RIVERA EN LA LEGISLATURA DEL «GALLINA»
La pregunta clave después de las elecciones del 28-A es qué hará C’s, con quién se aliará. Rivera no debe jugar la «Liga del Gallina».
Los estrategas del partido de Rivera plantearon la batalla electoral con la idea de que podían ocupar el gigantesco espacio que en el centro–izquierda deja el PSOE por su alianza con Podemos y con los independentistas.
Por eso era tan prioritario para ellos formar un cordón sanitario en torno a Sánchez como no asimilarse o desaparecer en un frente de derechas.
El resultado de las elecciones les ha dado la razón.
Uno de los éxitos de la minoría racista catalana ha sido que el PSOE se mimetizase tanto con ellos que ha desaparecido su autonomía ideológica.
Es en este contexto donde aparece la oportunidad para C’s, pues con el desplazamiento de los socialistas hacia el bloque secesionista quedaba sin representación un gran número de votantes de centro izquierda que ha recogido Ciudadanos.
Después del resultado electoral, C’s tiene, en teoría, dos alternativas: ser la bisagra del PSOE o sus herederos. Deben decidir si confraternizan con él para atraerle al centro o si aspiran a sucederle.
No obstante, si optan por salvar al PSOE prestándole su apoyo en un eventual Gobierno sería un suicidio a medio plazo porque, en realidad, C’s no tiene más que una alternativa: no desviarse ni un ápice de su estrategia inicial consistente en sustituir a un Partido Socialista dirigido por un Secretario General convencido de que su supervivencia depende de los secesionistas.
Afirmar que C’s se aplicaría un harakiri si auxilia a un PSOE carcomido por las taifas propias y ajenas no es una opinión del que escribe, sino una verdad a priori, puesto que la alianza del PSOE con los secesionistas y los «nacionalistas extranjeros» de Podemos supondrá una sucesión de partidas del «juego del gallina» (*) donde ya se sabe quién gana y cómo termina.
El del «gallina» es el juego del puro enfrentamiento, donde el triunfo se consigue no cooperando, sino todo lo contrario. El vencedor logra sus objetivos mostrando al otro que él no cooperará en absoluto aunque ello le cueste caer por el despeñadero, lo que provoca que su contrincante decida perder el juego (modificar su política en beneficio del intransigente, renunciar a sus principios) a cambio de salvar su vida (continuar en el Poder).
Por una falta de comprensión del juego, Sánchez ya se ha apresurado a proclamar que aceptará volver a jugarlo con Torra o con el que le sustituya, manteniendo la esperanza de que éste premiará su empatía y le sostendrá.
Grave error, pues la mera pretensión de reiniciar el juego legitima al racista y sus fines. Su repetición le sirve al suicida para demostrar que se puede ser irresponsable sin que pase nada, sin que tenga el menor coste para él. Al contrario, el juego se retoma siempre desde posiciones aún más absurdas que las que quedaron planteadas en la última partida.
«Dado que el Partido Socialista ha decidido unir su suerte a los sediciosos que sólo quieren jugar la Liga «del gallina», todos los que intimen con los socialistas tendrán el mismo destino que éstos: acompañar a los separatistas hasta el precipicio y desaparecer»
Este es el motivo por el que el premio a la primera Liga del «Juego del Gallina», celebrada a finales de los años 70 del siglo pasado, fuese la Autonomía; mientras que cuarenta años después el trofeo es la Independencia.
Por la misma naturaleza del juego, el más irresponsable siempre lleva la iniciativa y siempre gana, porque a pesar de la proximidad del precipicio, la constante presencia del fanático garantiza que volviendo a jugar siempre avanzará un poco más en su objetivo, sin riesgo alguno para su proyecto ideológico porque su rival, el Gobierno de España, le rescatará cuantas veces sea necesario para volver a jugar «al gallina», pues le necesita para tener una mayoría parlamentaria y los «indepes» sólo aceptan pactar utilizando este diabólico procedimiento.
En estas condiciones, dado que nos encontramos ante un juego esencialmente imprudente, un Gobierno (o un partido político) responsable jamás puede vencer y su única alternativa es no jugarlo, o neutralizarlo de forma definitiva auxiliando a los nacionalistas suicidas para que se despeñen de una vez por todas.
Por tanto, conociendo cuál es el funcionamiento del juego, a C’s le queda una única opción si quiere subsistir.
Dado que el Partido Socialista de Sánchez ha decidido unir su suerte a los sediciosos (nacionalistas, pero también podemitas) que sólo quieren jugar la Liga «del gallina», todos los que intimen con los socialistas tendrán el mismo destino que éstos: acompañar a los separatistas hasta el precipicio (la división del país) y desaparecer, pues exprimido el Partido Socialista y sus aliados, los xenófobos los tirarán al cubo de la basura.
Por tanto, colaborar con Sánchez es colaborar con los «indepes» y bolivarianos que es colaborar en la propia defunción.
En definitiva, Rivera debe negarse a participar en la Liga del «Juego del Gallina» y dejar que el PSOE siga jugándola con los separatistas y podemitas hasta que de aquél no quede ni la memoria.
Esto obliga al partido de Rivera y Arrimadas a colaborar con las derechas en acto de defensa propia.
Pero sólo hasta que el PSOE desaparezca anegado en el magma populista-indepe, como ya ha ocurrido en Francia, porque luego de ocupado todo el centro-izquierda por C’s a causa de la derrota del socialismo a manos del nacionalismo periférico en la Liga «del Gallina», el partido de Rivera será el polo izquierdo de un bipartidismo reconstituido, que quizás excede su objetivo inicial de ser la bisagra del PP-PSOE.
Estaremos atentos al aparato, al aparato de C’s, claro.
* Juego del gallina: Comprenderán al instante a lo que me refiero si recuerdan a James Dean en “Rebelde sin causa” celebrar con otro joven una carrera de coches en dirección al vacío de un acantilado. El motivo de la disputa era acreditar quién era el más valiente, y el ganador resultaba ser quien frenaba más tarde, el último que se arrojaba del coche justo al límite del precipicio. El que tomaba antes la prudente decisión de parar era el perdedor, «el gallina”.
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