar. Sin embargo Hoth era una leyenda en el Ejército alemán y no se dejó amilanar, por lo que en la noche del día 29 de Agosto, cambió el rumbo de sus Panzers en dirección norte hacia Abganorevo a una velocidad que los rusos informados por sus espías de los acontecimientos temieron que se trataba de una maniobra envolvente de Hoth para unirse con el VI Ejército, rodearlos e impedir el posible contraataque ruso, por lo que decidió replegar el grueso de sus tropas más hacia el Norte, aún a expensas de entregar Stalingrado. Dicha maniobra puede ser considerada como uno de los movimientos estratégicos más importantes para salvar al 62 Ejército ruso.
Los combates eran cada vez más virulentos, ambos ejércitos no querían ceder ni un palmo de terreno, pero a través de la línea férrea y el Volga, no paraban de llegar refuerzos rusos, armas de artillería como los mortíferos katiuska, que eran llamados los órganos de Stalin por su forma de tubo y el característico sonido que emitían. Los combates se recrudecían día a día. Los alemanes querían conquistar las posiciones rusas alrededor de la fábrica de tractores Octubre Rojo, la fábrica de armas la Barricada y la estación del ferrocarril, y las escenas de ataques y contraataques de los piojosos y pestilentes soldados de ambos bandos eran dantescas. Todo el mundo suponía que no iba a salir de allí. En esa situación los alemanes se estaban quedando sin alimentos. El VI Ejército llevaba 25.000 caballos y mulas para transportas las municiones, alimentos y demás pertrechos y ante la escasez, no tenían más remedio que ir sacrificando los animales para no morir de hambre. Ante una situación tan penosa el remiso general Paulus se ve en la obligación de solicitar, por mensajes radiados, el permiso para retroceder temporalmente más allá de la línea oeste del río Don. Además, cada vez veía con mayor claridad, que los rusos les estaban cercando, como demostraba el poderos ataque, que los rusos estaban haciendo, hacia los flancos de su ejército defendidos por el débil ejército rumano que se estaba descomponiendo, no en vano los 3.500 cañones rusos y posterior avance de los T-34 les estaban machacando sin descanso.
En un mensaje radiado del 21 de noviembre de 1942, el Führer solicitaba al general Paulus y al general de Estado Mayor Schmhidt que mantuvieran sus posiciones a toda costa, ya que el abastecimiento lo iban a realizar por medio de un puente aéreo, cosa que casi nadie creía que pudiera funcionar. Tampoco Paulus pensaba que la Luftwaffe– arma aérea en alemán-, sería capaz de suministrarles por aire un mínimo de provisiones de 500 toneladas diarias para bastecer a un ejército de 250.000 hombres que día a día perdía fuerza por el hambre, las enfermedades, los piojos y el frío; pero, en contra de la opinión del jefe ejecutivo del Ejército del Aire general Richhofen, Goering- comandante supremo de la Lufwaffe- y amigo de Hitler, había dado la orden de establecer un corredor aéreo hasta el aeropuerto de Ptomnik, a pesar del mal tiempo que había en la zona en esos meses invernales.
El 22 de noviembre, desde su nuevo puesto de mando de Gumrak, Paulus envía un mensaje desesperado indicando que apenas les queda combustible para los tanques y unidades motorizadas, y que se le permitiera abandonar temporalmente Stalingrado y el frente Norte para dirigirse al Suroeste. Hitler le contesta que siga aguantando porque le enviará ayuda. Pero el 23 del mismo mes, Paulus vuelve a escribir al Führer para que le permita una completa libertad de acción, aunque, de nuevo, la negativa de Hitler es evidente, al contestar que la parte norte de la ciudad hay que conservarla a cualquier precio por la importancia estratégica que tiene para el VI Ejército.
La última oportunidad de que el VI Ejército alemán pudiera replegarse hacia el río Don para evitar el encierro, se habían desvanecido por la pertinaz negativa de Hitler a autorizarlo; por lo que la pinza soviética se fue cerrando rápidamente y para el día 24 de noviembre ya era imposible salir de la misma y el VI Ejército alemán quedaba casi abandonado a su suerte.
