INSTALANDO EL SOCIALISMO
Hace 14 años, bajando por una de las calles del Parque Güell conocimos a un chico venezolano que había trabajado en Petróleos de Venezuela, PDVSA; era el encargado de una tienda de souvenirs. Nos contó que debido al paro petrolero tuvo que exiliarse, pues no conseguía en el país trabajo alguno, ni en empresas públicas ni privadas. Se sentía un afortunado, porque su doble nacionalidad le dio la opción de volver a la patria de sus padres. Además, por no tener esposa e hijos, sus «consecuencias» habían sido «mínimas» en comparación con otros miles de venezolanos que fueron despedidos de sus puestos de trabajo sin derecho a sueldo, prestaciones o indemnizaciones.
El chico del que os hablo venía de aquella PDVSA que, al igual que las petroleras de Estados Unidos, tenía campos petroleros en los que había grandes urbanizaciones con todos los servicios, centros de deportes, con piscinas, y campos de golf, incluyendo colegios e institutos donde los hijos de los trabajadores podían cursar hasta el bachillerato. Cuando los más de 23 mil empleados de la que fue la segunda petrolera más importante del mundo se unieron al paro general en Venezuela, a finales de 2002 —para recuperar la democracia y detener la destrucción del país—, desconocían por completo el infierno que vivirían pocos meses después. Miles perdieron el trabajo y con éste también sus casas. Los campos petroleros se convirtieron, durante esos meses, en centros de lucha donde la “Gente del Petróleo” exigía al gobierno que cumpliera con los mínimos legales, razón que les llevaba a negarse a dejar sus hogares y a protagonizar protestas diarias. Al perder todos sus derechos como trabajadores de PDVSA, los colegios de sus hijos dejaron de funcionar, y ellos empezaron a ser perseguidos y acosados por los recién creados Círculos Bolivarianos y por los militares, que vigilaban las entradas y salidas de esos campos.
Tal vez la parte más dura fue vivida por los niños; sus padres no tenían trabajo, su vida había cambiado de la noche a la mañana, convirtiéndolos en unos parias del Estado. Los pequeños no podían ser escolarizados en colegios públicos cercanos y, por las fechas en las que se encontraban cuando todo ocurrió, tampoco los centros privados tenían cupos libres. Pasaron, por lo tanto, de tenerlo todo a no tener nada, sueldo, comida, seguros médicos… Muchos enfermaron y, aún a día de hoy, se desconoce el número de suicidios propiciados por aquel horror. Ni siquiera tuvieron derecho a formar parte de la estadística fatídica de la llamada “revolución bonita”.
Pero hubo un antes y un después de “Los Semerucos”, una urbanización dentro de un campo petrolero ubicado en el Estado Falcón, en el occidente de Venezuela. El 25 de septiembre de 2003 fue asaltada por la Guardia Nacional. Fue un ataque militar a una población civil en plena madrugada. Sembraron el pánico, prendieron fuego en diferentes puntos, reprimieron, atropellaron, destruyeron bienes, les obligaron a salir de sus casas con lo puesto. Niños en pijama, abrazados a sus juguetes y sumidos en un llanto desgarrador, junto a sus padres, que no sabían ni cómo salir de situación tan aterradora.
Fue un hecho absolutamente premeditado y calculado desde la cúpula del poder, Hugo Chávez, con la complicidad del presidente de PDVSA en aquel entonces, Ali Rodríguez Araque, y el Ministro de Energía, Rafael Ramírez, el mismo que ahora se autodenomina “chavista originario” desde su opulenta vida en el extranjero, pretendiendo distanciarse de Nicolás Maduro. El terror como método, la represión como vía para aplastar a ciudadanos inocentes. Una pauta de actuación que se ha seguido implementando, desde entonces, día a día.
