Este es un relato ucrónico, una distopía indeseable que sin duda alguna sería hoy un escenario real de haber triunfado el Golpe de Estado chapucero llevado a cabo por los políticos independentistas. ¿No se lo han preguntado mil veces? ¿Qué habría pasado si Puigdemont hubiera ordenado arriar la bandera de España aquel 27 de octubre de 2017?
No pasa ni un solo día sin que algunos medios de comunicación catalanes, de ámbito nacionalista, y personajes mediáticos de lo más variopinto pidan, o exijan, empatía, comprensión y compasión hacia los “presos políticos” —que para el resto de los mortales son simples políticos delincuentes en prisión preventiva—. “¡Debemos mostrar generosidad!”, dicen. Generosidad que se traduce en dejarlos en libertad durante los meses de juicio y en retirar los cargos por rebelión y sedición, incluso un indulto por parte del Gobierno… ¡En resumidas cuentas: dejar que se vayan de rositas y evitarles los muchos años que, previsiblemente, podrían pasar entre rejas! ¿Hemos de ser generosos? ¡Yo soy buena persona! Permítanme invitarles a una sesión de cine, porque les quiero proyectar una película, y luego que cada uno de ustedes decida a solas con su conciencia.
¡Luces fuera! Empieza la película. Les aviso que es de terror. 3… 2… 1…
27 de Octubre del 2017. Tras la DUI Puigdemont da orden de arriar la bandera de España que ondea en el Palau de la Generalitat y eliminarla de todos los edificios oficiales y ayuntamientos de toda Cataluña. La gente invade las calles. Más de dos millones de personas sumidas en un éxtasis colectivo. Puro delirio. Se dice que Rusia, algún Estado Báltico y Kosovo serán los primeros en reconocer a Cataluña. España, Bruselas y Europa entera entran en shock sin dar crédito a lo que ocurre. Se ha abierto la caja de Pandora. El Gobierno de Rajoy, por un exceso de prudencia, no interviene la Generalitat. Confía en que se enfríen los ánimos y prevalezca la razón en las siguientes horas. De poco sirve un nuevo mensaje del Rey, demudado, llamando a mantener la unidad del país. Todas las miradas se vuelven hacia el Ejército… ¿intervendrá?
«De poco sirve un nuevo mensaje del Rey, demudado, llamando a mantener la unidad del país. Todas las miradas se vuelven hacia el Ejército… ¿intervendrá?»
Mientras eso ocurre en poco más de 36 horas, millones de constitucionalistas catalanes permanecen a la espera, con el corazón en vilo. La mayor parte procura no salir a las calles, otros intentan organizarse y plantar cara, muchísimos preparan su salida de Cataluña, trasladan cuentas y lo dan todo por perdido. Cataluña es, socialmente, un caos. Y si nadie cede puede acabar en tragedia.
El Govern no se detiene; con una fuerza armada de 17.000 Mossos controla aeropuertos, fronteras y distintos puntos estratégicos. 72 horas después pone en marcha la Hacienda Catalana, porque el dinero, la financiación, es fundamental para que la fantasía se haga real. La UE no quiere una nueva Guerra de los Balcanes en el corazón de Europa, con miles de cadáveres tendidos por las calles, y exige prudencia absoluta, ordenando a todas las partes implicadas no efectuar ni un solo movimiento en falso, nada que no haya sido consensuado previamente por los principales Estados que integran la Unión: llama a consultas, anuncia comisiones de urgencia y envía equipos de observadores y mediadores. Mientras tanto los teléfonos de todas las cancillerías y gobiernos sacan humo, pasan los días y las semanas y Puigdemont, convencido de que su jugada maestra ha descolocado al mundo entero, se afianza. El Gobierno de España no puede enviar al Ejército y sigue sumido en la inacción. El país se tambalea. El turismo ha huido. Estados Unidos recomienda no viajar a España. El euro se ha desplomado, el dólar vuelve a ser valor refugio, se dispara el precio del oro. La prima de riesgo alcanza niveles inéditos desde la casi olvidada pero jamás superada crisis de 2012. La Comunidad internacional, desconocedora de la realidad de Cataluña, piensa que una mayoría está a favor de la secesión e insiste en una solución pacífica. Algunos Estados menores o marginales reconocen a la Generalitat de igual a igual; otros, desconcertados, no toman partido o lo hacen de forma tímida, adornando sus discursos con llamadas a la preservación de los derechos humanos y la paz. Palabras huecas que apelan a un diálogo imposible.
