El juicio que se sigue ante el Tribunal Supremo por el golpe de Estado en Cataluña de 2017 ha servido para ver una vez más cómo se las gastan los nacionalistas. La “revolución de las sonrisas”, denominación propagandística que Puigdemont empleó para asimilarse a los líderes de las “revoluciones de colores”, resultó ser, en realidad, el intento de hacerse con el poder por medios violentos y contra la ley, la razón y el Derecho.
El acoso a los testigos que han declarado en el Tribunal Supremo – por ejemplo, a la Letrada de la Administración de Justicia del Juzgado 13 de Barcelona, que tuvo que huir por la azotea mientras la turba rodeaba la sede de Economía, y a Enric Millo, delegado del Gobierno en Cataluña en el momento de los hechos- es un episodio más en la estrategia de hostigamiento, discriminación, odio y violencia que los nacionalistas han venido desplegando contra quienes dicen la verdad acerca de lo que está pasando en Cataluña.
Desde hace décadas, hacer frente a los Pujol, a los Mas, a los Puigdemont y a los Torra significaba el peligro de perder los amigos, el trabajo y los clientes. Muchos empresarios, profesionales liberales y empleados han tenido que dejar Cataluña porque el entorno nacionalista los asfixiaba económica y personalmente. Algunos medios de comunicación han contribuido a esto señalando a personas y a organizaciones. Las redes sociales han prolongado en el espacio digital lo que se producía en las calles y en las plazas. Algún día habrá que contar toda la historia de cómo algunos que deberían haber defendido la libertad de expresión en Cataluña fueron los primeros en traicionarla permitiendo el amordazamiento y el silencio de los opuestos al nacionalismo.
He aquí el verdadero rostro de aquellos nacionalistas que afirmaban que ahora tocaba “mambo”. Esta es la cara de quienes mentían ante las cámaras denunciando falsas fracturas de dedos. Así suena la verdadera música -no es, ¡ay!, una alegre sardana sino un réquiem por la democracia- que se oye desde hace demasiados años en la Cataluña dominada por los nacionalistas. Escuchad la voz de los testigos de aquellos días de acoso a los guardias civiles, los policías nacionales y sus hijos. Este es el sonido de cómo se quiebra una sociedad, cómo se arrasa una convivencia, cómo se parte en mil pedazos uno de los lugares más bellos de España.
«Así, la Barcelona que yo amaba está en peligro y, en algunos aspectos, ha desaparecido. No era tanto un lugar como una actitud, un talante, una forma de vida.»
Así, la Barcelona que yo amaba está en peligro y, en algunos aspectos, ha desaparecido. No era tanto un lugar como una actitud, un talante, una forma de vida. La propaganda nacionalista ha ido afeándolo y enrareciéndolo todo. El secuestro del catalán por el nacionalismo hizo que la lengua que yo amo quedase en manos de tipos que la usan como un bumerán contra sus oponentes; Ramon Llull y Joan Maragall convertidos en martillos de guerra. A Ocaña y Nazario los han sustituido David Fernández sandalia en mano. A Serrat lo han llamado “fascista”. A Boadella lo echaron hace ya mucho tiempo. El “viatge cap a Itaca” terminó siendo una traición al poema, a Cavafis y al universalismo del alma helenística.
Sin embargo, no todo está perdido.
La voz de los catalanes indignados con la vulgaridad, la estupidez y el sentimentalismo de la propaganda nacionalista han roto el muro de silencio que se alzaba en torno a ellos. Este tiempo está dejando, también, gestos de dignidad inolvidables: los que se negaron a ceder al chantaje de los nacionalistas, los que salieron a la calle el 8 de octubre de 2017 a defender la unidad de España, la convivencia en Cataluña y la libertad de todos. Por toda España, se ha roto el tabú de enorgullecerse de una España democrática que puede dar ejemplo de muchas cosas al mundo.
La lucha contra el nacionalismo -contra la manipulación de la historia, contra la tergiversación del lenguaje, contra la corrupción, la ignorancia y la vulgaridad- esta lucha, digo, tuvo en aquellas jornadas aciagas del 1 de octubre de 2017 y los días precedentes unos protagonistas que ahora sufren el acoso de los intolerantes y los violentos por haber dado testimonio de lo que vivieron, lo que vieron y lo que oyeron.
El Shah Nameh, la gran obra del poeta persa Ferdousí, nos pide que no abandonemos el mundo al mal. En aquella comisión judicial, en aquellos policías nacionales y aquellos guardias civiles, en aquellos ciudadanos que se negaron a entregar Cataluña a los golpistas, la España de este tiempo tuvo a sus mejores hombres y mujeres.
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