¿Por dónde atacarán?

joan puig

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22 de Diciembre, Barcelona

En Barcelona se respira alivio. Las terrazas están repletas de sonrisas, de conversaciones y planes. La gente entra y sale de las tiendas. Me doy un capricho y me adentro en una pastelería… “¡El 21-D ya ha pasado, qué tranquilidad!” escucho decir a una señora con un pastel de crema en una mano. Cruzo la calle y un remolino de risas infantiles me envuelve… ¡Ay,  qué distinto parecía todo hace apenas 48 horas!

El jueves éramos una ciudad con miedo a las hordas. Creo que aprendimos lo que debían sentir las ciudades medievales cuando eran rodeadas por los bárbaros. Me viene a la cabeza aquella escena de Gladiator, cuando antes de la batalla inicial desde los oscuros bosques les llegaban los alaridos de los barbudos y primitivos germánicos. Sí, había miedo. A los barceloneses nos espantaban las imágenes de encapuchados cortando carreteras, quemando neumáticos, amenazando a quien se les pusiera por delante.

«Me viene a la cabeza aquella escena de Gladiator, cuando antes de la batalla inicial desde los oscuros bosques les llegaban los alaridos de los barbudos y primitivos germánicos.»

El viernes Barcelona amaneció extraña… sumida en una calma tensa. Los barceloneses caminaban encogidos consultando el móvil —¿Por dónde atacarán?—. Transcurrieron las primeras horas de la mañana. La gente hablaba con cara seria: las primeras turbas de jóvenes envueltos en pañuelos ya cortaban carreteras. En las calles se notaba cómo se aceleraban los pasos. Los comerciantes asomaban a las puertas de sus tiendas con mirada temerosa, buscando a una clientela que se había espantado. Sacudían la cabeza; hoy no habrá ventas, decían sus miradas.

Hacia el mediodía la calma tensa se convirtió en una mezcla extraña de temor y tranquilidad. Por una parte, miles de catalanes habían optado por coger fiesta o trabajar desde sus casas —se circulaba como en un día de verano—; por otra, las imágenes de encapuchados con pancartas que rezaban “no pasarán” infundían terror… ¿Por dónde atacarán?

“Mamá, hoy no salgas de casa” escucho aconsejar a una chica veinteañera. Buceo en twiter: el Consejo de Ministros transcurre con tranquilidad. Bueno, en las calles cercanas a la Llotja hay follón. Pero una sonrisa se dibuja en mi cara: los Mossos están haciendo un trabajo profesional y con un par de batidas todo queda limpio y despejado. Entonces supe que los bárbaros y sus alaridos habían sido derrotados, aunque ellos todavía no parecían ser muy conscientes. Las pancartas y gritos de “Las calles son nuestras”, “Tumbemos el régimen”, se iban diluyendo hasta quedar en nada, tan solo otra perfomance indepe. Una manifestación por la tarde reunía a unas 40.000 personas, con sus habituales cánticos y lazos amarillos… En fin, puro autoconsumo.

«Me siento en una terraza a tomar un café. Los comerciantes vuelven a sonreír. Familias que suben al coche y se van a esquiar. ¡Ah, la libertad es un bien que hay que preservar!»

En las redes sociales, al atardecer, se confirmaba que el independentismo había fracasado. Sus propios promotores reconocían la derrota: ni habían paralizado el país, ni controlado el aeropuerto, ni colapsado Barcelona, ni logrado evitar el Consejo de Ministros. Nada de nada.

Escribo estas líneas el sábado, una luminosa mañana. La felicidad ha vuelto a la calle, se respira de nuevo libertad sin amenaza. La civilización ha triunfado. Me siento en una terraza a tomar un café. Los comerciantes vuelven a sonreír. Familias que suben al coche y se van a esquiar. ¡Ah, la libertad es un bien que hay que preservar!

Con el último sorbo de mi café, consulto en el móvil la prensa indepe… Mi sonrisa se convierte en una abierta carcajada. Una vecina de mesa se contagia —¡qué guapa es—. ¿Por qué me río? Lo hago porque descubro una consigna o consuelo que todos estos panfletos parecen reproducir: «Los manifestantes reprendían a los violentos, a los muchos —¡Jajaja!— infiltrados» Y eso, por lo que parece, es una “colosal victoria (pírrica)”, además de una monumental mentira. Esta consigna-fake se acompaña, invariablemente, con un enfado generalizado: el cambio de nombre del aeropuerto, bautizado como Josep Tarradellas, no les ha gustado nada. Dosis de victimismo al canto, que refuerza las defensas indepes.

«“El 21-D ha sido un éxito, hemos evitado la violencia que quería Arrimadas”. No doy crédito… ¡No hay nada que hacer con esta fe religiosa!»

Cruzo mensajes con un amigo independentista, uno de los inteligentes. Compruebo que ha mordido el anzuelo de los titulares de estos medios de comunicación hiper subvencionados por el Govern: “El 21-D ha sido un éxito, hemos evitado la violencia que quería Arrimadas”. No doy crédito… ¡No hay nada que hacer con esta fe religiosa! ¿Cómo pueden dejarse engañar tan fácilmente? Ahora mordisquearán este frame que les han lanzado como si fuese un trozo de queso, hasta que inventen otro anzuelo para llevar a sus seguidores allí donde les dé la gana, y durante el tiempo que también les dé la gana.

En fin, lo siento por ellos, yo y miles de catalanes seguiremos disfrutando de la Libertad de la que ya gozamos, de un café que sabe a civilización, y de una vecina de mesa de ojos verdes. La felicidad es para quien sabe verla a su alrededor. Creo que voy a pedir otro café, pero con unas gotitas de Baileys.

Joan Puig

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