Aquí y allá, por todo el Viejo Continente, la proclamación de la República Catalana ha creado un peligrosísimo efecto dominó: en el Parlamento Flamenco, en la Padania, Baviera, Córcega, País Vasco, Galicia, Baleares, y otros puntos, la temperatura se ha disparado. Todos reclaman y defienden el famoso “Derecho a decidir”. Desde Bruselas se decide, casi dos meses después de la DUI catalana, crear una “moratoria ad hoc”, de urgencia, que congela momentáneamente una situación absolutamente explosiva. Aunque España no reconoce la independencia de la Comunidad Autónoma, se establece un control blando de fronteras, interiores y con Francia. Eso incluye, en ausencia de aranceles, intentar ahogar las finanzas del Nuevo Estado por medio de diversas medidas que hagan entrar en razón a las autoridades autonómicas.
«Desde Bruselas se decide, casi dos meses después de la DUI catalana, crear una “moratoria ad hoc” de urgencia que congela momentáneamente una situación absolutamente explosiva.»
La pantalla nos muestra ahora colas de miles de catalanes trasladando sus ahorros fuera de Cataluña. Las entidades bancarias catalanas dejan de tener líquido para prestar a sus clientes (particulares y empresas). Derrumbe financiero. Los comercios, las pequeñas empresas, y también las grandes, no pueden financiar su actividad comercial —no les aburriré, se trata de financiar el circulante—. El efecto inmediato es el despido masivo de decenas de miles de personas. Se crea un efecto perverso, y la población restringe al máximo sus gastos, lo que redunda en una reducción drástica de las ventas y en más y más paro.
Las exportaciones de productos catalanes, alrededor de unos 39.000 millones de euros, que se realizan, principalmente, al resto de España, se derrumban. No ha habido ninguna orden del Gobierno de España en ese sentido, pero los españoles, por razones emocionales que fluctúan entre la indignación y la ira, han dejado de comprar productos catalanes. Y viceversa. Más paro. Desplome definitivo del turismo, mensajes de las embajadas aconsejando a los ciudadanos de sus países que no viajen a Cataluña y, en menor medida, a España. Más gente sin trabajo, sin ingresos. Se seca la inversión extranjera aterrorizada por la incertidumbre. No se pagan los alquileres ni las hipotecas. La Generalitat no puede pagar la prestación por desempleo, y cuando el ahorro, los recursos, los “colchones familiares” y los patrimonios se va consumiendo…
«No ha habido ninguna orden del Gobierno de España en ese sentido, pero los españoles, por razones emocionales, han dejado de comprar productos catalanes. Y viceversa.»
Las familias con hijos pequeños empiezan a romper escaparates de madrugada, sobre todo del sector de la alimentación. Lo hacen temerosos y avergonzados, son pequeños robos vitales que enseguida se extienden a otros ámbitos a cualquier hora del día. Los Mossos no pueden estar en todas partes, la situación se les escapa de las manos. El panorama es inquietante: disturbios asegurados, heridos, quizá muertos. Miedo general. Pánico en muchos casos. Apenas han transcurrido 5 meses desde la DUI.
La película de terror se acelera. La Generalitat, con una deuda gigantesca (77.000 millones de euros) no puede conseguir financiación en el mercado internacional, obviamente tampoco del Estado español. Es posible que la Rusia de Putin esté dispuesta a inyectar liquidez a cambio de un precio astronómico (financiero y geopolítico). Las nóminas de miles de funcionarios dejan de pagarse. Más reyertas. Atención, también la prestación de desempleo y las pensiones.