El fracaso del paro petrolero dejó una enorme frustración en la población, pero el régimen siempre ha sido capaz de generar rápidamente otras situaciones de caos que han llevado al olvido rápido de lo anterior. Siempre lo urgente, nunca lo importante. Así, en febrero de 2003, Hugo Chávez estableció el control de divisas que aún perdura hasta la fecha. Quienes querían o necesitaban viajar al exterior debían presentar tres carpetas o informes en los bancos. Una enorme cantidad de requisitos y formalidades que se enviaban a la Comisión Nacional de Administración de Divisas, CADIVI, a fin de que diera la autorización o visto bueno a cambiar “su propio dinero” por la divisa requerida. En esos días parecía que todo se hacía y planificaba sobre la marcha, con una aparente y enorme desorganización. El régimen “olvidó” a un grupo de venezolanos que estaba estudiando en el exterior y dependía del dinero que le enviaban institutos de investigación, o universidades, desde Venezuela; entre los afectados se contaban profesores universitarios que estaban realizando estudios de cuarto nivel en diferentes partes del mundo.
Esta historia la conozco y la he vivido muy de cerca, y es una parte de mi vida universitaria que hasta hoy solo conocían muy pocas personas. En mayo de 2003, siendo miembro del Consejo de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Central de Venezuela (UCV) recibí un correo electrónico de un profesor de mi universidad que estaba en Europa. En él narraba, con lujo de detalles, la dramática situación que estaban viviendo él y otros profesores en diferentes partes del mundo. Llevaban meses sin recibir el salario o beca, realizaban todo tipo de trabajos para intentar mantenerse a flote, lo que les obligó a dejar de lado parte de sus estudios. Ejercí un derecho de palabra ante mi Consejo Universitario y, paralelamente, los profesores en el exterior se organizaron y contactaron con medios de comunicación en Venezuela, a quienes narré, personalmente, todo lo que estaba pasando. Ese grupo grande de venezolanos recibió, de golpe, una enorme “dosis” de patria, ésa que ya empezábamos a sentir los que estábamos dentro. De inmediato se tomaron acciones conjuntas, y tras varios meses se logró que recibieran sus salarios, pero a cuentagotas y con retraso. Algunos de ellos no pudieron cubrir las deudas contraídas durante ese tiempo y se vieron obligados a regresa sin concluir sus postgrados; otros lograron paliar la situación a duras penas y, algunos más afortunados consiguieron financiarse en las universidades donde estaban cursando estudios, renunciando a sus cargos en Venezuela. El control de divisas se instauró como una intervención tácita en la formación de cuarto nivel, que se vio dramáticamente mermada, afectando drásticamente en la preparación y en la calidad del profesorado de nuestras universidades.
Se evidenciaba cada vez más que Venezuela se había convertido en un país que iba a trompicones, bajo el cada vez más férreo control del régimen. Mientras tanto la oposición planificaba diferentes acciones, que eran sistemáticamente desmanteladas o ilegalizadas por la vía rápida. Pero llegó noviembre de 2003 y la recogida de firmas para un Referéndum Revocatorio contra el gobierno de Hugo Chávez, contemplado en la Constitución de 1999. Un organismo privado, Súmate, dirigido por María Corina Machado, se encargó de la logística. Los venezolanos firmaron en masa a pesar de las amenazas de despido. Esa lista llevada ante el Consejo Nacional Electoral (CNE) llegó a manos del entonces diputado chavista Luis Tascón, del que tomó su nombre. Así el gobierno conoció a cada uno de los venezolanos que firmaron en su contra. Posteriormente esa lista se informatizó, cambiando de nombre a Lista Maisanta, creada por Ismael García, quien ahora funge de opositor o chavista originario según se tercie. Pudimos verle recientemente protegiendo los camiones de ayuda humanitaria en Cúcuta (Colombia). Esa terrible lista ha servido para perseguir, amedrentar, amenazar, secuestrar e incluso asesinar. Los más afortunados han podido exiliarse, pagando un altísimo precio.
