(Y OTRAS HISTORIAS DE FICCIÓN)
Ponerme a dieta. Hacer ejercicio. Dejar de fumar. Leer más. Aprender inglés. Beber menos —dejar de beber, en absoluto: me parece excesivo—. Relacionarme más con la familia —también con la política, aunque sin pasarse—. Comer sano. Escribir un libro. Reciclar. Ahorrar… Estos son algunos, quizás los más populares, de los propósitos de año nuevo. Metas u objetivos que nos fijamos cada primero de enero y cuyas posibilidades de éxito vienen a ser similares a las de ganar el premio gordo de la lotería de navidad. Sorteo en el que, por cierto, no nos ha tocado ni el reintegro, y cuya decepción tratamos de amortiguar ilusionándonos con la idea de que los propósitos de año nuevo nos ayudarán a estar más sano y más guapos. Nada más lejos de la realidad.
Admito que yo mismo, tiempo atrás, también sucumbí a la tentación de pensar que sería capaz de llevar a cabo un propósito de año nuevo, que de alguna manera me haría sentir mejor conmigo mismo y contribuiría a mi crecimiento personal. Eso era antes de que me volviera hipersensible a la frustración. Porque hay que saber que las posibilidades de fracasar son directamente proporcionales al grado de frustración generado por el mismo fracaso. Si bien también es cierto, que con el tiempo acabas desarrollando una especie de coraza que te va haciendo inmune a la decepción que produce ver que, tu propósito, como mucho, llega hasta el quince de marzo, en el mejor de los casos.
«Con el tiempo acabas desarrollando una especie de coraza que te va haciendo inmune a la decepción que produce ver que tu propósito, como mucho, llega hasta el quince de marzo…»
Pero dicen que la constancia es una virtud, y que por más veces que nos caigamos siempre hay que tratar de levantarse. Así que no seré yo quien os quite las ganas de poneros nuevos y edificantes propósitos de año nuevo. Sí, ya lo sé, en realidad, eso es exactamente lo que estoy haciendo. Porque, vamos a ver… ¿qué necesidad hay de complicarse la vida involucrándose en un proyecto que desde el inicio está condenado al fracaso? Y lo peor de todo es que en nuestro subconsciente ya lo sabemos.
Por eso yo recomiendo establecer metas realistas, acordes a las posibilidades de cada cual. Yo, por ejemplo, en 2018 me puse como único objetivo, llegar vivo a 2019. Y todo parece indicar que lo voy a lograr. Y aun así me arriesgué. Este año me voy a plantear reducir al mínimo posible el tiempo dedicado a ver emisiones de La Sexta. ¿Veis? Cosas que se pueden lograr sin demasiado esfuerzo. No como salir a correr cada mañana o hacerse vegano, misiones sumamente arriesgadas y prácticamente imposibles de llevar a cabo.
«En 2018 me puse como único objetivo, llegar vivo a 2019. Y todo parece indicar que lo voy a lograr. Y aun así me arriesgué. Este año me voy a plantear reducir al mínimo posible el tiempo dedicado a ver emisiones de La Sexta…»
Habida cuenta de que este año va a haber elecciones por un tubo, una buena opción sería proponerse no votar a Podemos, o a Vox —dependiendo de las inclinaciones de cada uno—, o qué te digo yo… ¡no votar a nadie!
A Ferreras, Évole y demás colegas de la sexta, les recomendaría como propósito de año nuevo que trataran de ser objetivos en sus programas y que practicaran la neutralidad. Bueno, no, perdón, habíamos quedado en que serían metas realistas. Así que dejémoslo en reducir a la mitad el número de veces que pronuncian las palabras “fascismo” y “extrema derecha”, que creo que ya les costará un huevo y parte del otro. A Pablo Iglesias le recomendaría que se cortara el pelo y se afeitara. Si además tiene el valor de vestirse con ropa de Ralph Lauren, lo mismo consigue confundir a una cantidad considerable de electores y aumentar el número de votos.
A Torra y compañía, por supuesto, les recomendaría que desistieran de sus absurdos delirios independentistas y que, en 2019, para variar, se propusieran hacer, por primera vez, algo productivo y verdaderamente útil para el pueblo catalán.
«A Pablo Iglesias le recomendaría que se cortara el pelo y se afeitara. Si además tiene el valor de vestirse con ropa de Ralph Lauren, lo mismo consigue confundir a una cantidad considerable de electores y aumentar el número de votos.»
Hacer el camino de Santiago siempre es recomendable y muy edificante, así que a nuestro querido Puigdemont le invito a que prepare una buena mochila llena de viandas, tales como butifarra y vino del Penedés, y emprenda la andadura desde Waterloo hasta la primera comisaría que encuentre en Santiago de Compostela. Sobra decir que todo el trayecto deberá hacerlo a pie, si fuera posible descalzo, y si no con unas sencillas sandalias. Seguro que acabará enriquecido espiritualmente, y de paso pondrá fin a su aventura de la manera más honrosa posible, al tiempo en que pasará a la historia por crear una ruta alternativa: «El camino de Puigdemont».
Y en cuanto a vosotros, de verdad, no perdáis el tiempo, olvidaos de los propósitos de año nuevo. Mi consejo es que tratemos de repetir todo aquello que nos haya dado placer en 2018 y desechemos lo que, por experiencias pasadas, solo nos provoca calentamientos de cabeza y disgustos innecesarios. Y que el año que comienza sea mejor que el que se va. Para todos. Incluido Pedro Sánchez.
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