Comentario: En los días aciagos de Octubre del 2017 la fuga de depósitos fue de unos 40.000 millones de euros. La Generalitat había invertido 20 millones de euros en la Hacienda que debería recaudar impuestos. Más de 3.000 empresas cambiaron de sede social. La Ley de Transitoriedad aprobada por el Parlament preveía el control de las fronteras, anular la separación de poderes, plenas competencias tributarias y amnistía para todos los políticos con causas judiciales, también por corrupción.
«En las grandes ciudades estallan brotes de violencia a todas horas. Los grupos más radicales toman el control de las calles, porque no pueden permitirse la desobediencia civil.»
Avanza la película. Los rostros de los espectadores se iluminan por el rebote de luz del proyector en la pantalla del cine: Vemos ahora las imágenes más temidas. Son escenas de conflicto civil. En las poblaciones pequeñas, donde todos se conocen, los catalanes constitucionalistas son arrinconados, en el mejor de los casos arrojados al vacío social más absoluto, en otros son víctimas de la violencia. También en las grandes ciudades estallan brotes de violencia a todas horas. Los grupos más radicales toman el control de las calles, porque no pueden permitirse la desobediencia civil.
La población contraria a la independencia vive sumida en la indignación, conteniendo la ira a duras penas. Los constitucionalistas suponen 1 de cada 2 ciudadanos; caminan desolados, además han perdido el trabajo o les han reducido el sueldo un 50%. Los más prudentes apenas salen de sus hogares; otros salen a las calles en grupos numerosos para protegerse; otros, quizá minoritarios, buscan el enfrentamiento, la pelea. Vecinos contra vecinos, familias contra familias. Los catalanes castellanoparlantes intentan hablar catalán para evitar ser señalados, pero los radicales los detectan “¡Traidores!”. Mossos disidentes de la Generalitat, los llamados constitucionalistas, desertan, la mayoría con sus armas reglamentarias para proteger a sus familias. Los traficantes de armas han olido el negocio y empiezan a aparecer, de forma misteriosa, pistolas en manos de ciudadanos que solo unos meses atrás paseaban con sus hijos y compraban el pan. Al principio son armas cortas, después de mayor calibre y alcance. Las Guerras Civiles nunca se declaran. Simplemente empiezan. Se escucha un disparo en la calle Muntaner. Impresiona el silencio inmediato que produce. Ya nada será igual.
Comentario: la Constitución catalana preveía prohibir los partidos no independentistas. La ley de Transitoriedad contemplaba el control político absoluto de jueces y fiscales. Recordemos a Lluís Llach: «Los funcionarios que no cumplan la Ley de Transitoriedad serán sancionados». Muñecos que reproducen a dirigentes independentistas ahorcados ya decoran algunos lugares y proliferan las paredes con sus retratos y una diana dibujada entre los ojos. Cada día, independentistas cuelgan lazos que descuelgan por la noche otros catalanes.
No se vayan de su butaca, aguanten por favor. El desenlace va a ser rápido. Supongo que las palomitas se les han caído al suelo. Olvídenlas.
«Cientos de miles de catalanes toman la dura decisión de emigrar. La mayoría busca trasladarse allí donde tienen raíces y vínculos familiares…»
El control blando de fronteras interiores, termina. España, ante la proliferación de los disturbios, bloquea la frontera con Cataluña para evitar el contagio. Cientos de miles de catalanes toman la dura decisión de emigrar. La mayoría busca trasladarse allí donde tiene raíces y vínculos familiares, en Zaragoza, Valencia, Sevilla o Madrid. Filas interminables de catalanes esperan en la frontera bajo los insultos de los CDR: “¡ No torneu, no volváis!”. Para decenas de miles de independentistas de buena fe la situación no es mejor. Todo lo que ocurre les produce vértigo, terror. Lo que viven no es la película feliz que les habían vendido. Ahora saben lo que es el auténtico miedo. Algunos recuerdan las historias de sus abuelos, repletas de iglesias ardiendo y pistoleros por las calles… los años 30. Pero no pueden hacer nada, el control es de los más radicales, la historia se repite. Las calles vacías, las tiendas destrozadas, la actividad laboral bajo mínimos. La gente llorando. Los hospitales colapsados y sin medios.
