De la Historia y el futuro

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Aprender de hechos importantes del pasado es algo fundamental a tener en cuenta para el futuro, si bien la teoría del caos también es aplicable a la historia, de manera que un pequeño suceso a nivel global, puede desencadenar una serie de sucesos de gran calado, incluso una guerra, como ha quedado patente. Hay muchos ejemplos en la historia, y uno de ellos nos toca directamente a los españoles: fue el asesinato del diputado de “Renovación Española”, José Calvo Sotelo, que encendió la chispa para el inicio de la Guerra Civil Española de 1936, pues al decir de muchos estudiosos, acabó decantando al general Francisco Franco a participar en el golpe de Estado. A continuación, intentaré explicitar algunas regularidades, que yo llamo principios, como ejemplos de que algunos hechos o sucesos de cierta identidad sucedidos en el pasado pueden repetirse en la actualidad o en el futuro, aunque de distintas formas o maneras.

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Primer principio

La historia, a lo largo de los siglos ha puesto al descubierto que el hombre es extraordinariamente egoísta. Richard Dawking lo explica muy bien en su extraordinario libro “El gen egoísta” al afirmar: “defenderé la tesis de que la unidad fundamental de selección y por tanto del egoísmo, no es la especie ni el grupo, ni siquiera estrictamente hablando, el individuo. “Es el gen, la unidad de herencia”, pues ya en el momento de la procreación existe una combatividad atroz, cuando millones de espermatozoides avanzan y luchan entre sí para intentar llegar el primero al óvulo femenino y fecundarlo. Sin embargo, aunque el hombre sea egoísta por naturaleza, tiene la ineludible necesidad de comunicarse con otros individuos de la especie a través de algún tipo de lenguaje. De forma que esta fuerza actúe de moderadora de la primera junto con el amor maternal y paternal hacia sus hijos, hermanos y amigos tribales que cooperarán hacia una primera comunidad tribal que colaborará en la obtención de alimentos, en primer lugar procedentes de la caza y luego de la agricultura. A continuación surgirán nuevos sentimientos, ya muy matizados por la razón, como pueden ser: la responsabilidad, la honradez, el honor o el patriotismo que mejorarán las posibilidades de que esos individuos sean capaces de formar sociedades gobernables.

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Segundo principio

La historia nos dice que desde tiempos inmemoriales, grandes civilizaciones e imperios como la cultura de los sumerios, la de los egipcios, los asirios, los fenicios, los minoicos, los griegos, los romanos, los bárbaros, el sacro imperio germánico, el español, el francés, el inglés, el otomano… han ido muriendo de éxito. Esas sociedades fueron perdiendo poco a poco su potente voluntad: hay una adaptación a la vida fácil, se pierde la disciplina… Como diría Kant: los árboles están creciendo en terreno de gran amplitud, sin que otros árboles les molesten para recoger el oxígeno de la atmósfera y se crían retorcidos y achaparrados, con raíces por doquier, no tienen la competencia de otros árboles muy cerca de ellos que les priven del oxígeno y les obliguen a crecer altos y rectos para conseguir el oxígeno del aire.

