Si los americanos tienen a Superman, nosotros tenemos a SuperLópez, bueno, lo teníamos, hasta que hicieron la película y se cargaron al personaje. Pero esa no es la cuestión. El caso es que, en los últimos años, casi todos los meses se estrena una película de superhéroes, y eso me lleva a pensar que en los tiempos que corren quizás estemos más necesitados de ellos que nunca. Y no estaba pensando en solitarios justicieros como Batman, que en España no iba a ganar para demandas por agresión, conducta violenta, incitación al odio, apología del fascismo, etcétera –ni el abogado de los Pujol lo salvaría–; pensaba, más bien, en un grupo organizado tipo “los vengadores”, aunque con otro nombre que no indujese a confusión.
Lo de dotarlos con superpoderes ya está más complicado, pero gracias a la tecnología y a una generosa partida presupuestaria, quizás se podría hacer algo realmente digno.
Lo primero sería construir una sede en condiciones, una especie de base de operaciones. Ya habréis visto el pedazo de rascacielos que tienen «los vengadores» en el centro de Nueva York. En fin, nosotros no seríamos tan ostentosos, y tampoco creo que fuese conveniente ubicarlos en mitad de la Gran Vía, donde los paparazzis no los dejarían vivir y las cámaras de las diferentes televisiones estarían constantemente encima de ellos, dándoles la vara y tratando de pillarlos en algún desliz. Eso por no hablar de los problemas con el tráfico. No, lo mejor sería un sitio céntrico –con respecto al país quiero decir– pero solitario y lejos del mundanal ruido. Alguna llanura entre Ciudad Real, Albacete y Cuenca. Darle al edificio forma de molino de viento constituiría un camuflaje perfecto. Por supuesto, las instalaciones, serían totalmente subterráneas, como las de “La colmena”, y no me refiero a la novela de Camilo José Cela, sino a aquella película de zombies, «Resident Evil».
Y luego vendría lo más importante: la selección de los héroes destinados a convertirse en nuestra particular «Patrulla X», que podría llamarse –por decir algo– «Patrulla Ibérica», porque si ya de entrada los presentáramos en sociedad como «Patrulla Española» les lloverían botes de tomate, claveles, sonrisas, cánticos, containers de basura orgánica, garrafas de ratafía y urnas de la Generalidad, que en este país hay gente muy mala. Así que sobre el nombre y sobre si les ponemos la bandera de España en la capa, o no, ya hablaremos después.
«Si ya de entrada los presentáramos en sociedad como «Patrulla Española» les lloverían botes de tomate, claveles, sonrisas, cánticos, containers de basura orgánica, garrafas de ratafía y urnas de la Generalidad, que en este país hay gente muy mala…»
Algo importante que se debe estudiar y decidir con calma sería si nuestra escuadrilla de «héroes ibéricos supersónicos» debe formarse eligiendo a ciudadanos anónimos o a personajes populares. Porque no todos los superhéroes tienen por que tener una personalidad secreta; algunos se muestran abiertamente tal como son. Además, aquí, en España, lo de la identidad secreta no funcionaría. Con Ferreras, Évole, Wyoming, Kiko Matamoros o Jorge Javier, no hay Clark Kent que se ponga la capa o el slip rojo sin que lo pillen en pelota picada.
Todos los equipos de superhéroes tienen un líder, un cerebro en la sombra, el genio que los cohesiona. Así, de entrada, se me ocurren varios… Bertín Osborne, Karlos Arguiñano o José María Aznar —personas con carisma y capacidad de liderazgo, que lo mismo se instalan en tu casa que te cocinan una merluza a la koskera o te invaden Irak—, que dirigieran las operaciones en la sombra y a la vez ejercieran de portavoces. Aunque después del resultado de las elecciones, algún que otro político en activo quizás estaría dispuesto a abandonar su carrera política y cambiarla por la de héroe.
