El peligroso juego del «Gallina»
Europa pone a prueba la teoría que considera el «Juego del gallina» como la ley que regulaba la situación política en la Europa occidental a principios de siglo.
La primera característica del momento actual, que debemos tener presente, es la ausencia de rumbo, pues nadie sabe bien bien adónde vamos.
El humorista involuntario, Pedro Sánchez; Macron, con sus «chalecos amarillos», o May y su «Brexit», creen que gobiernan, pero en realidad el Gobierno de tantos países de Europa está presidido por «el desconcierto».
¿Y por qué? ¿Porque Sánchez es Macron, que es, a su vez, May, que es a su vez… Torra?
Entre otras razones, la principal sería su incapacidad, la de todos ellos, a la hora de neutralizar el «Juego del gallina», esa macabra diversión consistente en ver cuál de los pilotos en una carrera frena más tarde ante la inminencia del abismo… (*)
«En los sistemas políticos basados en la competencia electoral la regla de oro no escrita es «El juego del gallina»»
En los sistemas políticos basados en la competencia electoral la regla de oro no escrita es «El juego del gallina», esto es, el ganador es el que ante la certeza y la inminencia del precipicio niega el riesgo y se sigue comportando de manera irresponsable.
¿Pero… por qué ese poco menos que secreto juego es el que impone su ley a Europa?
El «Juego del gallina» sólo es posible cuando en la mentalidad de amplias capas de la población se instala la creencia de que el bienestar no depende de cada uno sino del Gobierno, del Estado.
En estas circunstancias, el político que gana es el que ofrece ampliar ilimitadamente el menú, aunque el restaurante amenace ruina; pues el pueblo europeo ha decidido que en cada uno de sus territorios exista una «Fábrica de Cumplir Sueños» que debe ser dirigida por el que proclame que la palabra imposible no existe.
Esto explica que muchos catalanes apoyen a partidos políticos que aseguran que en su país las calles serán de oro si se independiza de España; que los británicos consideren que el Reino Unido aislado será mejor que el paraíso; o que los franceses crean que todos pueden ser funcionarios con sueldos de altos ejecutivos.
Bajo este espíritu de la época, el radicalismo político no es una elección, sino el opio del pueblo, la forma de vivir aquí como si estuviéramos allí… Es decir: el «cielo en la tierra».
¿Qué puede hacer un Gobierno ante el «Juego del gallina»? ¿Disputar la partida siendo cada vez más irresponsable o perderla de antemano? ¿Cabe otra cosa que no sea ganar (demagogia) o perder (prudencia)?
El dilema del «Juego del gallina» es el que atenaza y une en la misma tragedia a Torra y a Sánchez, y a Sánchez —o al que le sustituya— con el resto de sus homólogos europeos, bien sean de izquierda o de derecha.
Todos hacen penitencia por el mismo pecado.
Sánchez pierde la partida del «Juego del gallina» con Torra, porque éste le dice que o bien negocia sus 21 puntos, o nada. Y Torra perderá su partida del dichoso juego con las CUP, o con los CDR, porque el paraíso catalán no será tal si no es comunista-bolivariano.
Pero el juego —¡oh cruel trampa!— no termina nunca, sólo descansa.
Siguiendo con la sucursal catalana de la «Fábrica de Cumplir Sueños», la facción posibilista (¿?) de las CUP, que eventualmente podría apoyar al Honorable de turno, será superada por su cédula «chavista-madurista», que acusará a los otros de fachosos fascistas. Y vuelta a empezar.
«En realidad el «Juego del gallina» es un milenarismo, pues sólo caben dos alternativas: el paraíso o la muerte…»
En realidad el «Juego del gallina» es un milenarismo, pues sólo caben dos alternativas: el paraíso o la muerte, y si tiene que ser ésta: ¿a quién le importa lo que ocurra cuando todos estemos muertos?
Sánchez, Macron y May, participan y alimentan un juego que en realidad nadie puede ganar, porque su esencia consiste, repetimos, en que no acaba jamás.
Así que Europa está «engallinada»… ¿Quién la «desengallinará»? ¡El «desengallinador» que la «desengalline», buen Presidente será!
(*) Juego del gallina: Comprenderán al instante a lo que me refiero si recuerdan a James Dean en “Rebelde sin causa” celebrar con otro joven una carrera de coches en dirección al vacío de un acantilado. El motivo de la disputa era acreditar quién era el más valiente. Y el ganador resultaba ser aquel que frenaba más tarde, el último que saltaba del coche en marcha justo al límite del precipicio. El que tomaba antes la prudente decisión de parar era el perdedor, «el gallina”.
JORGE SÁNCHEZ DE CASTRO CALDERÓN
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Jorge Sánchez de Castro Calderón
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