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Tercer principio

La historia contemporánea puede ser modificada por el uso de la televisión, la informática y otros poderosos medios audiovisuales, mediante los cuales unas vigorosas minorías pueden cambiar la forma de pensar de las masas, en aras a su interés político y económico, algunos ejemplos recientes y palpables: La elección de Ronald Reagan (un actor de cine de segunda fila, con escasa preparación para tan elevado menester) como Presidente de los EE.UU. que rigió los destinos del más poderoso país de la tierra en la década de los ochenta, o el de Arnold Shwarzenagger (otro mal actor, sin preparación, que consigue ser nombrado gobernador del poderoso estado de California. El mismo George Bush (un hombre de escasa talla política) estuvo dirigiendo el mundo desde la Casa Blanca sin hacer caso de la opinión pública mundial, la de los expertos y la de la ONU; invadiendo Afganistán con el argumento de que quería acabar con Bin Laden y la organización de Al -Qaeda para erradicar el terrorismo internacional. Posteriormente también invadió Irak por el mismo motivo y por una supuesta fabricación de ingenios nucleares de los que los propios técnicos y expertos norteamericanos no tenían ninguna prueba ni certeza. No consiguió nada, ni los terroristas estaban en Afganistán, ni Irak estaba intentando construir armas nucleares, pero la verdad es que ambos países fueron bombardeados sin piedad por las más sofisticadas armas, y los “marines” terminaron la labor matando “todo lo que se movía”. El resultado final es de varios millones de muertos, desplazados, familias desintegradas y muchos miembros sin hogar; también el hambre y las enfermedades se apoderaron de esas sociedades, e Irak se encontró en plena guerra civil, por mucho que quieran esconderlo; sin embargo al presidente Bush nada le ha pasado, ni ha querido ni le han obligado a dimitir, y eso que la mayoría de expertos necesariamente no han de estar de acuerdo con sus tesis, pero le siguieron la corriente para permanecer en el poder.

Pero no hace falta ir a la historia reciente, sino a hechos y situaciones del presente. Es el caso del actual presidente de EE.UU. Donald Trump, un empresario con escasa formación, que gobierna a golpe de twit, que es la herramienta de comunicación más breve y directa que existe y que impide la mínima reflexión o consulta tranquila con sus asesores y miembros del gobierno, de forma que hoy está a punto de invadir Corea del Norte y mañana afirmar en otro twit que el dirigente coreano Kim Jong-un es imprescindible para el equilibrio mundial, y además es su amigo. Otro caso de rabiosa actualidad es el intento secesionista de Catalunya, auspiciado por el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, actualmente huido de su tierra, o la de su sucesor Quim Torra, que tienen en jaque al gobierno de España con la falacia de que el Estado español es totalitario y en él no existe la democracia; además, les asiste un derecho inalienable como es “el derecho a decidir”, aplicable solo a colonias o países de regímenes dictatoriales, no de democracias.

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Cuarto principio

La historia nos enseña, que el armamento sofisticado y las técnicas de guerra, más tarde o más temprano, por intereses políticos, económicos, o de comercio acaban por recalar en países, sociedades o grupos, distintos del país más poderoso o del área de su influencia, nivelando, poco a poco, la ventaja comparativa del país líder y de los organismos que defienden a los países más poderosos. Algún ejemplo ya lo estamos observando con el tránsito comercial desde la extinta URSS y otros países que, a través de particulares, están vendiendo armamento semi-nuclear a organizaciones terroristas y países de segunda fila; con múltiples posibilidades que incluyen pequeñas lanzaderas de cohetes semi-nucleares susceptibles de ser lanzados desde puestos móviles, como coches y camiones, como atestiguan la guerra de Irak o contra el Dahesh.

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Quinto principio

A lo largo de la historia, los imperios y/o potencias mundiales que se han visto obligados a endeudarse excesivamente del exterior, acaban perdiendo su poder. El ejemplo más claro lo tuvimos en el Imperio Español, que a veces enviaba algunos navíos repletos de oro directamente al puerto de Amberes para pagar los créditos concedidos por organizaciones y particulares de los Países Bajos y ciudades-estado italianas

3312-brass-bronze-2-dime-cross_1024x1024.gifSexto principio

En la historia contemporánea las constituciones democráticas han demostrado que pueden ser el mejor sistema de gobierno para impedir expansionismos coloniales, guerras, y para defender los derechos de los ciudadanos; no obstante, para que ello se cumpla de forma casi perfecta, las sociedades donde se practique habrán de tener un sistema avanzado cultural e intelectual para formar a sus ciudadanos, con una enseñanza importante en ciencias humanas, capaz de producir una mayoría de ciudadanos que sepan pensar por sí mismos y valorar adecuadamente la intención manipuladora de los medios de difusión escrita, los audiovisuales y la televisión; de forma que el sistema de votación «un ciudadano un voto» sea racional, y las “mayorías” sean las que tengan razón y sepan elegir a los mejores representantes. Así mismo, es fundamental que exista separación de poderes entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial; y que los ciudadanos cumplan la Ley a rajatabla.