«Si Abascal aceptara el cargo (de líder) fijo que ordenaba contruir la base secreta de nuestros héroes en Covadonga…»
Se me ocurre, por ejemplo, Santiago Abascal, cuya vocación de salvador de la patria ha quedado manifiesta y que además viene avalado por el número de votos que ha obtenido su partido, que si bien no era el esperado no deja de ser un triunfo considerable teniendo en cuenta que partían de cero. Si Abascal aceptara el cargo, fijo que ordenaba contruír la base secreta de nuestros héroes en Covadonga. También podríamos contar con Pablo Casado, que habida cuenta de su estrepitoso fracaso, encontraría la excusa perfecta para dimitir —cosa que espero que haya sucedido al tiempo de publicarse este artículo—. Finalmente, otro buen candidado podría ser Pablo Iglesias, que, tras el considerable bajón de su formación, igual encuentra más sentido a su existencia convirtiéndose en protector de los ciudadanos en traje de mallas que representándolos en el congreso. Además así se evitaría cambiar pañales a todas horas y tener a Irene Montero todo el día encima, preguntándole si ya ha fregado el suelo, le ha dado el pecho a los niños o cómo lleva la comida, que son más de las dos. De todos modos yo a Pablemos lo veo más como villano —en todas las pelis de superhéroes hay un super villano—, una especie de «Joker», aunque mucho menos interesante que el original, claro, pero con la misma voluntad y propósito de sembrar el caos y derribar el sistema. Echenique, desde su silla de ruedas informatizada, emulando al profesor Charles Xavier de los «X-Men», podría dedicarse a localizar y denunciar fachas a través de las redes… ¡Un momento, qué tonto estoy! ¿No es eso lo que hace ahora mismo? Además, habíamos quedado en que tendría que tener carisma.
El último paso, y casi que el más importante, sería reclutar a los héroes. Por supuesto, los miembros del grupo deberán pasar un riguroso proceso de selección para demostrar sus habilidades y su absoluta lealtad a la patria. Bueno, con las habilidades basta, tampoco vamos a pedir imposibles. Después de todo, lo que mueve a los superhéroes no es el patriotismo, sino su elevado sentido de la justicia, y en eso a los españoles no hay quien nos gane. No hay más que ver cómo protestamos ante las decisiones judiciales cuando nos parecen injustas.
«Hay que reconocer que ciertas palabras, cargos y títulos, suenan mucho mejor en inglés que en español. No es lo mismo «Pepa Pig» que «Josefa la cerda», por ejemplo.»
En mi opinión, aquí sí deberían primar las aptitudes por encima de su popularidad. Fundamentalmente porque en este país, la gente famosa no suele serlo precisamente por sus aptitudes o capacidades, sino más bien por todo lo contrario. En cualquier caso, una vez uniformados y enmascarados, iba a dar igual quien estuviera tras el traje, lo que cuenta es su identidad de héroe. Por eso también es importante buscarles un nombre adecuado a cada uno, porque “Capitán América” suena de maravilla, pero “Capitán España” resulta un poco casposo. Y es que hay que reconocer que ciertas palabras, cargos y títulos, suenan mucho mejor en inglés que en español. No es lo mismo «Pepa Pig» que «Josefa la cerda», por ejemplo.
Una vez elegido el líder y el equipo, desde su base secreta de operaciones, los “Protectores de Hispania” —¡Eureka, creo que ya he dado con el mejor de los nombres!—nos observarán y vigilarán para acudir raudos en el Falcon oficial (debidamente tuneado) y poner orden, al tiempo en que imparten justicia. Poco importa si la misión consiste en recuperar la isla de Perejil, en limpiar Cataluña de lazos amarillos o en salvarle la vida al muñeco Puigdemont antes de que lo fusilen en Coripe. Imaginen la de cosas que harían por nosotros ese elenco de gloriosos «protectores»: perseguir prófugos y dejarlos atados de pies y manos a la puerta de los juzgados; ordenar el caos de manteros en nuestras ciudades; cubrir a las de Femen con mantitas cuando invaden catedrales a teta libre. Incluso en días de poco jaleo podrían leer a los niños la Constitución en bibliotecas públicas. Se convertirían, en poco tiempo, en un bien de utilidad pública.
Ahora solo falta establecer las normas de actuación… A ver: ¿Les concedemos plena autonomía, o los sometemos al control del Ministerio del Interior? Porque lo último tiene el riesgo de que se les acuse de ser una herramienta del Estado y por tanto su neutralidad siempre estaría en entredicho. Y lo primero fomentaría la idea de que cada cual puede ir por ahí tomándose la justicia por su mano y a la larga convertiría a nuestros héroes en unos proscritos.
En fin, creo que me estoy metiendo en camisa de once varas. Solo era una idea, pero ya sabemos lo peligroso que es en este país dar determinadas ideas. Y más en los tiempos que corren, en los que el humor empieza a extinguirse y la capacidad para reconocer la ironía y el sarcasmo es cada vez más escasa. Porque algunas de estas líneas están escritas en tono sarcástico, pero otras van muy en serio. Y apostaría lo que fuera a que más de uno no será capaz de distinguirlas.
Como siempre, desde Murcia con amor.
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