La barca de Caronte y el Hades

manuel artero

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De la politología y el arte en la barca de Caronte, entre la vida y la muerte…

Anclado durante todo el día a las puertas de un quirófano de hospital he soñado con un cuadro del Museo del Prado. Una obra de arte para muchos desconocida titulada Caronte atravesando la laguna Estigia: la tabla más famosa del pintor flamenco Joachim Patinir, pintada hacia el año 1520.

Y mientras en eso sueño, fuera del hospital están los terroristas musulmanes matando y violando; los comunistas venezolanos asesorados por el contador de nubes; a quinientos kilómetros los golpistas catalanes, y más cerca, en el Parlamento español, ese esperpéntico y sempiterno diálogo basado en la corrupción y el egoísmo.

Nada nuevo mas allá de ese grado de incertidumbre que la izquierda atiza en la calle, satisfecha con el PSOE de Sánchez; amenazante con ese nuevo frente de izquierdas animado por Iglesias y la ideología de mercadillo que sufrimos, un todo a cien atiborrado de falsas piezas de recambio que destrozan el motor de nuestra sociedad engrasado ya con el aceite del odio.

Y de nuevo, en el compás de espera de la antesala, me vienen a la memoria esos círculos concéntricos del mal que Dante dibujó al inicio de su Divina Comedia. En el infierno. Un infierno que se nos avecina por la vía mas entrañable y humana: la de la cotidianidad.

“Al final del viaje que Caronte realiza en su barca, en el inframundo, en ese Hades que Dante reconvirtió en infierno católico, en lo más profundo, están congelados los traidores”

Porque al final del viaje que Caronte realiza en su barca, en el inframundo, en ese Hades que Dante reconvirtió en infierno católico, en lo más profundo, más abajo de lo hondo, de los lujuriosos, los glotones, los derrochadores, los soberbios, los herejes, los violentos, los asesinos, los alcahuetes, los mamahuevos y los corruptos, están congelados los traidores, en el noveno y último de los círculos que vigila el innombrable, batiendo infatigable sus alas de dragón.

Y es que además de la música, no hay nada como un buen cuadro para pasar el rato entre tanta miseria moral, los traidores y la esencia que todos tenemos impregnada en la piel en forma de oxidación y senectud.

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