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Séptimo principio

La historia ha sido testigo de que las posibilidades de conflicto son directamente proporcionales a la desigualdad de las sociedades e inversamente proporcional al aumento de la clase media, que se ha postulado como la clase valedora para que los conflictos en el seno de la misma sean muy difíciles de producir, pues quien tiene sus necesidades básicas cubiertas para él y su familia, y una pequeña propiedad, no será proclive a adherirse a cualquier grupo revolucionario que cree incerteza en su futuro.

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Octavo principio

En cualquier sociedad existente en la historia antigua, la media, la moderna o la contemporánea, siempre ha habido un grupo o una clase dominante. En tal sentido la historia como tal podría dividirse en dos partes; la primera que comprendería hasta finales del siglo XVIII, momento en que la Revolución Francesa marcará un antes y un después. Hasta esa fecha los actores de la historia era un pequeño grupo de poderosos y privilegiados estamentos, pertenecientes a grandes familias siempre entroncadas al estamento religioso y/o al estamento de los “guerreros”, que no representaba más del 5% de la población; el resto eran esclavos o campesinos, adscritos a la tierra, que no tenían ningún tipo de protagonismo en esa sociedad; recordemos el antiguo Egipto de los faraones, el imperio hitita de los mejores guerreros del mundo, la Roma de César y Augusto, donde el propio emperador era el dios en la tierra, incluso el senado dominado por las familias más poderosas; no hablemos ya del oscuro periodo de la Edad Media, donde los dueños de la tierra y los representantes de la Iglesia, dominaban completamente a la sociedad.

El segundo periodo, hasta nuestros días, ha buscado fórmulas para que el individuo disponga de su libertad individual y, progresivamente, participe en el gobierno de las sociedades a través del liberalismo y la democracia; sin embargo sigue habiendo clases y grupos sociales que siguen dominando a las mayorías por medio del capital que monopolizan los poderosos medios de comunicación que cada día son más sofisticados y, consciente o inconscientemente, aprovechan la voluntad de los ciudadanos para beneficio propio. Así ha sucedido y así probablemente sucederá en el futuro.

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Noveno principio 

Analizado la historia se puede comprobar que desde los primeros tiempos de la misma el hombre era tremendamente supersticioso en relación a las inmensidades y fenómenos, que se producían a su alrededor como era: ver el inmenso cielo azul, las nubes, la lluvia, el sol, la luna, la noche, las tormentas… sin contar algún fenómeno mayor como terremotos, maremotos, volcanes emitiendo fuego y lava por sus bocas, etcétera. A medida que el hombre se integra en grupos mayores, pequeñas sociedades y estados, surge la necesidad de adecuar unos límites entre la realidad exterior y las ideas, deseos y representaciones de la mente; se trata de dar una explicación a todos esos fenómenos a los que suelen identificar como magia superior, brujería o hechicería de unos seres superiores, a los cuales es preciso aplacar con oraciones, ruegos, o bien ofreciéndoles sacrificios de animales y personas, en la creencia de que esa sangre derramada les aplacaría. Pero para realizar esos procesos y otros similares tendentes a conseguir el favor de esos seres superiores, hace falta buscar un tipo de personas con unas características especiales, para poder averiguar lo que quieren esos seres superiores que les pueda aplacar o complacer, como por ejemplo un médium, que es una persona con ciertos poderes paranormales, capaz de interceder con espíritus o seres del “más allá”.

Otras veces, se trata de pedirles favores, como que llueva lo suficiente y que los frutos no sean destruidos por el viento o las tormentas. Como dice Julio Caro Baroja en su libro Las Brujas y su Mundo “Puede decirse que el hombre primitivo tuvo una concepción dramática de la naturaleza, en lo que lo divino y lo demoníaco, el orden y el caos, el bien y el mal se hallan en pugna constante y con una existencia ligada a la vida del hombre mismo”.

