La fascinación que produce la figura de Josep Borrell siempre me ha parecido exagerada, pero tiene una lógica. En medio del caos catalán, el actual ministro de exteriores fue durante un tiempo la esperanza para muchos por diversas razones. El hecho de que fuera socialista era un plus para su credibilidad en una región donde, aunque a efectos prácticos vive y se desarrolla la ultraderecha más furibunda de Europa —el nacionalismo catalán—, todo el mundo cree que el socialismo catalán es la esencia del progresismo. Aunque parezca una broma, nos han vendido que ser nacionalista —es decir: xenófobo, excluyente, clasista y supremacista— es lo más cool. Quizá por eso en su momento no fueron pocos los que creyeron que un socialista del PSC —ese curioso partido siempre acomplejado por no ser ERC— podría liderar un proyecto catalanista y a su vez no rupturista con España.
«Quizá por eso en su momento no fueron pocos los que creyeron que un socialista del PSC podría liderar un proyecto catalanista y a su vez no rupturista con España.»
La trayectoria de Josep Borrell es conocida por todos, pero desde octubre de 2017 lo suyo ha sido un no parar…
Su consagración como posible salvador de la Cataluña no separatista —hasta el inesperado advenimiento de Manuel Valls, claro— se produjo en octubre de 2017 con su brillante participación en las grandes movilizaciones que tuvieron lugar en Barcelona.
La segunda manifestación de Barcelona, la del 29 de octubre, la seguí por televisión, atenta a todo lo que allí se decía. La penúltima frase de Borrell me sobresaltó, se dirigía a los que no estábamos allí con estas palabras:
“Pero escuchadme también todos los españoles que nos estáis viendo por televisión. No caigamos en el error, no nos equivoquemos. No caigamos en el error de creer que porque tenemos una Constitución escrita, que respetamos y defendemos, tenemos también su cuerpo político constituido. Son dos cosas diferentes. Las constituciones se basan en los consensos de los pueblos y hay que adaptarlas y reformarlas para adaptarse a la situación actual, y permitir que la convivencia permita integrar a todos”.
Repito la última parte: “Las constituciones se basan en los consensos de los pueblos y hay que adaptarlas y reformarlas para adaptarse a la situación actual, y permitir que la convivencia permita integrar a todos”.
¿A qué se refería el Sr. Borrell? ¿Acaso los españoles que veíamos la tele en ese momento teníamos que estar dispuestos a una reforma de la Carta Magna para que los catalanes nacionalistas estuvieran más cómodos? Entonces, ¿el golpe de Estado tenía justificación? ¿A qué clase de integración se refería? ¿Quizás era necesario reconocer que los catalanes son más altos y más guapos y, por tanto, merecen un trato distinto al resto de los españoles? ¿Nos estaba diciendo que no había otro remedio que premiar el golpe contra todos los españoles con un status diferente para Cataluña? No tengo ninguna duda de que ese era y es el plan. Quizás ahora más grotesco con Sánchez en La Moncloa.
Mientras todo esto pasaba por mi cabeza, la multitud aplaudía enfervorecida. Nos la habían colado pero bien… ¿Quién estaba detrás de esa frase en absoluto casual?
«Desde ese momento, la desconfianza que algunos teníamos hacia Borrell se convirtió en absoluto rechazo.»
Desde ese momento, la desconfianza que algunos sentíamos hacia Borrell se convirtió en absoluto rechazo. Por otro lado era sorprendente observar que la mayoría de la gente no le había dado ninguna importancia; tampoco escuché a ningún político decir nada acerca de ello. Se diría que las fuerzas constitucionalistas, en ese momento, estaban perfectamente de acuerdo con esa salida al ‘conflicto’. Cosas más raras se han visto. Pese a todo Borrell conservó su inmaculada imagen de hombre cabal y azote de nacionalistas.
Meses después, con Sánchez en la presidencia del Gobierno gracias a una moción de censura perfectamente legal —nos guste más o menos—, Josep Borrell aceptaba la cartera de Ministro de Asuntos Exteriores que el líder socialista le ofrecía.
La sorpresa fue mayúscula para muchos cuando vimos la fe ciega con que la gente aplaudió su nombramiento. Supongo que creerían que Pedro Sánchez pondría a los nacionalistas firmes con Borrell en el ejecutivo; cosa harto difícil puesto que había llegado hasta allí con los votos de los golpistas.
Respecto a su labor como Ministro de Exteriores en cuanto al tema catalán, tan sólo recordar dos cosas: las embajaditas catalanas de aquí y de allá se han abierto de nuevo y, por supuesto, la famosa entrevista del pasado 11 de septiembre en la BBC, en la que el ministro decía claramente que Cataluña es una nación, entre otras perlas.
Parece pues que la esperanza blanca de la Cataluña no nacionalista se ha diluido como un azucarillo en el bochornoso gobierno sanchista. Cabe preguntarse si, a estas alturas de su vida, el sr. Borrell necesitaba caer tan bajo. Claro que quizás habría que cuestionarse primero si hubo razón alguna vez para tenerlo en tan alta estima. Probablemente no.
«Parece que la esperanza blanca de la Cataluña no nacionalista se ha diluido como un azucarillo en el bochornoso gobierno sanchista.»
En noviembre de 2015, siendo Borrell consejero por entonces de la eléctrica Abengoa, procedió a la venta de acciones por 9.000 euros de su exesposa en vísperas de que la eléctrica incurriera en concurso de acreedores. Por este motivo La CNMV le impuso el pasado 27 de septiembre una sanción de 30.000 euros por infracción muy grave al operar siendo consejero con información privilegiada.
Huelga decir que un asunto de estas características para un ministro del PP hubiera sido el acabose. Sin embargo, ahí sigue Borrell, sin despeinarse ni dar explicaciones sobre algo de tal gravedad. Fue sorprendente cómo algunos tertulianos le quitaban importancia por el hecho de ser “tan solo 9.000 euros”; que se lo digan a sus votantes si es peccata minuta… ¡Ay, ese tertulianismo de salón, tan cercano a los políticos y tan ajeno a la realidad! Aunque hubieran sido 10 euros, el uso de información privilegiada para favorecer a un familiar debiera haber supuesto su inmediata dimisión, pero el cupo de dimisiones de Sánchez ya estaba cubierto.
Aun así, qué quieren que les diga… soy una romántica y esto se lo perdono. Ya quisiéramos muchas tener exmaridos como Borrell.
Carmen Álvarez
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