Mientras que los soldados alemanes morían de tifus, frío y las balas de los expertos francotiradores soviéticos, los desesperados mensajes no paraban de ir y venir, pero la verdad era que el orgullo de Hitler no le permitía pensar en la vida de 200.000 hombres, ni en las pérdidas materiales de todo un ejército. Por el contrario, aún pensaba que tenía algunas posibilidades de salvar honrosamente el VI Ejército. Una de ellas fue dar el mando total de los ejércitos del Este al legendario general Manstein, cuyo genio militar le había permitido destruir la Línea Marginot, orgullo militar de Francia, en menos de cinco semanas; con la orden expresa de abrir un corredor hacia las posiciones alemanas de Stalingrado. La otra era poner en práctica el plan de abastecer al VI Ejército por el aire. Con tal motivo la fuerza aérea comenzó el 25 de noviembre un puente aéreo hacia el aeropuerto de Pitomnik que aún se encontraba dentro del llamado Kessel o zona candente del cerco. Así las cosas, al principio el abastecimiento de combustible, municiones y alimentos iba funcionando, aunque la escasez era manifiesta, pero el tiempo iba empeorando rápidamente y la mayoría de los días no podían volar por culpa de cielo cubierto. Como agravante, los rusos lograron colocar a lo largo de la ruta de los aviones poderosas barreras antiaéreas y ataques sorpresivos de sus cazas, lo que, poco a poco, iba diezmando el potencial aéreo de las entregas, por ello, el suministro aéreo tuvo que realizarse por las noches en una zona en que las posiciones alemanas y rusas estaban casi juntas, por lo que muchas veces, algunos suministros caían en manos del enemigo. Al cabo de dos semanas, debido al mal tiempo y a los virulentos ataques rusos, tanto por tierra como por aire, los alemanes habían perdido unos 300 aviones y apenas habían entregado unas 250 toneladas de municiones y comida a sus soldados. Y si eso era poco, los primeros tanques soviéticos atacan el aeropuerto de Pitomnik, principal base aérea y de suministro, obligando a la aviación a utilizar el pequeño y maltrecho campo de aviación de Gumrak donde se apelotonaban, en medio de la nieve, grandes caravanas de vehículos y soldados del Oeste, que se mezclaban con las ambulancias de heridos del Este Ahora, la única esperanza para el VI Ejército estaba en el mariscal Erich von Manstein, que había sido nombrado recientemente comandante en jefe de los ejércitos
del Este y que estaba planeando la llamada Operación Tormenta de Invierno, que pretendía abrir el cerco soviético con fuerzas alemanas procedentes de dos puntos diferentes. Una operación vendría de la ciudad de Chir, al noroeste del Don, y la otra de Kotelnikovo al Sureste del mismo río. Entre el día 12 de diciembre y el 16 del mismo mes, comenzaron ambas operaciones, pero las poderosas unidades de los tanques T-34 de 30 toneladas y blindaje a prueba de artillería ligera, se plantó delante de la avanzadilla de carros alemanes y logró destruir unos 400. Ello paralizó el avance alemán y, posteriormente les obligó a retroceder 200 Km. ante la avalancha de fuego enemigo que les venía en todas las direcciones, incluso por la retaguardia. La suerte estaba echada y era cuestión de semanas la rendición del VI Ejército alemán. No obstante, se debería subrayar que, a pesar de la penosa situación en que se encontraban, las cada vez más escasas tropas alemanas azotadas por el hambre, el frío, las epidemias y las balas enemigas, los soldados seguían combatiendo alentados por sus jefes, pero la tenaza soviética continuaba cerrándose a su alrededor y la desesperanza se adueñaba de todos los combatientes alemanes.
El día 22 de enero, el general Paulus envía un radiomensaje desesperado al Mariscal Meinstein y al Führer, informando que los rusos avanzan masivamente hacia las posiciones alemanas de la ciudad y ellos ya no tienen municiones ni provisiones. Al cabo de unas horas recibe la contestación lapidaria de Hitler: Los soldados defenderán sus posiciones hasta el fin… El VI Ejército realizará así una histórica contribución al más gigantesco esfuerzo de guerra en la historia alemana. Abatido por el abandono del Führer al que tanto admiraba, el general Paulus abandonó el Estado Mayor en Gumrak para dirigir la última defensa de sus hombres en los sótanos de los almacenes Univermag.
El último radiomensaje de Hitler se produce el día 30. En él se nombra a Paulus Mariscal de Campo, para que sea fiel a la historia y se suicide antes de entregarse, pero, en esos momentos Paulus ha perdido la fe en su jefe supremo y los actos heroicos no le dicen nada ni le interesan. En esos momentos postreros sólo piensa salvar la vida de sus hombres por lo que, a través de intérpretes, pacta verbalmente entregarse, el día 31 de enero de 1943 con sus 90.000 hombres para que sean enviados a campos de concentración. Quizás, en esos momentos, el Mariscal Paulus ignoraba que el resto de esos 90.000 soldados de su poderoso VI Ejército de 250.000, morirían la mayoría; unos fusilados y otros de frío antes de llegar a los lejanos campos de concentración, y sólo él y unos 5.000 supervivientes regresarían a Alemania después de terminada la guerra.
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