Todo eso fue así desde un principio, desde los antiguos sumerios y egipcios pasando por griegos y romanos, siguiendo con los pueblos bárbaros y eslavos. Sin embargo, aunque esas cosas sucedían entre la población ignorante y humilde, las clases superiores con más medios y preparación trataron de organizarse adecuadamente a fin de poder entender y explicar de una forma lógica esos fenómenos para que, a través de su mediación la sociedad pudiera comunicarse con esos seres o espíritus superiores, con lo cual conseguían gran estatus y poder. Nació la clase sacerdotal en Sumeria, primera y más antigua civilización del mundo, también los faraones en Egipto, que eran los encargados de velar por la seguridad de sus pueblos. Había surgido la clase sacerdotal que se erige en institución superior que se encarga de que todos los súbditos del estado cumplan los preceptos sagrados a fin de que las cosas les vayan bien en vida y puedan optar por un buen lugar y una felicidad después de su muerte. En suma, se convierten en reyes supremos del resto de la sociedad, la cual dirigen como quieren en lo humano y en lo divino con cargo vitalicio de sucesión.

En el bajo Imperio romano surge con fuerza una religión monoteísta que, al margen de las creencias, se trataba de una religión que predicaba la “única verdad”, a partir de la venida de Dios a la tierra en forma humana, en la persona de Jesucristo y con la intención de convertir a la humanidad al “cristianismo”. Se trata de una religión que tiene su “Iglesia” y sus sacerdotes, que predican la salvación de la humanidad en base a respetar los preceptos divinos, que estos sacerdotes se encargan de propagar. Su mensaje es claro: existe un cielo donde se encuentra Dios y las almas buenas; y existe un infierno donde se encuentra el Demonio y las almas malas, inframundo que hay que evitar a toda costa siguiendo los preceptos de la iglesia cristiana —más tarde católica—. Para ello, lo primero que debe hacer el hombre es olvidarse de todas las supersticiones, hechizos y brujerías, no cometer pecados prohibidos por la iglesia y adorar sólo al único Dios verdadero para conseguir la salvación eterna.

Por ello, bajo el punto de vista social hay que agradecer al cristianismo el haber sido capaz de reconducir las magias, los hechizos y los mitos, en la idea de que hemos sido creados por un único dios, bueno y bondadoso que se ocupará de que la humanidad consiga la “gloria eterna” con sólo cumplir los preceptos y creer en Dios, mediante la Fe.

Sin embargo, con el correr de los siglos, el hombre va tomando conciencia de su ser y comienza a hacerse preguntas sobre su existencia y también sobre la existencia de Dios; al mismo tiempo, la ciencia avanza imparable con Galileo, Kepler, Newton y otros científicos de gran valía, y empiezan a surgir conflictos con la Iglesia, que piensa que esos avances entran en contradicción con su doctrina, que consideraba a la Tierra como centro del universo. Por lo tanto los siglos XVII y XVIII representan un hito en la Historia, pues la Iglesia se opone frontalmente al avance de las ciencias naturales y a la libertad del pensamiento que, finalmente triunfa con la Ilustración; hasta que a partir de la Revolución Francesa en pleno siglo XIX, los estados se plantean la secularización, es decir, separar funciones: estado aconfesional por un lado, sin distinción de creencias, y la Iglesia por otro, con su ministerio como única forma de progresar sin cortapisas, prohibiciones y amenazas de una “clase”, el clero, empeñada en prohibir todo acercamiento a Dios que no fuera a través de la oración, olvidándose de que Dios ha dotado al hombre de una gran inteligencia que se convierte en colectiva, y a través de la historia, en generacional acumulativa. Una forma de acercarse a Dios es utilizar esos atributos, que nos han sido dados, y que los utilicemos para conseguir progresar. Quién sabe si el mismísimo Dios ha diseñado al hombre para que pueda por sí mismo conseguir algunos “milagros”, para que no tengan que estar pidiéndoselos continuamente y a todas horas. Esto ya está recogido en el pensamiento del antiguo pueblo llano, que es muy sabio, cuando expresaba en forma de refrán: “Si las mieses no lo han, los santos no lo dan”.