El Referéndum Revocatorio se celebró en pleno mes de agosto, durante las vacaciones estudiantiles y bajo un calor sofocante. La oposición al gobierno pareció prepararse para celebrar aquellas votaciones, o al menos los ciudadanos así lo creyeron, al igual que creyeron en los diferentes observadores internacionales; observadores que sí sabían y eran conscientes de la farsa que se estaba preparando. Entre estos observadores estuvo el Centro Carter, con Jimmy Carter a la cabeza, la OEA, y personalidades de la política española, como Gaspar Llamazares, Jorge Verstrynge y Juan Carlos Monedero, quienes llegaron financiados por el dinero del Estado Venezolano y alabando, cómo no, a “la revolución bolivariana”. El día fue frenético, como lo suelen ser esos días en los que te vas dando cuenta progresivamente de que el chavismo siempre va a por todas, a ganar cueste lo que cueste. Veíamos autobuses y coches fletados para transportar a los fieles a la revolución, mientras los opositores nos trasladábamos en coches particulares. Fuera de los colegios las colas crecían así transcurrían las horas, y el régimen «gentilmente» prorrogó dos veces el plazo para el cierre de las mesas hasta casi la medianoche. Gran parte de la votación fue automática, se estrenó “Smartmatic”, compañía que se hizo con la adjudicación logística de todas las elecciones en Venezuela, incluso las del pasado año, donde admitió que hubo fraude electoral. Eran poco más de las 4 de la madrugada del día 16 de agosto, y quienes no habíamos dormido nos encontramos con que una cadena de televisión del CNE comunicaba que Hugo Chávez había ganado el referéndum, casi con el 60% de los votos. En pocas horas le habían dado la vuelta, habían invertido, todos los números que se habían dado a conocer en encuestas y sondeos a pie de urna. Tras la noticia pocos salieron de sus casas, las calles lucían desiertas, en silencio, y la pesadumbre se instaló en el ánimo de todos como compañero de viaje. La Coordinadora Democrática se disolvió, Chávez salió reforzado y se declaró abiertamente socialista. Varios medios de comunicación dejaron de participar en la política, la autocensura llegó para quedarse. Hubo denuncias de fraude que no prosperaron, aunque años más tarde se publicaron varios estudios estadísticos en prestigiosas revistas indexadas de investigación, donde básicamente explicaban cómo el régimen había usado un sistema a través del cual trastocaban los deseos y la voluntad del electorado alterando los números a su favor. Por si eso no fuera poco, nos dejaron un regalo en Miraflores: Monedero se instaló como asesor de Hugo Chávez, puesto que ocupó hasta el año 2010, mientras Verstrynge se convirtió en costoso invitado y docente de decenas de miles de militares venezolanos a quienes adoctrinaba con su biblia, La Guerra Asimétrica.
No logro ubicar con precisión muchos de los hechos que sucedieron durante esos años, pero recuerdo claramente aquellas palabras de mi padre, que sentenciaba literalmente: “Ese hombre (Chávez) lo que quiere es una guerra civil”. No, papá, más que una guerra civil ha sido una guerra contra la ciudadanía, contra la democracia, contra nuestras instituciones y contra el país que solíamos conocer. Chávez siguió la receta de los regímenes comunistas con una revolución que ha avanzado “a pasos de vencedores”, como rezaba una de sus consignas propagandísticas. Maduro continúa investido en su papel de destruir todo aquello que nos recuerde lo que hemos sido, todo por lo que hemos luchado, incluyendo lo cultural y espiritual, para ser sustituido por el chavismo originario. Estos hechos han sido parte de un plan perverso. Un plan que los enemigos conocen bien. Y nosotros, a pesar de todo lo que he narrado, con todo lo ocurrido, aún le seguimos subestimando.
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Carolina Rodríguez Cariño
Hispanovenezolana, con la suerte de nacer y crecer en la Venezuela democrática. Hija de padres docentes, quienes me han dejado como herencia valores, una formación y a creer, enseñar y practicar lo que se enseña. De niña fui testigo de los estudios de Maestría de mi papá y los de mi mamá, que les retomaba con 4 críos pequeños, lo que me permitió aplaudirle a rabiar con solo 10 años, mientras Ella subía al paraninfo universitario. Disfruté de mi casa con su “mata de mango”, de los juegos con mis 3 hermanos y muchos primos, el colegio y la universidad. Aunque en casa se hablaba de matemáticas y teniendo nutrida biblioteca de geografía e historia de mi papá, decidí que mi vida se imbuiría en las ciencias. Así que me gradué Médico Veterinario (UCLA-Venezuela), fui profesora e investigadora en la UCV durante 20 años, parte de los cuales los compartí con la Maestría y PhD en la UAB (mención Cum Laude y Premio Extraordinario de Doctorado). He sido profesora invitada en la UAB y la UdeC en Chile. Actualmente en España con marido e hijo, quereres compartidos y con Cuba entremedio; formando parte del grupo de patología de IDEXX laboratorios.