Comentario: desde hace tiempo, Inés Arrimadas se mueve con guardaespaldas para no ser agredida. El Alto Mando de los Mossos, Manel Castellví, necesita protección en su domicilio las 24 horas del día, por las amenazas recibidas a raíz de su declaración en el Juicio. La secretaria judicial del juzgado 13, Montserrat del Toro, tras sus declaraciones en el Tribunal Supremo recibió un alud de amenazas, incluso cargos institucionales difundieron su foto y la dirección de su domicilio. Lo mismo ocurre con Enric Millo.
Europa contempla demudada el desastre. No pueden permitirse que el drama se extienda y piden a la ONU el envío de Cascos Azules, una fuerza de paz que frene la violencia antes de que sea incontrolable. Por primera vez en la historia de la España democrática, las calles de Barcelona, Lérida, Gerona y Tarragona son patrulladas por vehículos blindados. Los ojos de los ciudadanos reflejan la enajenación social que lo invade todo… “¡El año pasado, en esta época, iba a esquiar!” Sólo han transcurrido 8 meses desde la DUI.
Lo imagino, están agarrados con fuerza a sus butacas. Resistan. Llega la ayuda humanitaria. Dios mío, en la próspera Cataluña la gente se agolpa para recibir cajas y paquetes de alimentos, el desabastecimiento es notorio. La población, tanto independentistas como no independentistas, comienza a rebelarse y a señalar a la Generalitat como máxima responsable de la tremenda tribulación que preside su vida cotidiana: “¡Vivíamos muy bien, lo habéis jodido todo!”, “Esto no es lo que nos habíais prometido”. Los dirigentes políticos catalanes refuerzan los cuerpos de seguridad encargados de su protección personal; sienten el peligro en sus nucas. Pese a ello, resulta inevitable que en muchas ocasiones sean agredidos. Algunos, temiendo por sus vidas, toman la decisión de huir al extranjero… Tienen recursos, dinero, y ya buscarán la forma de culpar a España del desastre causado y de toda su irresponsabilidad. Como bien enseña la Historia, agarran las riendas del poder los más radicales. La emigración es masiva, pero no es tan fácil, porque no todo el mundo tiene recursos o familiares para iniciar una nueva vida en otro lugar, partiendo de cero.
«Los dirigentes políticos catalanes refuerzan los cuerpos de seguridad encargados de su protección; sienten el peligro en sus nucas.»
1 año desde la DUI.
Silencio. La sala de cine parece un cementerio. Nadie se mueve mientras el scroll de los títulos de crédito viaja por la pantalla.
Todavía ahora, Puigdemont, Junqueras, Quim Torra, Turull, y muchos más, insisten en que no se arrepienten de nada de lo hecho: ¡Debemos implementar la República! ¡Tenemos un mandato del pueblo! ¡El Tribunal Supremo no tiene potestad para juzgar lo que hemos hecho los independentistas!
Tras narrarles esta perturbadora ucronía, este escenario distópico, deleznable, pero altamente probable, ahora es su turno queridos lectores, contesten, por favor…
¿Debemos sentir compasión alguna por los políticos presos y por su más que probable condena?
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Fascinante la distopía y el devenir de los acontecimientos al hilo de la narración. Cruda, realista y esclarecedora de lo que ocurre cuando unos fatuos radicales toman el poder y provocan el hundimieto de un país. Ni olvido, ni perdón para los culpables e indecentes totalitarios.
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