Todo ello se puede constatar en la actualidad, donde todavía existen restos de superstición, con pitonisas y magos de todo tipo, que manejan horóscopos, güija, magia negra, etc., condenados por la mayoría de religiones por ir en contra de sus ministerios, que prohíben “adorar falsos dioses” o intentar ponerse en contacto con el Demonio. No obstante, lo más importante que ha sucedido en el desarrollo histórico de las sociedades es comprobar que el avance político, el cultural y el científico, han evolucionado más y mejor, a medida en que se separaban de las autoritarias y conservadoras consignas de las distintas religiones, véase, sino, el gran avance que ha tenido la “sociedad occidental” dentro del cristianismo en sus distintas variantes de protestantismo, anglicanismo, calvinismo, metodismo. Por el contrario la religión islámica, aparecida en el siglo VII impulsada por Mahoma, que ha sido capaz de permanecer como la autoridad máxima para el cielo y la tierra, que ha gobernado y gobierna inmensas áreas geográficas con más de mil millones de almas, que permanecen en un penoso atraso político, social, económico y cultural, donde la religión islámica se niega a ver el progreso social y tecnológico que se produce a su alrededor y sigue estancada en unos preceptos que hoy en día ya no tienen vigencia alguna.

En resumen, podemos decir que la Historia ha constatado y constata que las religiones fueron eficaces en los primeros siglos de la organización de las sociedades, al dar sentido y coherencia a las mismas, sin embargo, al llegar a un punto álgido del desarrollo social e individual, cuando el mundo consigue la “mayoría de edad” intelectual, las religiones han actuado más de freno que de acicate al desarrollo político, social y económico. Por lo tanto se ha encontrado una regularidad, una proporcionalidad, en el sentido de que el progreso es y será probablemente mayor, a medida que el “dominio” de las religiones sobre las sociedades disminuya.

Hay muchos historiadores que han apoyado y apoyan el anterior postulado, pero destacaremos entre todos por su seriedad y calidad al gran medievalista, Johan Huizinga (1872-1945), experto y estudioso de la Edad Media que, en su extraordinario libro El Otoño de la Edad Media, habla de dar respuesta a la pregunta de: “¿Dónde está el mundo más bello tras el cual necesariamente suspira toda época?” Huizinga opina que a lo largo del tiempo se ha buscado esa vida bella por tres caminos que se dirigen hacia una meta lejana; el tercero se dirige hacia un mundo más bello a través de los sueños, seguramente es el camino más cómodo, pero yendo por él no se avanza, permaneciendo siempre a la misma distancia de la meta, se da a la vida un sentido de ilusión y se busca refugio en la cultura literaria que se ha edificado, desde la antigüedad sobre el tema de los héroes, la sabiduría y los temas bucólicos. El primero sería de total negación de este mundo para poder conseguir este objetivo en el “más allá”, o lo que es lo mismo: tener esperanza en este mundo es retrasar la verdadera salvación; todas las culturas superiores han recorrido este camino, que el cristianismo había apoyado e impulsado poderosamente en “todos los espíritus” que, directa o indirectamente, impedían llegar al segundo camino que es el que lleva o conduce al mejoramiento y a la perfección del mundo, bajo el punto de vista de que no existe como tal el determinismo, y el hombre ha de buscar la racionalidad y el empirismo de sus propios actos que la Edad Media apenas ha conocido. “El mundo era para ella tan bueno y tan malo como podía ser; es decir, todas las cosas, puesto que Dios las ha querido, son buenas; los pecados de los hombres son los que tienen al mundo en la miseria”. Aquella edad no conoce ninguna aspiración consciente al mejoramiento y a la reforma de las instituciones sociales o políticas como resortes del pensamiento y de la acción. Por lo tanto, hasta que el hombre no se desprende del corsé religioso, el mundo apenas avanza por el camino de confianza en sus actos y en sus ideas, no siendo ello posible hasta la aparición del “Renacimiento” en el siglo XVI, la “Ilustración” en los siglos XVII-XVIII, y la Modernidad en el siglo XIX-XX.

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